17 JAN. 2024 - 06:00h Resistencia a los antibióticos: Investigación y responsabilidad contra la pandemia silenciosa La resistencia a los antibióticos es un problema de primer orden y, aunque avances como el anunciado hace unos días por Roche son motivo de esperanza, el uso incorrecto de estos medicamentos sigue siendo un lastre para atajar un problema que en 2050 podría causar más muertes que el cáncer. Infección de células pulmonares por la bacteria «Pseudomonas aeruginosa». (Pablo LABORDA (DTU BIOSUSTAIN) | EUROPA PRESS) Iker Bizkarguenaga Investigadores de la compañía Roche anunciaron hace unos días que han desarrollado un antibiótico para tratar la bacteria multirresistente Acinetobacter baumannii, una noticia que fue recibida con indisimulada alegría por parte de la comunidad científica y médica, no solo porque ofrece esperanzas a los pacientes –se trata de una de las bacterias que encabezan las listas de patógenos prioritarios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y que a menudo está presente en el entorno hospitalario–, también por las opciones que abre para hacer frente a uno de los principales problemas sanitarios de nuestro tiempo: la resistencia a los antibióticos. Conocida como ‘pandemia silenciosa’ por su alcance creciente y generalizado, la OMS, que en 2015 aprobó un plan de acción mundial sobre la resistencia a los antimicrobianos, lleva tiempo advirtiendo de que casi a diario están apareciendo nuevos mecanismos de resistencia que ponen en peligro nuestra capacidad para tratar las enfermedades infecciosas comunes, de modo que un creciente número de infecciones, como la neumonía, la tuberculosis, la septicemia, la gonorrea o las enfermedades de transmisión alimentaria, son cada vez más difíciles –y a veces imposibles– de tratar a medida que los antibióticos van perdiendo eficacia. Y alertaba en 2020, cuando parecía que no había otra noticia más que la pandemia de covid, de que «si no se toman medidas urgentes el mundo está abocado a una era post-antibióticos en la que muchas infecciones comunes y lesiones menores volverán a ser potencialmente mortales». 35.000 muertes anuales en la UE No solo el organismo sanitario internacional, también la Unión Europea, donde la resistencia a los antimicrobianos (RAM) es responsable de más de 35.000 muertes al año –se estiman más de un millón en el mundo–, se ha tomado muy en serio este asunto. En 2022, tanto la Comisión como los estados miembros la definieron como una de las tres principales amenazas prioritarias para la salud y, en lógica consecuencia, en junio de 2023 el Consejo Europeo aprobó un marco de actuación para intensificar las medidas destinadas a luchar contra ella, que venía a asentar el Plan de Acción adoptado en 2017 en este mismo sentido. Como parte de la aplicación de ese plan, la Administración europea fijó una serie de directrices sobre la utilización prudente de antimicrobianos en medicina, una serie de criterios que aspiran a reducir el uso indebido de estos medicamentos y a fomentar su utilización prudente en humanos, y que se dirigen a todos los agentes responsables de su uso o que desempeñan un papel en el mismo. Sobre todo, porque avances médicos tan esperanzadores como el conocido este inicio de año son infrecuentes y no cabe delegar en ellos la respuesta a esta amenaza. Al contrario, la responsabilidad es clave, también la de los pacientes. En este sentido, el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) difundió hace unas semanas una batería de preguntas que todos deberíamos hacernos antes de tomar un antibiótico. Una especie de manual de instrucciones para el buen uso de este tipo de medicamentos, que comienza con la siguiente cuestión: «¿Puedo tomarme un antibiótico si creo que lo necesito, aunque no me lo haya recetado un médico o una médica?». Y la respuesta, clara, indubitada, es que no. Recuerdan desde el ISGlobal que tiene que ser un médico o médica quien decida siempre el tratamiento, siguiendo su experiencia profesional y los protocolos establecidos, y destacan, por ejemplo, que «ante una infección bacteriana leve se puede optar por recetar antiinflamatorios que reduzcan los síntomas y evitar así el uso de antibióticos» o «que se puede modificar el tratamiento varias veces según la respuesta inmunitaria del paciente». Advierten, asimismo, que «en ningún caso» se pueden espaciar las tomas ni abandonar el tratamiento por cuenta propia. «Si te sientes mejor –señalan– puede que sea porque los antibióticos están funcionando correctamente, pero es esencial que sigas la pauta completa para asegurarte de que eliminas todas las bacterias que te están causando la infección». No guardar, no ofrecer «No deberíamos guardar las dosis de antibiótico que nos sobran cuando terminamos un tratamiento. Desde luego, no para automedicarnos ni para pasarlas a alguien de confianza que crea que las necesita», añade el Instituto de Salud Global en el siguiente punto, e insiste en que «siempre ha de ser un médico o una médica quien considere si es necesario tomar antibiótico y quien extienda la receta del tratamiento adecuado». Avisa, además, de que es probable que tomar un antibiótico caducado no te haga efecto, o no al menos el que deseas, ya que, apostilla, en el peor de los casos un antibiótico caducado puede causar una intoxicación. Otra cuestión recurrente cuando alguien está tomando un medicamento es qué hacer cuando te saltas, por lo que sea, una dosis. Desde el centro de investigación catalán responden que «si te olvidas la dosis de un antibiótico, bajará el nivel de este antibiótico en tu cuerpo y las bacterias volverán a multiplicarse. Esto puede conducir a que las bacterias se vuelvan resistentes al antibiótico, lo que haría perder efectividad al tratamiento», pero aun así, avisan: «no es aconsejable tomar dos dosis a la vez, podría resultar tóxico». «Lo mejor es que esperes a la siguiente toma», apuntan, y lanzan este consejo: «ponte una alarma para recordar cada toma». También se indica que en caso de estar tomando alguna otra medicación hay que informar al médico, porque los antibióticos pueden interactuar con algunos, como ciertos anticoagulantes y antiácidos, e incluso restar eficacia a las píldoras anticonceptivas. Y, por supuesto, hay que andar con cuidado a la hora de mezclar antibióticos –igual que cualquier otro medicamento, claro– con alcohol, porque por ejemplo en el caso del Metronidazol si se mezcla con alcohol puede provocar efectos secundarios, como taquicardia. Son recomendaciones simples, que parecen de puro sentido común, pero no están de más si consideramos que según la Sociedad de Medicina de Familia y Comunitaria del Estado español un tercio de los antibióticos que se consumen no han sido prescritos por un profesional, porcentaje que baja al 8% en el conjunto de la UE, pero que no deja de ser significativo. Y, como se ha dicho, las novedades en el ámbito farmacológico llevan un ritmo bastante desacompasado con el avance de esta amenaza. Un ejemplo de ello es que desde 1968 no se ha comercializado ningún nuevo tipo de antibiótico eficaz contra una clase de patógenos conocidos como bacterias gramnegativas, responsables de provocar enfermedades como gonorrea, meningitis y varios tipos de dolencias respiratorias y gastrointestinales. Otros impactos sanitarios... y también económicos El impacto de las bacterias resistentes, además, va más allá de los decesos que pueden provocar de forma directa. Y es que, tal como recordaba en junio el Parlamento Europeo, la RAM «tiene graves consecuencias para los sistemas sanitarios, tanto desde el punto de vista económico como de la salud humana, ya que, al reducir la capacidad de prevenir y tratar las enfermedades infecciosas pone en peligro, entre otras cosas, la capacidad de realizar intervenciones quirúrgicas, el tratamiento de los pacientes inmunodeprimidos, el trasplante de órganos y el tratamiento del cáncer, y da lugar a elevados costes para los sistemas sanitarios». De hecho, según la Comisión Europea, de aquí a 2050 la economía mundial podría tener que hacer frente a un coste de hasta cien billones de dólares estadounidenses. La Eurocámara señalaba que abordar este problema, que a mediados de siglo podría causar más muertes que el cáncer, «requiere un enfoque en tres vertientes que combine un uso prudente de los antibióticos para los seres humanos y los animales –su uso en la ganadería es una derivada no menos importante–, la aplicación de buenas medidas de prevención y control de infecciones, especialmente en entornos sanitarios, y la promoción de la investigación y el desarrollo de nuevos antimicrobianos y alternativas a los antimicrobianos». Y advertía de que «las acciones en estos ámbitos son complementarias entre sí y no deben justificar una reducción en ningún otro campo». El mensaje es claro y el coste de no hacer caso, evidente. Pero si algo ha demostrado el ser humano es su capacidad para hacer caso omiso a las advertencias y tropezar insistentemente en la misma piedra. Aunque tenga tamaño microscópico.