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Consecuencias de la exclusión dietética


Dado que el estudio ‘Tendencias de exclusión alimentaria en la población española’ ha sido de suma relevancia para la concienciación del autodiagnóstico y autoprescripción de dietas sin justificación clínica, no es posible resumirlo en un solo artículo, de modo que esta segunda parte viene a completar el artículo de la semana pasada. Y es que una parte esencial para poder tomar conciencia de lo peligrosa que puede ser esta práctica es recoger qué motivaciones tenemos para llegar a este punto y, por otro lado, qué consecuencias concretas puede tener sobre nuestro estado nutricional y, por ende, sobre nuestra salud.

En primer lugar, cabe hacerse la pregunta de por qué alguien decide que le irá mejor sin gluten o sin lactosa o ambas. Para entenderlo, podemos pensar en otro ejemplo típico de esta sociedad: la automedicación de antibióticos, esto es, la toma del medicamento por iniciativa propia, sin ningún reconocimiento médico ni diagnóstico. La automedicación con antibióticos y otros antimicrobianos es una costumbre muy arraigada, y va en crecimiento continuo, desplazando en ocasiones la consulta médica. Una consecuencia global del abuso y mal uso de estos medicamentos ha sido la resistencia microbiana.

¿Y qué razones dan los encuestados en este estudio para excluir alimentos o nutrientes? Pues un 40% reconoce, básicamente, que ha sido una decisión basada en una reflexión personal. Se recoge de manera especial que la influencia de la familia representa un 17% y los medios de comunicación tienen también un peso importante (37%) para haber tomado esta decisión.

Entonces, en segundo lugar, ¿qué consecuencias puede tener esto sobre nuestra salud? Una dieta innecesariamente exenta de gluten podría conllevar una menor ingesta de fibra, de vitaminas esenciales como la D, B12 y folatos, así como de minerales como hierro, zinc, magnesio y calcio.

Cuando la eliminación es de lactosa, podría incrementar el riesgo de ingesta inadecuada de calcio, impactando negativamente en la salud general y, de modo particular, en la salud ósea, y no porque los lácteos sean la única fuente de calcio, sino porque si lo hacemos por cuenta propia, no sabremos qué otros alimentos deben estar presentes o en mayor cantidad para aportar ese calcio. Asimismo, podemos autoprovocarnos una intolerancia real a la lactosa.

Si realizamos una dieta cetogénica, podrían producirse a medio o largo plazo efectos adversos relacionados con el aparato digestivo. Y por último, en una dieta vegetariana y vegana planificada por cuenta propia, el riesgo principal sería la deficiencia de la vitamina B12 que podría causar problemas leves o moderados como cansancio, debilidad o mala memoria, o derivar en problemas más graves como la anemia megaloblástica, problemas neurológicos, depresión o demencia.

A nivel emocional, en el caso de las intolerancias y las alergias alimentarias, las personas que las padecen también tienden a desarrollar alteraciones psicológicas debido a la ansiedad y el malestar que conlleva la dificultad de convivir con una serie de pautas, límites y vigilancia constante en el aspecto alimentario, de modo que el padecer una alergia o intolerancia alimentaria o asumir el deber de eliminar algunos alimentos puede resultar ser un agravante severo para el desarrollo, más cuando ya se padece un TCA.

En conclusión, ¿qué o quién es responsable de esta situación? La primera razón bien podría ser la gordofobia social y sanitaria, así como el salutismo a través de los que entendemos, hoy en día, el concepto ‘salud’. La segunda quizá sea que no hay profesionales en organismos y sanidad públicos con competencias para tratar estas cuestiones y realizar una adecuada educación nutricional (los dietistas-nutricionistas). O también porque nuestra sanidad está saturada y no se hacen suficientes pruebas diagnósticas y, en ocasiones, se limitan a indicar la exclusión alimentaria sin más.