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Alimentación y autismo


Los Trastornos del Espectro del Autismo (TEA) son un conjunto de alteraciones del sistema nervioso central, cuyo inicio se produce en la infancia. Más concretamente, los niños que lo padecen desarrollan un incorrecto funcionamiento neuronal que provoca una alteración de habilidades en la interacción social, la comunicación y patrones de comportamiento e intereses restringidos, lo que limita su desempeño normal en la actividad diaria.

Si traemos a este espacio el tema es porque más de la mitad de los niños y niñas con TEA –específicamente se habla de una prevalencia que va del 51% al 89%– presentan dificultades alimentarias. En términos generales, nos referimos a alteraciones conductuales relacionadas con la comida, que van desde ser muy selectivos con los alimentos o rechazar determinados alimentos, hasta manifestar otros comportamientos disruptivos que dificulten, en mayor o menor medida, el momento de la ingesta.

Estas conductas alimentarias se deben principalmente a alteraciones sensoriales expresadas a través de híper y/o hipo sensibilidad, donde ciertos sabores, olores, temperaturas, colores en los alimentos se perciben de manera diferente, resultando desagradables y provocando el rechazo de muchas comidas. Otra razón es por la hiperselectividad de algunas comidas en relación a grupos de alimentos o texturas. Sin embargo, un evento ‘traumático’, como un episodio de atragantamiento o una alteración gastrointestinal por la ingesta de un alimento concreto, así como la presencia de otras patologías como intolerancias y alergias, pueden desencadenar también el rechazo.

Todos estos desórdenes generan a su vez alteraciones del ritmo de la comida, negativa a la ingesta de sólidos, ingesta de una variedad de alimentos que puede llegar a ser muy limitada, marcados rituales alimentarios, problemas conductuales, etc.

Como consecuencia y, aunque no existe un consenso general referido a los déficits nutricionales en niños con autismo, se ha reportado que los niños con autismo comen menos verduras y comen más alimentos ricos en energía, por lo que la ingesta de fibra es inadecuada en este grupo. Asimismo, se han observado ingestas inadecuadas de micronutrientes como el calcio, hierro, zinc, potasio, cobre y vitaminas como vitamina A, vitamina D, vitamina E, riboflavina , vitamina C , vitamina B-12, ácido fólico y colina. También se ha documentado que, de forma mayoritaria, también presentan un consumo excesivo de sal.

También se ha documentado la diferencia entre la microbiota de las personas con autismo en comparación con los que no sufren esta patología y estas se han asociado a problemas de disbiosis intestinal, es decir, desequilibrio entre las especies de bacterias en el colon, problemas de absorción de nutrientes o respuestas intolerantes.

A pesar de toda esta información, y a pesar también de la existencia de algunos ‘protocolos dietéticos’ que históricamente se han estado recomendando para los pacientes con TEA, lo cierto es que no existe evidencia contundente que los respalde, por lo que hoy en día se habla de que es más sensato adaptar la planificación de las intervenciones dietéticas a las necesidades individuales para garantizar que se satisfagan las necesidades nutricionales de crecimiento y desarrollo. Además, es imprescindible un seguimiento cuidadoso del estado nutricional y los resultados positivos o negativos pertinentes a la intervención planificada.

Asimismo, la intervención en la alimentación debe de hacerse de manera rápida y temprana, para poder remitir el problema de forma precoz. Como en cualquier alteración nutricional que ocurra en la infancia, es crucial darle la importancia que tiene ya que, si no se interviene lo antes posible, puede ir agravándose hasta llegar a la malnutrición e incluso a la desnutrición, siendo entonces un problema grave que afecta a la vida activa, así como al desarrollo cognitivo y general del niño.