24 JUIL. 2022 - 00:00h Conocerse Igor Fernández Una pregunta que habitualmente nos ronda en esta sección es la de por qué o para qué hacemos las personas lo que hacemos. En un intento por comprender para así poder aprender y actuar en consecuencia, de modo que las acciones tengan un sentido tanto para nosotros, para nosotras, como para las personas con las que compartimos la vida y, eventualmente, la sociedad en general. Conocernos no implica solamente entender nuestra ‘trama principal’ –si pensamos en que somos seres históricos–, la versión oficial de quiénes somos, hacia dónde dirigimos los pasos, lo que queremos hacer, en definitiva, lo que les contaríamos a otros sobre nosotros, sobre nosotras. Conocernos implica también entender algunas ‘tramas secundarias’, otras líneas históricas que llegan hasta nuestros días e influyen y están presentes, como una melodía de fondo, en todo lo que hacemos. La historia con minúscula hace referencia al relato individual, íntimo, a veces más oculto, y uno que hace falta construir para ser compartido, porque tiene solo algunos aspectos comunes con los relatos de los demás; si bien, estos pueden ser fácilmente comprensibles y con los que se puede empatizar si se presta la debida atención. Las historias con minúscula, a medida que van extendiéndose de lo íntimo a lo compartido, y se ponen en relación unas con otras a través de hilos comunes, componen la Historia con mayúscula, un compendio de acontecimientos que destila un cierto sabor, una cierta reverberación más honda, con vocación más universal, pero que también requiere de interpretación, de observación y, por tanto, de la subjetividad de quien lo hace. En cierto modo, no es extraño notar que hay algo que descifrar de nosotros, de nosotras, individualmente, un cierto enigma que ronda sobre algunas de nuestras conductas, del mismo modo que parece que la ‘interpretación’ de la Historia parece a menudo pretender esclarecer los ‘movimientos de placas’ bajo los comportamientos de grandes grupos, a lo largo del tiempo. Todo en busca de patrones y, por tanto, en busca del retrato de la propia identidad, de la gran pregunta inicial de este texto, oculta bajo las otras: ¿quiénes somos? En un terreno más mundano, más concreto, entendernos más allá de lo que es evidente a la vista nos permite vivirnos con más solidez, sin tantos vaivenes, y sin necesidad de recurrir a explicaciones mágicas, supersticiosas o simplistas que nos mantienen vulnerables, inmaduros o impulsivos. En definitiva, nos permite ser más dueños de nosotros mismos, de nosotras mismas. Algunas preguntas que pueden ser interesantes para explorar esas tramas secundarias –que podrían perfectamente ser las principales– podrían ser: ¿qué me emociona habitualmente, qué me alegra, enfada, entristece, me da miedo…? ¿De la compañía de qué tipo de personas disfruto? ¿Qué no suelo permitir en mi presencia? ¿Qué no estaría dispuesto a perder cuando todo lo demás fuera mal? ¿Qué es lo más valioso que he aprendido con las situaciones difíciles? Y otras más delicadas: ¿qué querría que quedara tras de mí cuando no esté? ¿Cómo trato de encontrar el equilibrio cuando estoy estresado, cansado, o siento incertidumbre? ¿Qué cosas valiosas he perdido por mantener esa manera de volver a equilibrarme, a sentirme al mando de mi vida? ¿Qué tiene sentido y qué no de lo que hago diariamente con mi tiempo de vida?… Estas y otras tantas preguntas podrían funcionar como lentes de aumento, como desbrozadoras del ruido cotidiano de la rutina, para conocer quién opera entre bambalinas, detrás de los roles que ejercemos en lo oficial, en lo esperable, y cuyas respuestas nos confronten con las decisiones, las historias vividas, las pérdidas; pero también los anhelos, las necesidades, los sueños que vayan a acercarnos a vivir una vida con sentido. Conocer no es hacer, conocer no es crear, pero conocer es un encuentro con uno mismo, con una misma, que reduce la soledad de caminar a ciegas.