07 NOV. 2021 - 18:55h Liher sellan el ciclo creativo con ‘Eta hutsa zen helmuga’ El cuarto trabajo de estudio de Liher es un ejercicio de rock más directo y crudo. El cuarteto mantiene sus señas de identidad y apunta nuevos terrenos compositivos por los que moverse. Siempre desde la elegancia, convierten el ejercicio de escribir buenas canciones en algo relativamente simple. Liher. (Andoni CANELLADA/FOKU) Izkander Fernandez El rock n’ roll no es más que el eco de un sueño. Bueno, puede que más que un sueño, sea una lucha. Tropezamos mil veces, seleccionando cuidadosamente el mismo millar de piedras, para levantarnos otras mil veces. Con el corazón en la mano, los pies en el cielo y unos pocos cálculos en la cabeza. Como si esos cálculos fuesen el único elemento que nos mantuviese anclados a la cruda realidad. Matemáticas para hacer frente al capitalismo, economía doméstica de supervivencia para mantener vivo y alimentar el sueño del ciclo creación-local-estudio-carretera-disco. De acuerdo, quizá diferenciar sueño y lucha no tiene demasiado sentido. Puede que no sean más que el ying y el yang de una misma acción. Porque sin sueños no hay luchas y sin lucha, en la mayoría de los casos, los sueños no son más que elementos que observamos en un lejano horizonte, que permanecerán allí, lejos, para siempre. Sueños lejanos a los que no podremos acceder para vivirlos y convertirlos en realidad. Por lo tanto, si queremos seguir viviendo la vital aventura del rock n’ roll, ya sea como fan, periodista y, sobre todo, como creador/músico, necesitamos seguir soñando, seguir peleando, tropezando en las mismas piedras y levantándonos las veces que hagan falta. Porque eso, y solo eso, hará que nos sintamos vivos. Liher publicó hace escasas 48 horas ‘Eta hutsa zen helmuga’ (y el vacío era el objetivo), su nueva obra de estudio. Su nuevo sueño hecho realidad, una nueva lucha sobre la que hacer girar su precioso y rico universo sonoro. Tras la dura experiencia que supuso defender en directo el laberíntico y maravilloso ‘Hemen herensugeak daude’ (aquí hay dragones) por culpa de la dramática irrupción del covid, ‘Eta hutsa zen helmuga’ pretende ser el mantra que devuelva la banda a la normalidad. Un disco con el que sanar las heridas, reunificar los añicos y desmontar la deconstrucción que supuso tener que actuar en salas parcialmente vacías con el público sentado e inmerso en un mar de miedos contradictorios. Hacer que la rueda gire, vaciar las arcas, sacar brillo a las mismas piedras de siempre para reactivar la simbiosis perfecta entre el gusano de la creatividad y nuestros organismos. Que nos robe parte de la energía que nos aporta. Que el estúpido brillo de la fama que jamás alcanzaremos nos sirva para seguir avanzando entre cantos rodados sobre los que tropezar. Tropezar, una y otra vez. Levantarse, una y otra vez. Soñar. Luchar. Cerrar el ciclo eterno. ‘Eta hutsa zen helmuga’ se abre con un crescendo guitarrero que llega a un mar de riffs y melodías sobre las que emerge la voz de Lide Hernando. The kids are back in town. ‘Kintsugi’ es la primera piedra de un pedregal en el que tropezar que empieza a mostrar la forma en la que respira el cuarto disco de estudio de Liher. Una obra más directa, más de canciones y de golpes que de un hilo conductor conceptual y narrativo como su predecesor. Sigue ‘Urre hauts’, el pegamento de oro con el que recuperar todos los trozos diseminados por el camino. ‘Urre hauts’ es un estruendo guitarrero rico en matices que desemboca en un estribillo marca de la casa. Esos matices siguen presentes en la épica arrancada en forma de tormenta sónica que procede a ‘Orbainetan lehena’. Cuatro elementos en armonía, cuatro instrumentos entrelazados, para construir una tupida red sobre la que precipitarse sin miedo a caer en el vacío. Parece increíble que en apenas tres temas el lenguaje musical de Liher sea tan certero y rico. Tampoco desentona ‘Arrastaka’ que marca un arrebatador equilibrio entre lo que dicen y lo que hacen. De hecho, ese momento en el que Lide se desgañita vociferando aquello de ‘Arrakastaka arrastaka daramat’ (llevo el éxito a rastras) resulta catártico. La epopeya de las formaciones de nuestros días. Querer lo que se sabe de antemano que va a ser casi imposible y, sin embargo, trabajar por ello. Vivir el sueño asumiendo que a veces será pesadilla. En lo vocal, Lide sigue queriendo rozar la excelencia y no eludir ninguna responsabilidad, buscar siempre el diez y en este ‘Arrastaka’ libera una buena dosis de variedad estilística. Liher están presentes tal y como los conocemos pero también se presentan, como maestros artesanos que han convertido el arte de escribir buenas canciones en un ejercicio intuitivo relativamente sencillo. Lo apuntaban en el single de adelanto ‘Nor zaren ere’. La forma en que las guitarras envuelven nuestro oxígeno desde el primer segundo, la plasticidad con la que llegan al puente para desembocar en un estribillo que huele a clásico instantáneo con una de esas frases que quedan para la historia desde el mismo momento de su plasmación: «Dopamina eskukada baten truke, nire izena ere salgai jarriko nuke» (sería capaz de poner mi nombre en venta por un puñado de dopamina). Riesgo, elemento clave El riesgo, un elemento clave para entender de dónde viene y hacia dónde va Liher sigue presente en su sonido. No únicamente en el trapecio circense en el que vive la brillante y elástica garganta de Lide Hernando, también en ejercicios como ‘Porlan’ con Iñigo Etxarri cantando en el inicio de la composición y con la banda al completo poniendo encima de la mesa uno de los mejores temas de su carrera. Y si va de eso, de escribir grandes temas que fluctúan con éxito entre múltiples referencias estilísticas, hay que detenerse un momento en ‘Ain’t No Lullaby’. Guitarra sulfurosa y fronteriza nacida en un burlesque gótico, calor intenso gracias a un blues libre tan maldito como corrosivo, dos voces en colisión solidaria (tremenda la colaboración de Noa Eguiguren de Noa & The Hell Drinkers)… todo para una canción de cuna que no lo es. Siguiendo con las grandes composiciones que encierra ‘Eta hutsa zen helmuga’, ‘Hasi’ también está entre las mejores. Nace en algún lugar del mapa cercano a ‘Sismografoa eta lurrikara’ y, aunque discurra por senderos paralelos en diferentes ocasiones, alcanza nuevas cotas de grandeza gracias a un nuevo pulso amistoso entre las voces de Lide y Lidia Insausti (Sky Beats y Arima Soul). Por si fuera poco, Liher vuelve a mostrar su falta de miedo al salto al vacío con un desarrollo instrumental que fluye con elegancia a una especie de sonido country/americana. Un momento tan mágico como delicioso ante el que solo cabe dar las gracias y seguir escuchando y disfrutando del momento. Momento directo el de ‘Mairubantza’ con una nueva colaboración. Liher ha querido rodearse de esos amigos que los han acompañado en el traumático camino de presentación de ‘Hemen herensugeak daude’. Aquí Alain Martínez (Dinero y Qverno) cierra un corte directo, rabioso y veloz en el que Etxarri sigue en estado de gracia haciendo y deshaciendo a su antojo. Etxarri, ese maestro de ceremonias. Esa erupción constante. Ese fuego con ribetes de neón. La forma en la que irrumpe con su guitarra en ‘Orri zuri batek’, con un lamento crujiente, en medio de un precioso diálogo entre Lide y Miren Narbaiza (MICE) es pura poesía. Puro embrujo guitarrero. Aunque la sobresaliente ‘Orri zuri batek’, ese dios de papel en blanco ante el que se arrodillaba Jorge Oteiza, tiene aires de despedida, Liher no quiere desperdiciar la oportunidad de ser escribanos de su tiempo y de su historia. ‘Paradoxak’ es un nuevo ejercicio creativo en el que sección rítmica, magia guitarrera y líneas vocales nos devuelven a un éxtasis que sirve para cerrar ‘Eta hutsa zen helmuga’. En los instantes finales de su cuarto disco, el cuarteto desgrana su carrera, sus miedos, sus piedras en las que tropezar favoritas y sus preocupaciones asegurando haber llegado, sin querer, a una costa en la que refugiarse. Y el vacío era el objetivo. La meta necesaria para levantarse una vez más y seguir soñando y creando y componiendo y ensayando y tocando y girando para cerrar un ciclo y volver a repetirlo y caer tras tropezar en nuestras lustrosas piedras favoritas. Trabajo bien hecho. Música para nuestros oídos. El sueño del rock n’ roll tiene un nuevo capítulo. Ya está aquí. Liher y ‘Eta hutsa zen helmuga’ ya están aquí.