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120 AÑOS DEL MUSEO DE SAN TELMO

De convento a cuartel y a espacio de culturas

El rincón bajo el donostiarra monte Urgull fue desde el siglo XVI monasterio con iglesia y claustro, bombardeado en la guerra franco-británica y expropiado después por el Gobierno español. Se reconvirtió en guarnición militar y albergó por fin al pionero Museo Histórico, Artístico y Arqueológico pasando a ser el Museo de San Telmo. Cumple 120 otoños, tras el éxito este verano con la exposición del abrazo Chillida-Oteiza.


La orden de frailes dominicos debía tener poder económico y a mediados del siglo XVI construyó en Donostia un convento que además de las dependencias para religiosos incluía iglesia y claustro. Situado a la vera del monte Urgull, lo llamaron San Telmo en honor del alias religioso de Pedro González (Frómista, Palencia, 1190-1246), capellán militar del rey Fernando III de Castilla.

González no ha pasado de beato, no está canonizado, y se le honra como patrono de marineros sin que esa figura tampoco haya sido reconocida oficialmente. Pero da nombre a ermitas como las de Barrika o Zumaia y otros muchos lugares, incluido un barrio de Buenos Aires con su futbolero Club Atlético San Telmo. Hasta existió un grupo estatal de heavy metal con su nombre.

El convento construido entre 1544-1562 es, junto a su vecina iglesia de San Vicente, el edificio donostiarra más antiguo. Ambos sobrevivieron al incendio que destruyó la ciudad en 1813 en la Guerra de la Independencia. Pero sufrió desperfectos, perdió su retablo principal, su deterioro se aceleró al ser expulsados los frailes con la llamada Desamortización de Mendizábal y fue convertido en cuartel de artillería en 1836.

La colección de estelas funerarias discoidales, de diferentes lugares de Euskal Herria, incorporada en los años sesenta, es una de las muestras más visitadas del museo. Fotografía:  Archivo del Museo de San Telmo

Nueva vida. A finales del siglo XIX la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País encabezó la creación del Museo Histórico Artístico y Arqueológico, inaugurado en 1902 entre las calles Andia y Garibai. En 1911 se trasladó a la calle Urdaneta, junto a la Escuela de Artes y Oficios y la Biblioteca Municipal, y en 1914 se creó la sección de Etnografía. Se asentó por fin en 1922 en el convento de San Telmo, que compraría el Ayuntamiento en 1928. La nueva sede se inauguró en 1932 como museo.

Tomando como fecha el año 1902, y sumando la trayectoria predecesora, la iniciativa cumple 120 años presentada como “el museo más antiguo del País Vasco”, en referencia geográfica a la Comunidad Autónoma Vasca. Porque el primero habría sido el Museo de Historia Natural de Baiona, fundado hacia 1856. Un año antes del donostiarra se habría inaugurado además, en 1901 y también en la capital lapurtarra, el Museo Bonnat-Helleu de bellas artes.

Tras la Guerra del 36, San Telmo acogió en 1948 la recién creada Sociedad de Ciencias Aranzadi. En la década de los 50 se abrió socialmente y en los 60 se incorporó la colección de estelas funerarias prerromanas, se impulsó la sala de Prehistoria y se amplió la colección etnográfica.

El lugar se cerró en 2007 para las obras del gran cambio arquitectónico y en 2011 se reabrió el nuevo San Telmo, con una intervención exterior unida al monte. La Diputación impulsó además en Irun el proyecto Gordailua, Centro de Colecciones Patrimoniales de Gipuzkoa, que alberga material de San Telmo y con el que el museo tiene una alianza de trabajo.

En sus secciones de arqueología, etnografía y pinacotecas hay muestras egipcias o precolombinas, una colección de argizaiolas, testimonios de la vida en los caseríos, de la industria metalúrgica y ballenera… Los tocados femeninos, realizados en el Museo Balenciaga, son una de las atracciones, junto a objetos como la supuesta espada del último rey de Granada Boabdil, un ejemplar de época de la Enciclopedia de Diderot o pertenencias de Miguel Joaquín Eleicegui, el “gigante” de Altzo. Tras el replanteamiento de las colecciones en la nueva reforma se añadieron productos de artes industriales y diseño: textiles, carteles, electrodomésticos, un auto Seat 600, una moto Lambretta o el monopatín Sancheski fabricado en Irun.

Imagen de la segunda etapa del Museo Histórico Artístico y Arqueológico, en el año 1911, en la calle Urdaneta, junto a la Escuela de Artes y Oficios y la Biblioteca Municipal.Fotografía:  Archivo del Museo de San Telmo

Sociedad vasca como eje. En la reapertura de 2011 fue definido como “museo de sociedad vasca” y “germen de la sociedad actual desde una visión multidisciplinar y abierta al diálogo y debate contemporáneo”. Lo siguió encabezando la licenciada en Historia, Susana Soto Aranzadi (Donostia, 1960), quien hace balance del siglo largo de andadura. «Pervivir 120 años, con la Guerra Civil de por medio, y seguir siendo un centro vivo y activo a su edad de anciano es una odisea. San Telmo sigue siendo el museo vasco, como hace 120 años, porque fue el primero de Euskadi y sigue totalmente preocupado por los temas que preocupan a la sociedad vasca».

¿Cuál ha sido el transitar de un lugar que se entendía más como muestra etnográfica y contáiner de obra a su personalidad actual? «En Canadá y Francia trabajaron mucho este modelo que se va ampliando a museos con colecciones que emanan de la sociedad. San Telmo contiene lo que se ha creado en las casas y en la industria. La colección no habla de máscaras africanas o impresionismo, sino de nosotros mismos y cómo hemos ido cambiando. No se mira solo el pasado, sino que está al servicio de una sociedad contemporánea».

Zona de la muestra sobre el caserío vasco, en el nuevo San Telmo de los años veinte. Fotografía: Archivo del Museo de San Telmo

Diversidades. En esa interacción con lo social, ¿se ha logrado que el público local incorpore la visita al museo como hábito cultural, como ir a conciertos, cine, teatro…? La responsable del centro cree que «hay un núcleo social asiduo a museos y que cumple sobre todo con el ritual de las nuevas exposiciones. Para empezar, los propios socios/as, que sobrepasan los 1.500. Hay otro público que, más allá de las exposiciones, se mueve por diferentes propuestas: talleres, actividades familiares, conferencias y debates... Es una asistencia variada, dependiendo de las temáticas, que pueden ser radicalmente diferentes».

Pone como ejemplo que «puede parecer que hablar sobre el suicidio infantil-juvenil no pinta nada aquí, pero se deriva de la exposición ‘Heriotza’ y los cambios habidos en los rituales mortuorios. Nada que ver, por ejemplo, con la próxima muestra que será sobre el exilio y la emigración y atraerá a un público diferente».

Las cifras oficiales hablan de una media de 125.000 visitantes anuales, convertida en 2016 en el récord de 156.000, por el año de la Capitalidad Cultural y la exposición “Tratados de paz”, con gran afluencia extranjera. Con la pandemia y el cierre temporal, en 2020 hubo un consiguiente bajón, que se recuperó bastante el año pasado y este 2022 es un año especial porque solo la exposición “Jorge Oteiza-Eduardo Chillida. Diálogos en los años 50 y 60” habría atraído a 55.000 visitantes.

Además de esos booms, la directora destaca la asistencia a “Hello robot. El diseño entre el humano y la máquina”, “Hitchcock, más allá del suspense” o “El viaje más largo. La primera vuelta al mundo”, del año pasado, sobre la aventura de Elkano y acompañantes. Lo que evidenciaría la diversidad de edades e intereses de los públicos asistentes.

Estancia del Museo Histórico Artístico y Arqueológico, primer embrión del futuro Museo San Telmo, que se inauguró en la calle Andia, en el año 1902. Fotografía:  Leopoldo Ducloux

Más allá de Picasso. San Telmo ha dejado caer que por exigencia de la línea expositiva puede rechazar muestras que, sin embargo, podrían aumentar las visitas. «No es cuestión de niveles», aclara Susana, «ha aparecido en prensa que no traeríamos una exposición de Picasso, pero no hablamos de nivel sino de la coherencia en la política expositiva. Cualquier proyecto es positivo y nos puede encajar la muestra de Picasso, pero si tiene que ver con esa coherencia. Está la parte artística y el discurso social. No somos un museo exclusivo de bellas artes, pero nuestra línea expositiva incluye muestras de arte. En cualquier momento podemos escoger una exposición de gran nivel de cualquier estilo como la de Chillida-Oteiza. No hacemos Gargallo o cualquier otro escultor, tenemos bastante con lo que creemos que nos compete como museo de sociedad. Puede ser difícil de explicar y requiere mucho debate».

Tras “Hello robots”, del museo alemán Vitra, la directora se preguntaba si, con las lecciones de la pandemia, podría ser la última gran exposición importada. «Con el covid nos quedamos sin público o solo con el local. Vimos que si no programas, muchas entidades, empresas o profesionales empiezan a morir. Nos hizo reflexionar sobre la importancia de que las organizaciones culturales locales seamos conscientes de que tenemos que alimentar esa red profesional. Debemos seguir trabajando en la línea ligada a lo cercano, quizás más que antes. No eliminando proyectos como el de los robots, donde participamos varios museos internacionales, pero incorporando más producciones propias, con un compromiso más fuerte con nuestro entorno cultural».

Tela de araña. La irrupción del Guggenheim, la creación de nuevos espacios como Artium o Tabakalera o la renovación del Bellas Artes bilbaino, Chillida Leku, Kubo Kutxa, Koldo Mitxelena, Museo de Navarra, Museo Oteiza, Centro de Arte Contemporáneo de Huarte, Euskal Museos de Bilbo, Museo Marítimo donostiarra, las Casas de Cultura, las galerías privadas… son una amplia tela de araña expositiva. ¿Existe confluencia o colaboración en el sector?

Parte del colectivo de gente empleada en San Telmo, fotografiada este octubre en el claustro del museo. Fotografía: Andoni Canellada | FOKU

«Intentamos repartir papeles para no duplicar esfuerzos y que las distintas áreas estén bien asumidas», explica Susana. «En nuestro caso no es complicado porque en San Sebastián no hay museo de bellas artes, arqueológico, histórico, etnográfico… San Telmo tiene por principio todas esas misiones y en su historia ha mantenido una relación estrecha con los artistas del entorno. Esa historia pesa y seguimos aumentando nuestro patrimonio de creación vasca».

Concreta además que «desde hace tiempo tenemos acuerdos y contactos permanentes, por ejemplo, con Kutxa Fundazioa, entidad con la que podía haber más roces. Con otros centros hay menos cruces: Tabakalera es centro de cultura contemporánea, Koldo Mitxelena se enfrenta a su remodelación y volveremos a hablar cuando reabra... El resto son sobre todo museos de arte y el papel de las bellas artes está perfectamente distribuido en el País Vasco. Nosotros, sin renunciar a nuestra parcela de arte, somos otra cosa».

Turistas, jóvenes y otros públicos. El Guggenheim, que cumple 25 años, se abrió como franquicia con una clara apuesta por atraer visitantes externos. Un fin bien cumplido porque el centro junto a la ría bilbaina habría tenido “casi 25 millones de visitas”, según cifra oficial. En la reapertura de San Telmo pareció también apostarse por esa lógica cuando se contemplaba una primera categoría formada por el turismo.

Maqueta de la última gran remodelación, a comienzos de esta década. Fotografía:  Archivo del Museo de San Telmo

Con la polémica sobre su masificación y efectos, lo turístico es hoy motivo de debate. ¿Cómo actualiza su discurso el centro de Alde Zaharra? «No sé si lo transmitimos así en su momento», reflexiona su responsable, «porque el turismo nunca ha sido un primer objetivo como público. Pero de mayo a octubre la ciudad se llena de turistas y muchos visitan museos. Es un público fundamental de verano, les resulta atractivo conocer nuestra historia y cómo hemos evolucionado y agradecemos muchísimo que vengan. Se refleja en el libro de visitas con mucho extranjero dando las gracias. Pero la línea de programación evidencia que no trabajamos tan exclusivamente para el turismo. Y más en este momento de redes, con una información tan rápida y líquida, estamos para aportar reflexión sobre lo que nos preocupa: suicidios, desahucios, exilios, la guerra de Ucrania… Con un lema que sería ‘rigor, rigor y rigor’».

En otro obligado campo de reflexión, ¿el museo es cosa de adultos o se ha conseguido una ligazón con los centros educativos que lo abra a la juventud? «Nos cuesta trabajar ese sector. Depende mucho de los sistemas educativos. Tenemos público escolar, de la ESO, como una salida más de las que hacen al Aquarium, Chillida Leku… Pero a partir de una edad como bachiller los grupos son más escasos. Enviamos la invitación a todos los centros y constatamos que con esa misma edad hay grupos que vienen de Iparralde, muchas veces sin avisar. Que venga gente más joven depende lógicamente de lo que plantees. Se notó en la exposición de los robots, con ‘Black Is Beltza’ o en su día con ‘Badu Bada. El euskera en un mundo multilingüe’. Pero no es tan fácil ese tipo de programación. Hacemos algunas actividades, intentamos tender ganchos, igual que con otras edades, pero no es un público que nos resulte fácil».

Espacialidades. Cuenta San Telmo con espacios exteriores especiales como la amplia plaza Zuloaga, con permanente algarabía infantil y joven, cines y terrazas. Por el este converge con otro espacio social, la plaza Trinidad, incluido su frontón, y donde las viejas estancias religiosas sirven hasta de backstage para espectáculos.

Con el nuevo edificio anexo al monte se diseñó una interacción arquitectónica, proyectada por los creadores Leopoldo Ferrán-Agustina Otero, de una pantalla metálica perforada que soportara plantas trepadoras que rodearan el edificio. Fue definida como una intervención inusual en el espacio público porque se fundiría con la vegetación del monte y reaparecería como un muro inacabado. Pero no parece haber funcionado.

La donostiarra Susana Soto Aranzadi dirigió el museo durante su gran remodelación final y celebra este otoño los 120 años de aniversario. Fotografía: Andoni Canellada | FOKU

La directora sonríe cuando reconoce que el proyecto «se vendió así y nos va a acompañar durante años». Pero lo defiende: «la fachada me encanta; aún con la situación actual de la parte vegetal me parece un éxito y Leopoldo-Agustina y los arquitectos tienen mi felicitación. Combinar una nueva fachada con la histórica del convento, el muro de San Vicente y el monte, y que no resulte agresiva, es un logro. Más allá de eso, se creó la expectativa de la pared vegetal. Pero en lo arquitectónico había sobre todo una idea de representar la erosión de la piedra en el monte, no tanto la vegetación. Se hicieron pruebas con plantas muy pequeñas, casi algas, que salen en las areniscas de ese monte, pero no funcionó. Su mantenimiento era difícil y se optó por plantas más convencionales. Pero, con vegetales o no, el diseño de esa pieza escultórica para el edificio contemporáneo fue exitoso».

De límites y futuros. La pandemia sacudió el mundo y sus instituciones. San Telmo no sufrió mayores consecuencias organizativas, pero sacó reflexiones. El presupuesto económico ha seguido manejando casi cinco millones anuales, principalmente de subvenciones públicas (Ayuntamiento, Diputación, Gobierno de Gasteiz), más patronos, venta de entradas, alquiler de espacios… Su responsable subraya que no es objetivo del centro «crecer, y crecer; el mundo nos está enseñando que hay que encontrar los límites de tus objetivos».

¿Hablamos de decrecimiento? «No diría que no. Conservar la media de presupuesto, servicio y oferta a la comunidad. Trabajar más proyectos desde dentro, con los límites del tipo de ciudad pequeña, pero sin otros museos, con turismo… Siempre puedes crecer, pero en estos once últimos años se ha logrado una estabilidad que ojalá se mantuviera al menos durante otros tantos, acompañando la evolución de la propia sociedad».

detalle de una de las esculturas del “Apostolado de Arantzazu”, de Jorge Oteiza, que se expuso este pasado verano en la muestra “Jorge Oteiza-Eduardo Chillida. Diálogos en los años 50 y 60”. Fotografía: Maialen Andres | FOKU

La crisis del covid evidenció en todo caso que ¿se puede vivir sin museos?, ¿que la realidad virtual irá reduciendo la asistencia presencial? Susana concluye: «Que existan el streaming y la web es un éxito para tener más accesible el contenido. Pero la pandemia ha reforzado quizás la necesidad de estar presente y después ir a tomar algo comentando lo visto o escuchado. Asistir a un museo tiene un desarrollo de sentidos que van más allá de la vista y el oído. Fíjate esas 55.000 personas que se han sumergido en el laberinto de esculturas de Chillida y Oteiza. Eso no lo sustituye el metaverso o la visita virtual, aunque lo veas en 3D y por todas sus caras. Es una percepción en la que todos los sentidos interactúan con el edificio y eso no tiene sustitución».

Y remata: «Otra parte es la social; las bibliotecas, museos, salas de exposiciones... son centros de una interrelación social que antes ocurría en la plaza del pueblo. Todo eso puede estar en Internet, pero no es lo mismo. Y sobre todo, un museo decide y conserva nuestro patrimonio material y eso no puede desaparecer porque nos quedamos sin forma de representarnos en el futuro. Así que larga vida a nuestro San Telmo».