Tastubek: esperanza en el mar helado 15 JAN. 2021 - 00:00h Didier Bizet Los habitantes de Tastubek, en la parte kazaja del Mar de Aral, alimentan las esperanzas de volver a pescar. Motivos no les faltan, a pesar de que el mar helado es testigo de una de las mayores derrotas medioambientales del planeta. En el año 2003, la NASA certificó que el que fuera el cuarto mar interior más grande del mundo se había reducido en un 90%. En un lugar donde la vida es muy dura, en invierno se torna casi imposible con temperaturas de -20ºC. Pese a ello, los habitantes de Tastubek no pierden las esperanzas de volver a pescar. Están esperanzados, porquee, tras la construcción de la presa de Korakal y a medida que desciende la salinidad de sus aguas, las capturas van en aumento. La verdad muchas veces es incómoda: en 1960, el Mar de Aral tenía tanta superficie de agua como la actual Sri Lanka o el estado de Virginia (EEUU). Era uno de los cuatro lagos o mares interiores más grandes del mundo. Pero la entonces Unión Soviética decidió canalizar sus cuencas para regar los campos de algodón de Uzbekistán, y perdió un alarmante 90% del área y el 92% de su volumen. La salinidad aumentó a casi el triple y la pesca dejó de existir. De las 43.000 toneladas capturadas en 1960 (esturión, carpas, lucios…) se pasó a menos de seiscientas en 1996, y la mayoría estaban contaminadas por pesticidas. Aire irrespirable La toxicidad de la arena combinada con la contaminación por ensayos armamentísticos de la extinta central Vozrozhdenya (renacimiento, en ruso) convertían el aire en irrespirable. Las nubes tóxicas contaminaron una superficie equivalente a toda Holanda, afectando a países vecinos. Muchos de los habitantes de la zona todavía sufren de cáncer linfático y dolencias pulmonares. Sin trabajo, ya que las factorías de peces cerraron, ni acceso a agua para uso doméstico –la salinidad es de 110 g/l, cuando la del mar es de 35 g/l–, casi toda la población abandonó Aral y sus pueblos colindantes, como Tastubek (Kazajistán), donde vive Nurzhan. Nurzhan, de 29 años, se levanta temprano cada día para salir a pescar. Desde hace unos años la vertiente de Kazajistán del Mar de Aral se está recuperando. «En el 2010 la orilla estaba a cien kilómetros del pueblo. Ahora está a 20 kilómetros», asegura Nurzhan. Nurzhan está en lo cierto. Desde que el Banco Mundial financiara la construcción de la gran presa de Korakal, la salinidad está bajando, y la pesca, recuperándose. Ya se han pescado unas 6.000 toneladas y esta cifra podría triplicarse. Esto ha devuelto algo de gente al pequeño pueblo de Tastubek, cuyas esperanzas se ven renovadas y alimentadas durante la estación más cruda del año. Muerte por congelación En invierno, para llegar a este pequeño pueblo de pescadores, hay que salir desde Aral (capital de la zona, 30.000 habitantes) con dos 4x4 VAZ soviéticos para salvar 90 kilómetros de pista sobre hielo durante diez o once horas, que se reducen a tres en primavera. Los trayectos se hacen de día y en caravana, ya que si el coche se avería no habrá asistencia en carretera. Tampoco hay cobertura telefónica. En este caso, la muerte por congelación se puede dar por segura. Una vez en Tastubek, el ambiente que se respira es mejor de lo que se puede imaginar. Las veinte casas albergan a una comunidad de un centenar de habitantes bien avenidos. Por supuesto, no hay bares ni restaurantes. Tampoco hay hoteles, porque nadie visita Tastubek. Los mochileros que vienen a Aral para fotografiarse, atraídos por los esqueletos de los barcos pesqueros varados, se quedan en Uzbekistán. Es lo que llaman el “turismo negro”, compuesto por curiosos que gustan de retratarse con los vestigios de una masacre que no es solo medio ambiental sino también humana. Aparte de pescar, Nurzhan se dedica a criar camellos que mata cuando llegan las primeras heladas para así poder vender su carne. Cuando no trabaja, pasa el día en casa con su mujer, Akerke (30 años), y su hija, Dilmaz (4 años), que todavía no va a la escuela porque los niños se escolarizan a partir de los 7. La escuela y la mezquita –la religión oficial es la musulmana– son los únicos espacios de socialización con los que cuenta el pueblo. Durante el invierno nunca hay nadie en las calles. Un solitario abeto, que aún conserva los ornamentos de la pasada Navidad, nos recuerda que los vivos no son fantasmas. Los vecinos van de una casa a la otra para compartir una sopa caliente o carne de camello. En las viviendas no hay vodka y emborracharse puede tener un precio muy alto. El año pasado dos hombres no supieron encontrar el camino de vuelta a casa por haber bebido más de la cuenta; murieron. En el cementerio de Tastubek, la última tumba corresponde al padre de Sezhan y Eilobat, de 30 y 28 años, respectivamente. Eilobat ayuda a su hermano durante el invierno. Pescan perforando el hielo y esperando, días enteros, en una especie de cabañas esparcidas en medio de este desierto helado. En el extremo del extremo del mundo, sorprende encontrar a gente con una fe a prueba de bomba: «Una leyenda asegura que el Mar de Aral se ha secado tres veces. Y siempre ha vuelto», explica Eliobat. Mientras esperan que la primavera devuelva la actividad pesquera, la factoría de Tastubek apila el pesca do seco que le queda para enviarlo a Aral. El pueblo duerme o ve la televisión vía satélite. Desde que ha llegado internet, la aldea vive con la virtual ilusión de estar conecta da al mundo. A los hermanos Eilobat y Sezhan, con todo, ni la televisión ni las redes sociales les interesan. Ellos solo piensan en pescar o cazar. La caza está prohibida, aunque las autoridades hacen la vista gorda. Y si un zorro se cruza en su camino, tiene los días contados. A nadie le importa. Temperaturas extremas En este pueblo, las temperaturas resultan extremas, pasándose de los -25 grados de invierno a los 45 grados en verano. Hay dos temporadas de pesca: la temporada de invierno (de enero a marzo) y el otoño (de setiembre a diciembre). Abril es un mes corto, pero bueno para la pesca, ya que los peces de agua dulce llegan a aguas menos profundas para poner sus huevos y, por lo tanto, se vuelven más fáciles de atrapar. De mayo a mediados de junio, la pesca está prohibida por la temporada de desove. El agobiante calor del verano acarrea dos problemas: por un lado, los peces se sumergen en aguas más profundas para enfriarse y, en segundo lugar, pocas aldeas tienen refrigeradores para evitar que la captura se eche a perder. La pesca en el reducido Mar de Aral está fuertemente controlada por el estado de Kazajistán. Pero igual que sucede con la caza en invierno, las autoridades hacen la vista gorda con algunas normas. Nurzhan, Yerkin, Zhakon y otros pescadores tratan de ahorrar dinero comprando redes chinas de peor calidad que las rusas, más robustas y respetuosas con el arrastre. Las chinas atrapan todo lo que encuentran a su paso, vaciando un fondo que ha tardado décadas en regenerarse. Pero los inspectores aceptan los sobornos. Aral siempre ha sido una verdad incómoda. Un precioso poema de la Nobel de Literatura Wislawa Szymborska cuenta cómo tres pescadores sacaron una botella con un mensaje del fondo del agua: –«¡Socorro, estoy aquí. El océano me ha arrojado a una isla desierta. Estoy en la orilla esperando ayuda. ¡Dense prisa, estoy aquí!». Los dos primeros pescadores escurrieron el bulto argumentando que «hacía muchos años que la botella estaría perdida en el mar» o que «era imposible saber dónde estaba la isla». El tercero protestó: –«Ni demasiado tarde ni demasiado lejos. La isla ‘Aquí’ está en todas partes. Está entre nosotros». El ambiente se volvió incómodo. Las verdades tienen este problema, remata Szymborska.