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OLA DE FRÍO SIBERIANO

Congelados por efecto del calentamiento


Puede que los escépticos del calentamiento global no lo quieran admitir, y que incluso algunos se lo tomen a broma, pero, según los expertos, la ola de frío polar con la que Europa se adentró en el 2017 sí está relacionada con el cambio climático. Dicho de forma simple, el planeta se calienta, se acelera la fusión del hielo ártico y se producen fenómenos metereológicos extremos: entramos en enero con unas temperaturas anormalmente bajas en el norte de Europa, de -5 a 15° C por debajo de lo normal en estas fechas.

 

Hay que reconocerlo: esta imagen de la Acrópolis de Atenas es de postal, aunque su belleza esconde una realidad muy dura, no en vano el frío se ceba en la población más desfavorecida: en los sin techo, en los afectados por el empobrecimiento energético –sobre todo en zonas templadas, poco preparadas para estas temperaturas glaciares–, y en los refugiados que se agolpan en los campos de Grecia, Serbia o Italia, a cuya situación de pesadilla se ha sumado el frío. Pero la nieve también tiene su lado romántico, como casarse en plena nevada en Estambul; su aspecto incómodo, como para esta «estatua viviente» de Times Square; o exótico, como ver el sur de Italia convertido en Siberia.

Fotografía:
Louisa Goulimaki, Karl-Josep Hildenbrand, Eduardo Muñoz Alvarez, Federico Gambarini, Yasin Akgul y Raffaele Pontrandolfo

La primera semana del año las masas de aire polar que bajaron de Escandinavia hacia el centro del continente provocaron que el mercurio bajase vertiginiosamente: el 4 de enero, se registraron -32,4° C en Kautoeino (Suecia) y -56,6° C Delyankir (Siberia); y el día 7, por poner un ejemplo, llegaron a los -29,9° C en Moscú, que vivió la Navidad más fría desde 1987. Ver bajar el hielo flotando por el Danubio era todo un espectáculo, como el que disfrutaron estos curiosos desde debajo del puente de Margarita, en el centro de Budapest; o también acercarse hasta las cascadas de Mirusha, congeladas cuando las temperaturas bajaron a -20° C en Kosovo. El blanco igualaba, a su vez, lugares tan dispares como Estambul o el este francés.

Fotografía: Attila Kisbenedek, Armend Nimani,Yasin Akgul y Frederic Florin