Best in Travel 2022: las 10 mejores ciudades, según Lonely Planet 09 JAN. 2022 - 18:11h NAIZ Sea cual sea el origen, la historia o las creencias de cada persona, los viajes deberían ser para todos. Esa es la premisa en la que se basa Lonely Planet a la hora de elaborar el ranking de Best in Travel 2022; o, dicho de otro modo, la lista de las ciudades que más merecen ser visitadas este año. Auckland, Dublín, Mérida, Florencia, Taipei, Gyeongju, Friburgo, Atlanta, Lagos y Nicosia. Son las diez ciudades que, según Lonely Planet, encabezan el listado de los destinos que más merecen ser visitados durante este año 2022. En su nuevo ranking, como siempre, se incluyen propuestas muy variadas. Cada destino tiene su propio encanto; sus propios motivos para reclamar la atención de los viajeros. Lo que cada uno tiene que hacer es, simplemente, elegir el que más se ajuste a sus gustos. Eso sí, siempre teniendo en cuenta la evolución de la pandemia generada por el Covid 19 en todo el planeta. AUCKLAND, un istmo entre dos puertos naturales En la punta más estrecha de la Isla Norte de Nueva Zelanda se extiende Auckland. Su término municipal alberga 53 volcanes, más de 50 islas, tres regiones vitivinícolas e infinidad de playas. Auckland no es, de entrada, un destino turístico. Pasear sin rumbo por el centro no permite apreciar por qué aparece a menudo entre las diez mejores ciudades para vivir del mundo. Para saberlo hay que alquilar un automóvil o subirse a un ferri y lanzarse a explorar. Al oeste aguarda una pluvisilva exuberante y las playas salvajes batidas por el oleaje del mar de Tasmania. Al norte, manantiales geotermales, bodegas y más pluvisilva y playas. Al este, el golfo de Hauraki, sembrado de islas, hábitat de ballenas, delfines, pingüinos y algunas de las aves más insólitas del mundo, y más bodegas en Waiheke. Como la población polinesia de Auckland es numerosa –la mayor en cualquier ciudad del mundo–, la cultura maorí y pasifika impregna toda su esfera creativa y ofrece su faceta más tradicional en los enormes festivales anuales Polyfest y Pasifika.Uno de los eventos previstos en la ciudad para 2022 es la Copa Mundial Femenina de Rugby, que ya se suspendió en el 2021 por culpa de la pandemia y que la afición local espera con ganas. Auckland parece dispuesta a entrar en el mundo post-Covid con todos sus encantos intactos, pero ahora aderezados con cierta presunción patria, surgida gracias a las condiciones únicas de la tan aplaudida respuesta del país a la pandemia. TAIPEI, modernidad y tradición a partes iguales Esta ciudad se merece una pausada exploración: en ella, senderistas y ciclistas disfrutan de microclimas de día y de buenos restaurantes y bares por la noche. La capital de Taiwán es un festín urbano que dejará ahíto al viajero. Con 300 años de historia, la moderna Taipéi es dinámica pero no acelerada, y muestra una armónica mixtura de influencias chinas, japonesas, indígenas y occidentales, de modernidad y tradición. En Taipéi hay muchos templos. La ciudad es heredera del crisol de religiones y tradiciones chinas, del budismo al taoísmo y confucionismo, y de un nebuloso elenco de deidades del culto popular. Sus templos reflejan esa diversidad, con preciosos ejemplos de tejado de cola de golondrina, como el templo Longshan o el monasterio Nung Chan. Esta mentalidad integradora se extiende a otros ámbitos de la vida urbana. Taipéi está entre las metrópolis con mejor índice de inclusión espacial del mundo, por sus viviendas relativamente asequibles y su acceso a la atención médica. Y mucho antes de que Taiwán se convirtiera en el primer lugar de Asia en legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo, en 2019, Taipéi ya era la ciudad más permisiva con la comunidad LGTBIQ+ del continente. La isla de Taiwán es relativamente pequeña, pero tiene una naturaleza espectacular y una meteorología diversa. El clima va de subtropical a subártico, con zonas de vegetación que abarcan desde la costera a la alpina. Dos terceras partes de la isla son montañosas, con muchos picos de más de 3000 metros. La propia Taipéi acoge el precioso Parque Nacional de Yangmingshan, con caminos para senderistas y ciclistas y una veintena de volcanes. Aunque están inactivos, la actividad geotermal desprende un intenso olor y crea manantiales naturales, ideales para desentumecer los músculos. Los capitalinos son exigentes y están obsesionados con la seguridad y sabor de los alimentos, de modo que hasta en los establecimientos más humildes las cartas destacan el origen de sus viandas. En los famosos mercados nocturnos hay muchos puestos que llevan generaciones especializándose en los mismos platos. En la mayoría de ellos suele haber músicos callejeros, vendedores ambulantes y juegos de lanzamiento de anillas que convierten estos bazares en mucho más que una simple experiencia culinaria. FRIBURGO, encanto alemán Con calles empedradas, casas con gabletes, una antigua universidad y un perfil urbano presidido por el chapitel de su catedral, Friburgo cumple con todos los requisitos del cliché alemán. Pero que nadie se engañe: bajo esa apariencia de postal aguarda una de las urbes más vibrantes y sostenibles del país. Con muchos premios ecológicos en su haber, la carismática capital de la Selva Negra tiene mucho que enseñar para vivir de forma responsable. Friburgo ha sido pionera del movimiento ecologista en Alemania desde que, en 1975, los activistas locales impidieron la construcción de una central nuclear en las inmediaciones. Una inteligente red de transporte público, el doble de bicicletas que de automóviles e infinidad de espacios verdes son algunos de los ingredientes básicos de su cóctel ecologista. A ello hay que agregar los muchos paneles solares en viviendas, edificios públicos, iglesias y hasta en el estadio de fútbol para aprovechar la abundante luz solar de la región. Todo ello contribuye a crear la envidiable calidad de vida de Friburgo, algo de lo que sus 232 000 habitantes están orgullosos –y con razón– y que convierte a esta recoleta ciudad en un lugar cautivador. Pasear sin rumbo por el casco antiguo y conocer el ambiente despreocupado de Friburgo es un placer gracias a su amable trazado, sus plazas ribeteadas de cafés y la ausencia de coches. Después de que buena parte de la ciudad quedara destruida tras los bombardeos de la II Guerra Mundial, urbanistas con visión de futuro decidieron reconstruir el centro de acuerdo a su trazado medieval y prohibir el tráfico motorizado en él. Se puede empezar la visita en la imponente catedral gótica, Freiburger Münster, con su chapitel que se alza hasta las nubes, sus gárgolas burlonas y su intrincado portal. La luz que atraviesa los vitrales caleidoscópicos crea el ambiente de recogimiento que el interior requiere. Conviene fijarse en el altar, donde hay una obra maestra de Hans Baldung Grien, pupilo de Alberto Durero. Si la catedral es el corazón espiritual de la ciudad, el concurrido mercado de la plaza aledaña es su alma culinaria. Un festín de sabores y colores se juntan cuando las paradas se llenan de productos locales y de temporada. Y, si nos acecha el hambre, siempre podemos deleitarnos con el tentempié local de culto: la lange Rote, la famosa salchicha de la ciudad alemana. Los viajeros aficionados a los mitos y leyendas deberían salir de la ciudad y adentrarse en la vecina Selva Negra, donde cada aldea de vigas entramadas parece salida de un cuento de hadas. En cada curva de la carretera aparecerá un paisaje que provocará una sonrisa: cascadas, lagos resplandecientes, relojes de cuco del tamaño de una casa, viñedos y cafeterías que sirven la celebérrima tarta Selva Negra empapada en kirsch. Pero son el excursionismo, el ciclismo y otras actividades de bajo impacto por la naturaleza los que realmente le conectan a uno con esta tierra. Una de esas maravillas es el Westweg, el primer sendero de larga distancia de Alemania, trazado por intrépidos pioneros hace un siglo. Esta ruta de 285 km atraviesa valles y bosques, pasa por picos y lagos impregnados en leyendas. Un verdadero clásico, pero hay que estar en buena forma. ATLANTA, una joya en pleno sur de EE UU Apodada “Hotlanta” por la energía que se respira y sus veranos sofocantes, Atlanta es una ciudad que tiene pasión y activismo en sus genes: cuna de Martin Luther King Jr. y uno de los estados más disputados en las elecciones presidenciales del 2020 en EE UU. Además, cuenta con una gran oferta cultural y con innovadoras iniciativas de sostenibilidad. Atlanta está que arde, más que nunca. Atlanta, la ciudad más grande y dinámica del estado de Georgia, ha hecho su reaparición estelar como hervidero de creatividad artística, inspiración cultural y magnetismo urbano. Este ha sido el hogar de grandes músicos, desde Ray Charles a Childish Gambino. La nómina de escritores tampoco es corta, desde Margaret Mitchell, autora de la celebérrima “Lo que el viento se llevó”, a Tayari Jones, responsable de “Un matrimonio americano”, un best seller contemporáneo. Importantes estudios de cine y televisión tienen su sede en Atlanta, con un aluvión de nuevos proyectos que atraen a prometedores actores y nuevas voces del periodismo, mientras que series de éxito como “The Walking Dead”, “Stranger Things” y, claro, “Atlanta” tienen en The Big Peach ("el gran melocotón") su hogar. Y a pie de calle, proyectos de arte como Living Walls, ABV, OuterSpace, Dashboard y Notch 8 están resucitando un espíritu vanguardista con increíbles instalaciones de arte y murales enormes que alegran los espacios públicos de la ciudad. El actual dinamismo político y la vitalidad cultural de Atlanta quedan reflejados en instituciones de talla mundial, tanto antiguas como nuevas, como el King Center, el National Center for Civil and Human Rights y el High Museum of Art, que se dedican a la inclusión y la diversidad en sus colecciones permanentes y temporales. Además de sus muchos encantos, Atlanta surfea la cresta de la ola de la sostenibilidad. La ciudad ofrece un perfil urbano y una topografía únicos, pues el 48% de su superficie está cubierta de árboles. También está expandiendo su infraestructura urbana para reducir las emisiones de carbono con la llamada The Beltline, aparte de ampliar las rutas peatonales y ciclistas y las iniciativas para compartir el automóvil. Quizá más que nunca, la dulce serenata de la leyenda local Ray Charles se haga realidad: “My sweet Georgia… the road leads back to you”. LAGOS, una ciudad que requiere atención A pesar de su antigua fama, esta metrópoli ferviente y rica en petróleo de la costa suroeste de Nigeria vive un momento de auge y creatividad: una famosa escena de música afrobeat, la Arise Fashion Week, Nollywood... Cuesta creer que la tercera ciudad más grande de África fuera en su día una aldea de pescadores yoruba sita en un sistema de lagunas; de ahí que los portugueses la llamaran Lagos cuando llegaron a la zona. Luego, bajo Gobierno británico, se convirtió en el centro político, comercial y lúdico de Nigeria, y creció y atrajo a gente de todos los rincones del país hasta convertirse en la megalópolis que es hoy. Hasta 1991 fue la capital de Nigeria, y, aunque ahora el gobierno federal está en Abuja, el centro de gravedad del país sigue siendo Lagos. Hay tres zonas a explorar. La primera es la isla de Lagos, el corazón primigenio de la ciudad. Aquí se puede pasear por Bámgbósé St, conocer mercados con fruta apilada, pollos vivos y mujeres con vestidos coloridos que venden pescado ahumado. La segunda zona, Ikeja, queda cerca del aeropuerto principal y es un barrio residencial con hoteles y salas de conciertos como el famoso Afrika Shrine de Fela Kuti. Y la tercera, muy sofisticada, es la isla Victoria, sede de embajadas, galerías de arte, buenos restaurantes y playas exclusivas donde galopan caballos, el aire late con música festiva y el aroma de suya (brochetas de ternera) se mezcla con la brisa marina. Con 22 millones de habitantes, la ciudad tiene una diversidad y energía que siempre generan innovaciones culturales: Nollywood y su industria cinematográfica, Dotun Popoola y sus preciosas esculturas hechas con chatarra, Fela Kuti y el afrobeat... Para sacar partido a esta metrópoli, a veces intimidatoria, la clave es tirarse de cabeza y disfrutar y contribuir con la economía local, con una gran oferta en música en directo, gastronomía y galerías de arte. Y, sobre todo, uno no puede olvidarse de escapar de la ciudad para ver el Lekki Conservation Centre, una reserva natural que permite imaginar cómo era Lagos antes de la industrialización. La pendamia, evidentemente, ha influido en el ritmo de la ciudad, pero la vida regresa a la normalidad y el crecimiento de Lagos no muestra señales de ralentización, con nuevos proyectos como una galería de exposiciones en el JK Randle Centre for Yoruba Culture and History. En una época de turismo global expuesto en Instagram, Lagos es un destino atrevido que no se mercantiliza para atraer turistas. Es como es, con una autenticidad que lo convierte en el destino perfecto para el 2022. NICOSIA, mitad griega, mitad turca Desde 1974, la soleada Nicosia (Lefkosia), en Chipre, está dividida por una línea de demarcación vigilada por la ONU, con una mitad griega y otra turca, por lo que viven, en gran medida, segregadas. Pero, mientras la pandemia obligaba a cerrar fronteras en todas partes, aquí la reacción fue la aparición de proyectos culturales intercomunitarios que hacen más cautivadora que nunca a la única capital dividida del mundo, con su curioso crisol de culturas mediterráneas. Culturalmente europea, pero ubicada geográficamente en Próximo Oriente, Nicosia es un rico y extravagante cóctel de influencias griegas, turcas, musulmanas y cristianas donde todo vale. Pero antes de zambullirse en la animada capital de Chipre, se recomienda ir en bici al norte de la ciudad, hasta el monte Pentadaktylos (Beşparmak en turco), para contemplar en su ladera una imagen impactante: una bandera gigante –ocupa la superficie de 40 campos de fútbol– con la estrella y la media luna rojas sobre fondo blanco, creada con piedras pintadas; la bandera de la escindida República Turca del Norte de Chipre (Chipre del Norte), que ocupa la parte norte de la isla desde 1983, pero que solo reconoce Turquía. La Línea Verde divide Nicosia en dos desde la invasión turca de 1974. Cruzarla a pie supone comprobar la compleja historia de la isla y experimentar la división física entre la República de Chipre, al sur, y Chipre del Norte. Tiendas, museos, galerías de arte, plazas, terrazas de cafés donde se canta a viva voz blues bouzouki e iglesias a la luz de las velas y con iconos bizantinos en el sur dan paso a un túnel del tiempo de bazares laberínticos, mezquitas, un imponente caravasar otomano y las decadentes casas adosadas de Nicosia del Norte (Lefkoşa en turco). La restauración de monumentos históricos –fuentes otomanas, iglesias y mezquitas– realizada por arqueólogos, ingenieros y arquitectos de ambas comunidades ha sido la apuesta comunitaria del Comité Técnico del Patrimonio Cultural, financiado por la UE. Su hashtag #oursharedheritage arroja luz sobre los nuevos tesoros que verán los visitantes en 2022: se puede dar un paseo por el tiempo desde la antigua ciudad-reino de Ledra hasta los recientes años de tensión política. El Covid-19 también ha engendrado United by Sound, un proyecto en el innovador centro comunitario Home for Cooperation, en tierra de nadie desmilitarizada, que pretendía conectar a las dos comunidades y animar al diálogo a través de la música. La gran cantidad de proyectos musicales que promociona Home for Cooperation, como los conciertos en la azotea del Home Café y el festival anual de artes escénicas Buffer Fringe, son otra buena excusa para disfrutar, copa de ouzo y meze mediante, de Nicosia durante el año 2022. “DUIBHLINN”, la laguna negra El 16 de junio de 1904 Leopold Bloom salió a dar un paseo por Dublín. Puede que Leopold sea un personaje de ficción —el protagonista del “Ulises”, de James Joyce, publicado en 1922—, pero la ciudad por la que anduvo en su odisea irlandesa, con sus plazas georgianas, sus pubs tradicionales y sus amables vecinos, aún sigue ahí un siglo después. Y sus maravillas de antaño ahora se complementan con un barniz de diversidad que añade encanto contemporáneo a la capital. El centro urbano, dividido por el río Liffey y ceñido al norte y al sur por dos canales, es tan compacto y de fácil orientación como lo era 100 años atrás. En Southside están los museos, las plazas elegantes, el famoso Trinity College con el Libro de Kells, la comercial Grafton St y la Guinness Storehouse, que elabora la celebérrima cerveza desde 1759. Y, al otro lado del Liffey, Northside, zona de pequeñas cervecerías artesanas y restaurantes innovadores, acoge algunos de los edificios más señeros de la ciudad (los Four Courts o la General Post Office) y el enorme Phoenix Park. Pero el mayor tesoro de Dublín está por todas partes: su gente. Aún pueden verse personajes que Bloom bien podría haber conocido durante su paseo veraniego, pues la ciudad conserva ese espíritu que la convierten en una de las más sencillas y afables de Europa. Una población joven y culta, y el ambiente social que le acompaña, sumado a una saludable afluencia de extranjeros atraídos por uno de los principales centros tecnológicos de Europa, explica el actual dinamismo de Dublín. Esta es la capital del primer país que aprobó el matrimonio homosexual a través de las urnas en el 2015 y donde una Citizens’ Assembly analiza asuntos importantes como el aborto y el cambio climático e informa a un Parlamento que está obligado a responder. Leopold Bloom ya lo comprobó: Dublín es una ciudad cómoda para recorrer a pie, pero últimamente también lo es para hacerlo en bicicleta. Las estrategias sostenibles crearon carriles-bici provisionales por toda la ciudad y, al final, muchos han pasado a ser permanentes. Una red de estaciones facilita la labor de alquilarlas y la mitad de las bicis son híbridas eléctricas. Ahora se puede pedalear por el bonito litoral durante 10 kilómetros entre la playa de Sandymount, donde Bloom solazaba su vista ante las beldades patrias, hasta la Sandycove Tower, que aparece en el capítulo inicial del libro y hoy es el emplazamiento del James Joyce Museum & Tower. A pocos minutos de este se halla Forty Foot, una tonificante piscina de agua de mar que también aparece en “Ulises”. Antaño reservada a los hombres, hoy cualquiera puede dar el salto. MERIDA, cóctel de historia, naturaleza y vida Para tomarle el pulso realmente a la península de Yucatán, hay que olvidarse de la turística Cancún y dirigirse a la capital del estado, Mérida. Mientras se exploran las ruinas mayas, los asombrosos edificios virreinales y los misteriosos cenotes de la región, la historia, la cultura y la naturaleza cobran vida. Mérida siempre ha estado al frente de la oferta cultural de Yucatán, y la popularidad de la Ciudad Blanca crece a medida que aumentan los viajeros que buscan empaparse del rico patrimonio de la región. Casi toda la acción se desarrolla en el ajetreado centro histórico, donde nuevas galerías de arte, modernas cantinas, restaurantes innovadores y un montón de museos y eventos en directo crean un ambiente cada vez más dinámico. Los visitantes pasan mucho tiempo entre el sosegado centro virreinal y el arbolado paseo de Montejo, un escaparate de mansiones señoriales, modernos cafés con terraza y monumentos emblemáticos. Se llena de ciclistas los fines de semana, en especial los domingos por la mañana, cuando se prohíbe la circulación de automóviles. Además, el gobierno local ha ampliado la red de carriles-bici y ofrece ayudas para comprar bicicletas. La bici también es ideal para escapar a muchos lugares de interés de las afueras, como los refrescantes cenotes y las bonitas y antiguas haciendas de henequén (un tipo de agave). La cultura maya ejerce de recordatorio continuado del asombroso pasado de la región. Para conocerla, se puede empezar el recorrido en el Gran Museo del Mundo Maya, en el norte de la ciudad, con más de mil artefactos sorprendentemente intactos. Es de visita esencial antes de ir a ruinas como Chichén Itzá, Uxmal o Dzibilchaltún, que exhiben las extraordinarias aportaciones de los mayas a la arquitectura, las matemáticas, la astronomía y el arte. Para profundizar en la cultura maya, la Alianza Peninsular para el Turismo Comunitario ofrece circuitos a aldeas poco visitadas, con actividades como salidas en kayak, observación de aves y demostraciones de artesanías. El viajero, además de apoyar directamente la economía local, podrá tener una experiencia más personal con sus habitantes. Además, la exquisita cocina regional ha consolidado la ciudad como un destino gastronómico puntero. La comida es motivo de orgullo en toda la península y eso se nota en los restaurantes de la capital, en los atestados mercados y en los omnipresentes puestos callejeros, donde se sirven clásicos como los panuchos (tortillas fritas rellenas de frijoles y carne) o la sopa de lima (con tiras de pavo o pollo). Además, cada vez son más los chefs extranjeros que aportan su talento a Mérida. FLORENCIA, cuna del Renacimiento... ...y de algunas de las mejores obras de arte y arquitectura del mundo. La città d’arte, con fama de abarrotada, está acostumbrada a aquellos que buscan algo de la dolce vita. Pero, cuando la pandemia global la vació de turistas e ingresos, la capital toscana tuvo que repensar su futuro forjando, de paso, un emocionante y nuevo viaje por el arte. Excepcional hervidero artesanal y creativo desde la época medieval, Florencia ha estado bendecida por la genialidad artística desde su nacimiento. Desde el campanario de Giotto a la magnífica cúpula de Brunelleschi que corona la catedral a la gran Piazza della Signoria, el corazón histórico de Florencia late con icónicas obras maestras y con los miles de turistas deseosos de verlas. Antes de la pandemia, la capital toscana, junto a Venecia y Roma, aportaban una tercera parte de los ingresos por turismo de Italia. Una ciudad ancestral que cada vez se parece más a un parque temático... Pero que el covid 19 llevó a un parón apocalíptico. El inquieto colectivo de artesanos y creadores actuales sigue siendo la savia de la ciudad, tal y como lo fueron en los siglos XIII y XIV, cuando los gremios de mercaderes y artesanos llevaban la voz cantante. Ahora, recuperar este increíble patrimonio artístico comunitario es una prioridad de las nuevas iniciativas para descentralizar el turismo. Entre sus planes se incluyen los circuitos a pie por fuentes, arte urbano en los quioscos y lugares secretos repartidos por la ciudad para contemplar las estrellas; las visitas a estudios de arte; y excursiones guiadas hasta los montes de Bellosguardo que culminan en un centro de artesanía en el barrio de Oltrarno, donde una veintena de artistas y artesanos comparten conocimientos y creatividad en un convento del siglo XIX. Parte de la colección de arte de los Uffizi ha sido trasladada a otros espacios de Florencia y la Toscana para aliviar las aglomeraciones en el museo y apreciar mejor sus obras maestras renacentistas. Y el punto final lo pone la familia Medici. Tras seis años de incertidumbre y 10 millones de euros invertidos en su restauración, el famoso corredor Vasariano, que conecta la Galleria degli Uffizi con el Palazzo Pitti (casi un kilómetro sobre el Arno) desde 1565, reabrirá en el 2022, permitiendo seguir de nuevo los pasos de los ilustres Medici a lo largo de un pasaje escondido en lo alto del Ponte Vecchio. Esta atracción, que en su día estuvo reservada a unos pocos, va a ser otra razón para volver a visitar la ciudad. GYEONGJU, un museo sin paredes Los palacios al aire libre y los túmulos de la nobleza Silla, además de cientos de reliquias budistas que adornan una franja agreste de parques nacionales, montes y estanques con flores de loto, convierten Gyeongju en un lugar de visita obligada. Contemplar por primera vez el centro histórico de Gyeongju es como entrar en un cuento de hadas coreano. Desde aquí la dinastía Silla gobernó el este y el sur de Corea durante el primer milenio de la era cristiana, y su legado es bien visible en muchos vestigios históricos. Del año 57 a.C. al 935, Gyeongju fue la más próspera joya del reino Silla. Era el último puerto de la Ruta de la Seda marítima, un lugar conectado a imperios lejanos al que los mercaderes acudían con incienso y gemas, telas persas y oro. Hoy, entre los túmulos de hierba se verán vestigios de este rico pasado: una estatua de lo que solo podía ser un mercader árabe, cuencos de cristal de la antigua Roma y joyas de Silla con metales trabajado a la manera egipcia. Gyeongju es, realmente, un lugar para desacelerar, respirar hondo y disfrutar de la naturaleza, un mundo aparte de la frenética capital de Corea del Sur, Seúl, y de la segunda ciudad del país, la concurrida Busán. En Gyeongju se pueden apreciar piezas, en tallas rupestres, pagodas y senderos sembrados de reliquias budistas que abarcan 1.323 km2. Los rascacielos están prohibidos, lo que contribuye a disfrutar de un centro urbano bajo, a una escala más humana. Los montes de las inmediaciones esconden reliquias budistas. Durante el periodo Silla, el budismo pasó de China a Corea por Gyeongju. Objetos de esta época y del chamanismo que la precedió se pueden ver en muchos senderos de Namsan, en el Parque Nacional de Gyeongju, Patrimonio Mundial de la Unesco. Se pueden pasar días descubriendo esta espléndida fusión de historia, arte, espiritualidad y naturaleza. Igual de fantástico es el templo Bulguk-sa, la obra maestra de la arquitectura Silla. Caminar por el puente de piedra de tres ojos donde los sauces se sumergen en estanques de lotos es como retornar a una época pretérita. Aunque es un lugar frecuentado por los turistas coreanos que escapan de las ciudades más concurridas del país, en Gyeongju se ven pocos extranjeros. Por ahora. En el 2021, la estación de Singyeongju se conectó directamente a las redes del metro de Busán y Pohang. ¡Ahora los visitantes pueden ir de Busán a Gyeongju en solo una hora! Las mejoras del transporte se producen en paralelo con la conservación cultural y la planificación ecológica a largo plazo. Una iniciativa del gobierno local apoya a los jóvenes propietarios de puestos de comida callejera de la ciudad para que resuciten platos tradicionales. Cerca del parque nacional, se está tejiendo una red de turismo rural que anima a los turistas a alojarse y a ayudar a cultivar productos ecológicos los fines de semana; estas granjas de agroturismo donan sus hortalizas a escuelas y asociaciones locales. Y, en la costa, se está rehabilitando un almacén abandonado de marisco como centro comunitario para las abuelas buzo haenyo. El proyecto forma parte de un plan para proteger esta fascinante profesión, casi extinta, de la isla de Jeju en el sur de Corea. Tanto en su pasado glorioso como en sus planes de futuro para recibir a más visitantes, Gyeongju demuestra que es más que un museo sin paredes, un lugar donde el deslumbrante mundo natural de Corea puede fácilmente encandilar a todos.