10 NOV. 2024 - 05:55h The Cure, el bello sonido de la desesperación Dieciséis años después de su anterior álbum, ‘4:13 Dream’, la banda de Robert Smith da continuidad a su carrera con un espléndido –y sumamente demorado– disco, ‘Songs of a Lost World’, que hace retumbar su formulación lírica más nihilista pero también la más imponente en el aspecto musical. El carismático Robert Smith, voz de The Cure. (Sam ROCKMAN) Kepa Arbizu Si los dolientes pero bellos versos del poeta británico Ernest Dowson ya sirvieron de inspiración para desencadenar obras clásicas como ‘Lo que el viento se llevó’ o ‘Días de vino y rosas’, ahora su romántico existencialismo ha sido fagocitado por la banda The Cure como ingrediente propiciatorio para alimentar el concepto de un álbum, ‘Songs of a Lost World’ (Universal, 2024), altamente postergado y que da continuidad, casi dos décadas después, a su última referencia. Pero más allá de la evidente concordancia entre la decadente lírica del escritor y el ánimo de este trabajo, el paralelismo se extiende en mayor grado todavía si desvelamos el relato personal del decimonónico autor, inmerso en una turbulenta deriva existencial originada por la pérdida de su madre y padre, el mismo abismo que ha vivido Robert Smith con el trágico final de ambos progenitores y sobre todo de su hermano, un llanto dramático que se desangra a lo largo de los cortes de este álbum. Un resultado que rompe cualquier ligadura con sus directos antecesores, para ir en busca de una herencia instalada en la zona noble de su discografía. Regreso a las exitosas tinieblas Pese a haber sido testado –y por lo tanto revelado al oyente más fiel– el repertorio actual en los escenarios, el inesperado, por esa constante demora a la que ha sido sometida su publicación, reencuentro con la banda británica significa desenterrar sus hábitos compositivos más talentosos. Un resultado que rompe cualquier ligadura con sus directos antecesores, provistos de una formulación más errática, para ir en busca de una herencia instalada en la zona noble de su discografía. Porque si el halo orquestal y la oscura ambientación pueden encontrar una posible alianza en ‘Disintegration’, la visceralidad de su exposición eléctrica encuentra cobijo en obras como ‘Pornography’. Títulos que nos remiten a las cúspides de una carrera que, si bien ha coqueteado en los últimos años con buscar su epílogo, dibuja –si aceptamos estar ante lo que podría ser su testamento creativo– una estremecedora y majestuosa coda final. Asumiendo que nos encontramos ante una sucesión de canciones marcadas por el sesgo biográfico de su emblemático cantante, no obstante es la segunda vez en su dilatada andadura que se encarga de la composición absoluta, una de las múltiples bondades de este repertorio reside en ser capaz de realizar una impoluta pirueta para convertir la desolación propia en un estado de ánimo compartido y extensible a un momento actual que, al igual que la esperanza de Robert Smith, se derrumba sin aparente maniobra posible para encontrar un asidero que sostenga su caída. De este modo, lo que parece ser la entonación nihilista de un solo ser, es en paralelo el lamento de todo un planeta, simbología perfectamente recogida por una bellísima portada que se sirve de la escultura ‘Bagatelle’, obra del esloveno Janez Pirnat, donde la figura humana emerge con dificultad entre una estructura rocosa, incomodando así la percepción que distinga el inicio del individuo y el de su pétreo contorno. Portada de ‘Songs of a Lost World’, nuevo disco de The Cure. Entonando la desolación Adentrarse en ‘Songs of a Lost World’, significa desde su apertura, una ‘Alone’ convertida en declaración de intenciones, embriagarse de una marmita colmada de un estremecedor pero sugerente brebaje sonoro, macerado con buena parte de la famosa idiosincrasia de la formación, donde ya cobra un papel especialmente relevante una maraña eléctrica que incluso buscará hueco para revolcarse entre el piano de la romántica ‘And Nothing Is Forever’, un intento de buscar luz en las tinieblas. Presencia prioritaria de esa estridencia guitarerra que hay que apuntarla en la lista de méritos de Reeves Gabrels, quien pese a ya estar perfectamente integrado en la banda debuta, dada la demora de la edición del disco, en estudio. Puesta de largo que en ‘Warsong’, título que resulta especialmente explícito incluso en la forma musical adoptada, se manifiesta a través de los envites propinados por uno riffs que ejercen de cañonazos dispuestos a quebrantar el silencio. Ni mucho menos los recursos estilísticos de este álbum resultan limitados ni encomendados a una baza en exclusividad, por mucho que piezas como ‘Drone: Nodrone’ sigan demostrando toda su descomunal potencialidad al esgrimir una faceta especialmente vitriólica, como si de unos Depeche Mode insuflados de energía roquera se tratase. La aportación de unas bases rítmicas que laten profundas hasta el punto de significar el jadeo que exhala ‘A Fragile Thing’ o la participación estelar de una batería que dirime a golpe de baqueta su ritmo en ‘All I Ever Am’, configurando una de esas composiciones selladas con el ADN de la banda, representan el alargado ramillete de virtudes que se esconden entre un listado de temas que nos abrazan para citarnos frente a un espíritu abatido que, en ‘I Can Never Say Goodbye’, nos postra ante un escenario lúgubre que se revuelve contra los caprichos de un macabro destino que decidió poner fin a la existencia del hermano del cantante. Aptitudes que, siguiendo el siempre aconsejable decálogo que insta a rubricar un disco con una exhibición de facultades, se citan en una extensa ‘Endsong’ que hace de su épica puesta en escena el retrato de una baldía contemplación celeste, enunciando la voz de Robert Smith la incapacidad para avistar ningún tipo de salvación o consuelo. Negación convertida en fatalista conclusión que no es sino el síntoma general expresado y desarrollado a lo largo de todo el trabajo. La gran cita postergada Las largas esperas, y sus consiguientes expectativas, no suelen ser el vehículo más idóneo para predisponernos ante la recepción de una obra. Ya sea por el peligro de sobredimensionar las esperanzas o por el tedio generado por un largo silencio, el (re)encuentro suele situarse en un terreno especialmente resbaladizo. Una indeterminación que, sin embargo, puede transformarse en todo un hallazgo cuando el resultado entregado es como el ofrecido por el nuevo disco de The Cure. Un álbum que hace olvidar cualquier desengaño previo, convirtiendo esa pulsión gótica y sombría que identifica su materialización del rock en el órgano de expresión de una congoja emocional, particular y colectiva. Adentrarse en este disco significa embriagarse de una marmita colmada de un estremecedor pero sugerente brebaje sonoro. ‘Songs of a Lost World’ podría ser el (sobresaliente) epílogo de una carrera, o el nuevo resurgimiento para una formación instalada en la irregularidad durante sus últimos años, pero más allá de cualquier intento de clarividencia, lo verdaderamente irrefutable aquí y ahora es que se trata de un trabajo imponente, un recorrido que desciende hasta las más profundas simas de la desesperación humana y ante el que es imposible no sucumbir.