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Shane MacGowan, el irlandés errante

Publicado por la editorial vasca Liburuak y bajo la firma de Richard Balls, ‘Una furiosa devoción. La biografía autorizada de Shane MacGowan’ es el resultado de recapitular la vida del líder de The Pogues. Un recorrido por el semblante más íntimo de una de esas icónicas figuras del rock and roll.

The Pogues. De izquierda a derecha: Andrew Ranken, James Fearnleu, Cait O’Riordan, Jem Finer, Spider Stacy y Shane. (Joe Bangay/Arena/PAL, por cortesía de la editorial Liburuak)

Sentado en un sofá durante las 24 horas del día viendo la televisión junto a una mesa ‘adornada’ por una botella de vino y un cigarro electrónico. Esa es la inamovible fotografía del Shane MacGowan actual y al mismo tiempo el ecosistema en el que se sumergió durante dos años el periodista Richard Balls, previo beneplácito del músico, para escribir su biografía.

Siempre supeditadas a los cambios de humor, las entrevistas con el protagonista se irían completando con declaraciones recolectadas entre muchas de las personas que han formado parte de su atribulada existencia. Un relato coral que pretende, bajo un dictado pormenorizado, desentrañar quién se escondía tras esa leyenda regada de excesos pero también de un absoluto talento artístico.

Nacido en el pueblo inglés de Pembury, un 25 de diciembre de 1957, sin embargo su extensa ascendencia irlandesa siempre prevaleció en su identidad, haciendo del pequeño condado de Tipperary –hogar de su familia– su particular paraíso terrenal, al que regresaría constantemente a lo largo de los años.

Porque aquel niño dotado de unas capacidades sorprendentes para la escritura y la lectura, también lo estaba de un perverso sentido de la ironía, condición que, junto a su desgravada figura de facciones llamativas, le convertiría en un blanco fácil para ataques y burlas. Un currículum que sumado a su pronta iniciación en el mundo del alcohol y las drogas significaron una carrera académica abruptamente interrumpida. Un escenario al que se incorporaría de forma trágica su ingreso a los 17 años en un centro de salud mental, originado por sus primeros problemas de estabilidad y adaptación.

El punk como hogar

La colección de discos de sus padres y el ambiente bucólico de su tierra ‘natal’, donde el canto y el baile eran parte indispensable en el paisaje, conformaron una base lo suficientemente sólida como para encaminarle hacia una escena, el punk, en la que se sentía por primera vez admitido, al margen de suponer el vehículo propicio para canalizar toda esa ira que se acrecentaba entre palizas recibidas, muchas veces por sus simpatías políticas republicanas y otras por su verborrea incendiaria.

Shane en tareas de guardarropa en el 100 Club, Oxford Street, con su entonces novia Merrill Heatley (Ray Vaughan, por cortesía de la editorial Liburuak)

Una aceptación que llegaría paradójicamente al hacerse famoso gracias a una portada en la que aparecía embadurnado de sangre tras haber mordido la oreja de su acompañante durante una actuación. Iba a ser otro concierto, en este caso el ofrecido por The 101ers y Sex Pistols, el que definitivamente calaría en su interior para emprender una carrera musical en la que desde el primer instante demostró una determinación inusual por salir triunfador, en el plano artístico, de ella.

Si hay elementos comunes en casi todas las declaraciones que compendia este libro son los que presentan a MacGowan como alguien encantador, reservado y con gran carisma, casi tanto como dado a los excesos y marcado por una incapacidad para afrontar los problemas, de los que siempre huía botella en mano. Adicciones que sumaría a la de encadenar parejas, en lo que parecía una necesidad por buscar compañía afectiva cercana, papel que encarnaría definitivamente Victoria Clark, con la que, incluso en sus peores momentos, ha mantenido un vínculo irrompible.

Antes de eso, los Nipple Erectors fueron el abrasivo primer peldaño de un eslabón que, paso previo a Pogue Mahone, desembocaría en la creación de The Pogues. Espoleados por el reconocimiento de una banda tan heterodoxa como Dexys Midnight Runners, la formación, sustentada junto a Jem Finer y Peter ‘Spider’ Stacy, supo integrar la virulencia del momento y la música tradicional irlandesa, características que marcarían una trayectoria en la que igualmente sobresalían unas letras con el don de aglutinar la mitología e historia de sus ancestros con un lenguaje cotidiano capaz de generar un doliente romanticismo.

Unos sorprendentes ademanes que, ya fuera por su novedoso embalaje como por su discurso, valga como ejemplo el provocativo nombre de The New Republicans que eligieron en un primer momento o su contumaz apoyo a causas como la defensa de ‘los seis de Birmingham’, tardaron en encontrar acogida, siendo el sello Stiff Records quienes les abriría sus puertas.

Pronto auspiciados por Elvis Costello, sin embargo su mayor éxito llegaría sin su compañía, con un trabajo, ‘I Should Fall from Grace with God’, de imponente repercusión donde se incluía una de esas canciones, ‘Fairytale of New York’, que ha atravesado el tiempo sin perder un ápice de su desbordante emoción.

 

Shane acostado en un ataúd durante una fiesta de fin de año de Sounds en el Dominion Theatre. Londres, noviembre de 1980 (Justin Thomas, por cortesía de la editorial Liburuak)

Un reconocimiento que tendría su episodio más afectivo cuando fueron invitados a tocar junto a sus admirados The Dubliners, lo que escenificaba dejar atrás esa frustrante falta de aceptación con que fue recibido MacGowan, señalado por supuestamente desvirtuar el legado popular irlandés con su aspecto y su música alterada. En poco tiempo habían pasado de los pequeños tugurios a llenar Wembley o el Madison Square Garden.

El abismo del éxito

Un ascenso hasta la cima que sin embargo desembocaría en una contundente crisis existencial sufrida por el cantante, en buena medida instigada por unas giras leoninas en las que la dieta de drogas y alcohol no paraba de aumentar a la vez que el sentimiento de necesitar abandonar el grupo. Tal fue el nivel de zozobra alcanzado que fue su propia hermana quien decidiría ingresarle en un centro de desintoxicación. Estancia que logró poco más que dar por finiquitada su presencia en The Pogues, papel que heredaría Joe Strummer, y poner en marcha el proyecto The Popes, bien acogido por la crítica pero que supondría un breve interludio antes de una nueva, pero no especialmente inspirada, reunión de la banda.

La siguiente vez que pisaría un centro para hacer frente a sus adicciones sería el definitivo, o por lo menos el que rebajaría sustancialmente su consumo. Antes de eso, su calendario seguiría amontonando episodios esperpénticos consecuencia de su deriva personal, incluido el trágico encadenamiento de diferentes fallecimientos a causa de los malos hábitos en su entorno cercano, algunos producidos en su propia casa.

Un hecho que colmará la paciencia de su amiga Sinéad O'Connor, quien toma la difícil decisión de denunciarle ante la policía, abriéndose solo la opción de entrar en prisión o en una clínica de desintoxicación. Nuevo internamiento que definitivamente le instalaría lejos, o por lo menos de manera continuada, del mundo musical.

Pese al aspecto que en ocasiones puede adoptar el libro de hacer acopio de lances dramáticamente extravagantes, en realidad no dejan de ser indicios para intentar descifrar el enigma de una biografía donde convive su carrera de excesos y una excelsa creación artística.

Por eso resultan especialmente emocionantes los últimos pasajes, encargados de recrear la celebración de su sesenta cumpleaños, pocos días después del fallecimiento de su madre, donde, postrado en un silla de ruedas, es homenajeado por una pléyade de artistas en reconocimiento a su trascendencia.

Shane MacGowan transmitió siempre la sensación de estar intentando silenciar sus propios diablos, y lo hizo de la única manera –o la más fácil– que encontró, rodeándose de gente y haciendo callar su conciencia a base de todo tipo de sustancias. Fue al poner fin a esa peligrosa conducta cuando también enmudeció su talento, el mismo que antepuso a su propia vida con el fin de conquistar ese Olimpo de ilustres irlandeses, convirtiendo también, probablemente sin darse cuenta, su propia persona en una leyenda del rock and roll.