Una de las ciudades balnearias más importantes de la Unión Soviética, que atendía a cientos de miles de trabajadores soviéticos todos los años, quedó súbitamente abandonada tras la disolución de la URSS. Hoy, sus magníficos edificios en ruinas, desgastados por el tiempo, recuerdan un pasado glorioso que se resiste a desaparecer.
Sanatorio Gelati, de arquitectura neoclásica. (Oscar Espinosa)
El derecho al descanso de los trabajadores estaba recogido en la Constitución de la Unión Soviética de 1936. En su artículo 119 se garantizaba este derecho con «la institución de vacaciones anuales con pago completo para trabajadores y empleados y la provisión de una amplia red de sanatorios». Catorce años antes, el código laboral de 1922 ya había establecido que cada trabajador tenía derecho a dos semanas de vacaciones pagadas al año y centenares de sanatorios se empezaron a construir a lo largo del extenso territorio que conformaban las repúblicas socialistas soviéticas. Estos establecimientos, concebidos como una combinación de balnearios y centros médicos, servían para que los trabajadores acudieran a descansar y a recuperarse, favoreciendo así a optimizar su productividad.
En Georgia, el país natal de Stalin, se fraguó una de las principales ciudades-balneario de la Unión Soviética. Los manantiales minerales de radón que se encuentran en el subsuelo de Tskaltubo -situada al sur de la Gran Cordillera del Cáucaso, cuya temperatura natural de 33 a 35°C permite utilizar sus aguas sin necesidad de calentarla previamente-, pusieron a la localidad en el foco. En 1920 se nacionalizó el territorio y, cinco años más tarde, se construyeron las primeras instalaciones. En 1931, un decreto del gobierno de la República Socialista Soviética de Georgia designó a Tskaltubo como un complejo de spa premium y centro de balneoterapia. En 1933 empezó la ejecución de un ambicioso plan de desarrollo del balneario que disponía sus infraestructuras en círculo alrededor de la zona de los manantiales curativos, el cual fue complementado con otros dos planes maestros en las décadas de 1950 y 1980. Desde finales de la década de 1920 hasta finales de la década de 1980, se construyeron varios hoteles, 9 casas de baños, 22 sanatorios y un centro de investigación hidromineral, siendo muchos de ellos auténticas joyas de la arquitectura soviética.
Casa de Baños nº 8 del Balneario de Tskaltubo. Oscar EspinosaVestíbulo del Metalurg. Oscar Espinosa
Durante sus años dorados, cientos de miles de visitantes llegaban a Tskaltubo, que fue declarada ciudad en 1953. Una línea de tren la conectaba directamente con Moscú. Aparte de los trabajadores que acudían con sus putevki o vales que les expedía un médico para recibir su tratamiento gratuito, la ciudad-balneario se convirtió también en uno de los lugares de vacaciones más populares para la élite soviética. El auge de la industria balnearia en Tskaltubo conllevó años de mucha prosperidad y en cinco décadas su población llegó a quintuplicarse hasta llegar a los 21.000 habitantes, según el último censo soviético de 1989. Pero el panorama cambió drásticamente a partir de diciembre de 1991 con el colapso y disolución de la URSS. De la noche a la mañana, Tskaltubo dejó de recibir visitantes, la actividad cesó y los majestuosos edificios quedaron desiertos, aunque no por mucho tiempo. Un año más tarde, en 1992, la mayoría de los edificios abandonados que ya habían empezado a deteriorarse empezaron a recibir miles de refugiados que huían de la guerra en Abjasia. La ciudad-balneario se transformó entonces en refugio temporal de unos 10.000 desplazados internos que fueron alojados en los antiguos sanatorios. Una temporalidad que se alargó treinta años.
HABITANTES ACTUALES
Ahora, el silencio y la vegetación se apoderan de la mayoría de estas decrépitas moles de hormigón, piedra y mármol. Mientras se van desmoronando, unas pocas familias resisten entre escombros y basura. «Llevo casi media vida viviendo aquí», dice Elguja Kovalini, de 65 años, que llegó con 34 años con su mujer y sus dos hijos pequeños huyendo del conflicto de Abjasia. La familia Kovalini se instaló en el Sanatorio Tskaltubo, uno de los más antiguos de la ciudad. El edificio principal de tres plantas en forma de U fue construido en 1931 y, posteriormente, entre 1967 y 1971, se añadieron dos alas más para albergar más habitaciones al entonces floreciente negocio termal. Habitaciones que más tarde sirvieron para alojar hasta 765 familias desplazadas, procedentes en su mayoría de Gagra, donde permanecieron durante tres décadas esperando que finalizara el conflicto para poder volver a sus casas. No fue hasta 2021 cuando muchas familias desplazadas recibieron nuevos apartamentos. «Hoy solo quedamos 12 familias en el sanatorio», explica Elguja desde una de las antiguas habitaciones del sanatorio reconvertida en vivienda. «No ha sido fácil, nunca imaginamos que estaríamos tanto tiempo aquí, pero hoy es nuestro hogar», añade.
No muy lejos de ahí, en otra ala del mismo sanatorio, Gia Bakradze, de 60 años, está controlando el alcohol casero que prepara en una de las habitaciones. A medida que sus vecinos se han ido marchando, él y su mujer han ido cogiendo más espacio y ocupan todo un pasillo del antiguo sanatorio que hoy está prácticamente vacío. Varios gatos acurrucados duermen en el pasillo decorado con plantas de los Bakradze. «Ahora que todos se han ido, nosotros cuidamos de los gatos de la zona», dice Gia mientras acaricia a uno de ellos, «aunque supongo que a ellos también les queda poco tiempo aquí».
Tres vistas del sanatorio Metalurg. Oscar Espinosa
INVERSORES PRIVADOS
Y es que desde hace más de una década se está intentando recuperar el viejo esplendor de Tskaltubo para convertirlo de nuevo en el centro turístico de hidroterapia de referencia que fue antes de la caída de la Unión Soviética, empezando con la rehabilitación del parque central donde se encuentran los manantiales. En la última década, los sucesivos gobiernos han ido presentando varios proyectos de desarrollo siguiendo la línea de los planes maestros ideados en la época soviética para atraer inversores privados que se encarguen de revivir la ciudad balneario. El Estado georgiano puso a la venta los 22 sanatorios, primero en 2013 y, en un segundo intento, en 2018, pero, a pesar de que varios fueron adquiridos por empresas de inversión extranjeras, no se llegó a concretar nada, ya que el Estado todavía no había resuelto la reubicación de los desplazados internos instalados en los antiguos sanatorios. En 2022, después de que finalmente se hubiera ofrecido una salida a la gran mayoría de las familias abjasias desplazadas que habían vivido en condiciones muy precarias durante décadas en los sanatorios, el Ministerio de Economía presentó un nuevo proyecto de inversión llamado “New Life of Tskaltubo”, en el que se anunciaba la privatización de los 14 sanatorios que todavía no habían sido vendidos con anterioridad por valor de 50 millones de laris georgianos (casi 17 millones de euros).
Sanatorio Tskaltubo, construido en 1931. Oscar Espinosa
Sala de conciertos del Sanatorio Imereti, levantado en 1961. Oscar Espinosa
NUEVOS DUEÑOS
Probablemente Gia no va muy desencaminado en su suposición ya que, tras unos cuantos intentos de venta fallidos, en septiembre de 2023 una empresa de Qatar adquiría por 2,6 millones de laris (unos 880.000 euros) el antiguo Sanatorio Tskaltubo donde todavía hoy viven él, Elguja y otras diez familias. La venta conlleva la obligación de realizar una inversión de más de 7,8 millones de laris (unos 2,6 millones de euros) en un plazo de cinco años. «Aunque nada es definitivo, ya ha habido otros casos en los que el comprador no ha cumplido con sus obligaciones y el Estado ha recuperado la propiedad», dice Gia, refiriéndose al Sanatorio Meshakhte, un impresionante edificio de 1952 completamente abandonado que fue privatizado en 2015 por 2,5 millones de laris (unos 845.000 euros) con la condición de que su nuevo propietario de los Emiratos Árabes Unidos desarrollara un hotel de 5 estrellas antes de 2018 y que volvió al Estado en 2023 por el incumplimiento del contrato por parte del inversor.
Aunque algunos de los sanatorios privatizados ya han empezado sus trabajos de rehabilitación, como el Sanatorio Tbilisi, un prominente edificio de 1951 custodiado por dos esculturas de grifos tetramorfos, a día de hoy aún quedan por vender más de la mitad de los sanatorios, a pesar de que salen a subasta continuamente desde agosto de 2022.
Fachada del sanatorio Rkinigzeli. Oscar Espinosa
De uno de los sanatorios que ha sido prácticamente devorado por la maleza se escapan risas de niños. El pequeño Saba, de 6 años, patea un balón por los enormes pasillos desiertos y en penumbra del Sanatorio Rkinigzeli mientras su hermana pequeña Nía, de 3 años, lo persigue entre carcajadas. Hoy son los únicos niños que viven en este escenario fantasmagórico al que ellos conocen como su hogar. «Cuando yo era pequeña había muchos niños», cuenta su madre Irina Bondarevi, de 39 años, que también se crió en este mismo lugar, ya que apenas tenía 9 años cuando llegó con su familia huyendo de Abjasia. «De las 500 familias que habían llegado a vivir aquí hoy solo quedamos tres», explica Irina, quien todavía no ha recibido una vivienda donde poder mudarse definitivamente con sus padres, su marido y sus hijos.
Ajenos a lo que les rodea, los pequeños continúan sus juegos por el exterior del ruinoso edificio de cinco plantas construido en 1954. Con una ubicación privilegiada frente al parque donde brotan las aguas termales, el sanatorio recibía durante su época más próspera hasta 350 pacientes y albergaba laboratorios médicos y de diagnóstico especializados en enfermedades cardiovasculares. Cruzando la carretera, un camino escondido conduce a través de una zona boscosa hacia otro sanatorio abandonado, el Metalurg. Un imponente edificio de cuatro plantas de 1957, con una enorme ventana de cristal en forma de arco que realza la entrada exquisitamente ornamentada con piedra tallada, y que fue declarado Monumento del Patrimonio Cultural de Georgia en 2021.
Tania Jan llegó al Metalurg hace 32 años con sus hijos. Oscar EspinosaTambién entonces llegó allí Mindadze Gurau con su esposa. Oscar EspinosaIrina Bondarevi, con sus hijos en el Sanatorio Rkinigzeli. Oscar EspinosaGia Bakradze se refugió en el Tskaltubo hace 31 años. Todos ellos huían del conflicto de Abjasia. Oscar Espinosa
«Ya solo quedamos 13 familias viviendo aquí», dice Tania Jan, de 60 años, que se instaló en el Sanatorio Metalurg en 1992 con sus tres hijos después de que su marido muriera luchando en el conflicto de Abjasia. «Llegamos a ser 700 familias», añade su vecino Mindadze Gurau, de 60 años, que también hace más de treinta años que vive en este edificio abandonado junto a su mujer, «y durante décadas entre todos hemos mantenido este lugar lo mejor que hemos podido, pero ya no nos queda mucho tiempo y se cae a pedazos». El Metalurg es uno de los sanatorios que mejor se ha conservado, a pesar de que también fue desvalijado como todos los otros. Sin medios para subsistir, los desplazados de Abjasia que se instalaron en los sanatorios quitaron muchos de los elementos a los que podían darles un nuevo uso o que podían venderse, como los muebles, lámparas, radiadores, bañeras o azulejos que no habían sido saqueados antes de su llegada, e incluso utilizaron los elegantes suelos antiguos de madera como leña para cocinar y calentarse.
Quedan muy pocos refugiados en los sanatorios abandonados de Tskaltubo como Tania, que se resiste a irse. «De momento no nos han ofrecido otra opción mejor a esta», dice desde el majestuoso vestíbulo del Metalurg que todavía conserva la lámpara de araña y las barandillas de madera y hierro forjado originales, «y no podemos permitirnos pagar otra vivienda, así que dentro de poco no sé qué va a ser de nosotros, otra vez...». La gran mayoría, pero, sí han sido realojados y ya se han iniciado los trabajos de reconstrucción de algunos de los edificios en decadencia de esta singular ciudad balneario que lucha para abrirse paso en un nuevo capítulo más próspero de su historia, la “Nueva Vida de Tskaltubo”.
Entre la vegetación, un largo camino pavimentado con pequeños tramos de escaleras conduce a la monumental entrada principal del Sanatorio Medea, que en 2021 fue declarado Monumento del Patrimonio Cultural de Georgia. Oscar Espinosa
En el proyecto de inversión “New Life of Tskaltubo”, se anunciaba la privatización de los 14 sanatorios que todavía no habían sido vendidos con anterioridad, por valor de 50 millones de laris georgianos (casi 17 millones de euros)