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Entrevue
Ainara LeGardon
Artista, investigadora y divulgadora

«La falta de unión que existe en nuestro sector hace que tengamos muy poca fuerza negociadora»

Ainara LeGardon intercala sus inquietudes creativas con una no menos imprescindible determinación didáctica por dotar de herramientas y conocimientos a los diversos agentes del sector cultural. Cuestiones que durante este dirime en el ‘Curso sobre propiedad intelectual en las artes escénicas’.

Ainara LeGardon. (Rafa Rodrigo)

Los focos, los elogios o el respeto de la crítica son solo algunos de los elementos que conforman el hábitat de creadores y creadoras. Más allá de ese refulgente escenario, hay todo un submundo donde se agolpan las incógnitas respecto a los derechos y deberes que regulan el resultado de dicha inspiración. Un proceloso laberinto en el que Ainara LeGardon ejerce de brújula desde su propia web; escribiendo artículos; publicando libros como ‘SGAE: el monopolio en decadencia’, junto a David García Aristegui, o realizando en compañía de Alberto Cortés el podcast ‘Autoría, propiedad intelectual para ‘dummies’’. Una voz experta que también se expresa en esta entrevista con ánimo clarificador.

Ya desde sus inicios musicales, en los noventa, comienza a preocuparse por las cuestiones legales relacionadas con su propia obra, ¿qué contexto se encontró para verse impulsada a tomar esa decisión?

Mi interés por la propiedad intelectual surgió por pura necesidad. Me vi envuelta en una serie de situaciones que no comprendía bien, siendo la que colmó el vaso el uso de una de mis canciones -de la que cuento con el cien por cien de los derechos de autoría- en la película ‘Abre los ojos’, de Alejandro Amenábar, sin haber firmado ni un solo documento. En ese momento me puse a reflexionar sobre los contratos que hasta entonces había firmado sin entender las consecuencias y sobre mi vulnerabilidad por no haber firmado otros. De alguna forma he conseguido darle la vuelta a esas experiencias y convertirlas en algo positivo, transmitiendo el aprendizaje a otras personas.

¿Sigue siendo en la actualidad necesaria esa tarea divulgativa con el fin de aclarar el tablero donde se juegan los derechos de creadores y creadoras?

Sí, sigue habiendo mucha necesidad de formación en estos temas. Yo diría que incluso más ahora, puesto que el ‘avispero’ en el que se ha convertido la industria musical y audiovisual es más opaco y complicado de entender. La entrada de otros actores en el mercado de la gestión de derechos ha propiciado la ruptura de un monopolio y eso es positivo, pero también conlleva la necesidad de entender cuáles son todas las opciones posibles y cuál de ellas es más beneficiosa para cada artista en concreto.

Siempre ha defendido la compra-venta tradicional en formato físico como el método más justo frente a la opacidad que han establecido las plataformas de streaming...

El reparto más equitativo para los y las artistas es y será el que operaba en el ámbito físico: un CD o vinilo cuesta más o menos lo mismo, sea cual sea la naturaleza de éste. El reparto entre discográfica y artista estará basado en el acuerdo interno que tengan respectivamente, al igual que ocurre con el relativo al de los derechos entre autores/as y sus editoriales. En cambio, en el ámbito del streaming, las cifras no son transparentes. Operan acuerdos de confidencialidad que impiden que conozcamos exactamente cuánto se cobra por cada transmisión.

Dada la precariedad del sector, ¿es viable poder escoger para compartir la propia obra aquellas plataformas más justas o es necesario estar en todas ellas pese a la condición que ostenten?

No estar en plataformas como Spotify (o estar, pero no aparecer en listas de recomendaciones, por ejemplo) significa la condena a la irrelevancia, algo que se menciona en un reciente borrador de la Comisión de Cultura y Educación del Parlamento Europeo. Yo me encuentro en una situación privilegiada para poder permitirme esa irrelevancia, por edad, por haber vivido ya una serie de cosas en el ámbito profesional y no necesitar alimentar esos engranajes. Pero entiendo que haya artistas que quieran o necesiten estar ahí, aunque sepan que ese modelo no es justo ni transparente.

Y la aparición en su momento de las licencias libres, ¿cree que han sido bien entendidas y utilizadas de cara a crear una alternativa al mercado tradicional?

Creo que la utilización de licencias libres en el ámbito musical fue muy mal comprendida tanto por el público como por quienes las usaban. Se compaginó incluso con la pertenencia a entidades como SGAE y se desvirtuó su objetivo. A día de hoy me parece anecdótico el uso de estas licencias en el ámbito musical en general, salvo en proyectos y géneros muy específicos.

En todo este escenario aparece ahora la Inteligencia Artificial, ¿cómo valora su influencia?

Esto daría para un artículo entero, de hecho, es el asunto que más me está interesando en los últimos meses y del que estoy empezando a escribir un nuevo ensayo. La IA generativa está influyendo muchísimo tanto en las formas de producción como en los propios modelos de negocio del streaming. Tanto es así, que actualmente las ‘majors’ están impulsando un cambio en el modelo de reparto. El motivo es la disrupción producida por la inmensa cantidad de contenidos generados por IA disponibles en plataformas, que están siendo más escuchados que las artistas superestrellas. El día 12 de julio el número de canciones existentes se dobló debido a la generación de cien millones de canciones por la IA Mubert. Esto supone unas 4,8 millones de horas de nuevo contenido de audio que ahora están disponibles en plataformas de streaming. A esto se suma la existencia de ‘bots’ y de ‘falsos oyentes’ que distorsionan el número de escuchas, perjudicando a las discográficas.

¿Hasta qué punto impide la unión de autores y autoras en pro de proteger su trabajo el hecho de que para un buen número de ellos y ellas su creación no signifique su principal sustento?

Es un círculo vicioso: el individualismo y la falta de unión que existe en nuestro sector hace que tengamos muy poca fuerza negociadora y que nuestras energías se dispersen. Eso hace que profesionales que desearían estar viviendo de la música no lo puedan hacer porque no se generan las condiciones adecuadas dado que no contamos con una fuerza colectiva que no se alcanza, en parte, porque no nos va el sustento en ello y decidimos poner la energía en otras cuestiones. De todas formas, siempre ha habido artistas que han decidido optar por un trabajo estable fuera del ámbito musical para poder desarrollar su obra a su manera y sin depender de los mecanismos y exigencias de la industria; una opción vital totalmente respetable.

Otro aspecto sobre el que ha escrito mucho es el del papel de la mujer en el ámbito cultural, proponiendo un manual de buenas prácticas, ¿hacia dónde deberían ir enfocadas?

Hay que entender que la visibilización sin reconocimiento no sirve de nada, por lo que hay que favorecer la creación de referentes (nadie sueña ser lo que no conoce ni percibe como posible), apoyar las estructuras colectivas horizontales y no jerárquicas, la interacción y el apoyo grupal, la formación y la capacitación. De forma transversal, poner atención en el uso del lenguaje y de las imágenes, tratando siempre de evitar los estereotipos que se han ido apuntalando a lo largo de siglos.

Un elemento del que cada vez se habla más es el Estatuto del Artista, un proyecto que avanza tímidamente, ¿cuáles cree que deberían ser sus retos más inmediatos?

Sin duda, un sistema de Seguridad Social específico para personas autoras y artistas autónomas, que reconozca la intermitencia en el ámbito laboral, el establecimiento de tramos y cuotas asequibles, así como fórmulas para facilitar que nos podamos mantener en situación de alta. Pero mucho me temo que, dada la situación política actual, aún queda mucho para recorrer ese camino.

¿Qué reclamaría globalmente a las administraciones públicas?

Necesitamos más velocidad a la hora de implementar los cambios y no pecar de estrechez de miras. La transformación debe ser profunda y válida a largo plazo.

Tras la pandemia escuchamos decir la importancia que tiene en la sociedad el arte, ¿se han transformado esas palabras en hechos reales?

Creo que, al igual que los aplausos de las ocho de la tarde y los propósitos de un cambio de vida en el que predominara la atención, la lentitud y los cuidados, la consideración hacia nuestro trabajo quedó en mera palabrería.