7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Entre dos aguas


La coherencia es, a menudo, una preocupación para quien se afana en seguir sus decisiones ante la incertidumbre, en trazar una línea nítida para sí mismo o para sí misma que guíe de forma consistente su avanzar por la vida. La cuestión es que, a veces con más frecuencia de la que nos gustaría, el guion da un giro inesperado, no planificado, que nos pone en la tesitura de tener que elegir sin coordenadas claras, sin certezas. En esos casos, también a menudo podríamos decantarnos por cualquiera de las dos o más opciones que nos imaginamos serían adecuadas, sin que ninguna de ellas parezca tener más peso que otra.

Podríamos hacer, como dicen en las películas, una lista de pros y contras de cada opción y decidir «racionalmente» por la que más pros tiene, o por la que más nos conviene. Sin embargo, si hemos estado alguna vez en una situación así, normalmente el resultado no es tan apabullante y, aunque lo sea, elegir la opción ganadora no es una elección dulce, ya que tenemos la sensación de perdernos algo relevante. También podríamos escoger moralmente, según lo que «mejor me viene», «lo que se espera de alguien como yo», «lo que yo espero de alguien como yo», o «lo que me toca», pero también así tenemos dudas. El resultado de cualquiera de los devenires es que la tensión va aumentando, al tiempo que nos sentimos ambivalentes y el conflicto interno aflora, a menudo, con sufrimiento.

Algo importante a tener en cuenta para que, por lo menos, el sufrimiento y la obsesión disminuyan y podamos pensar mejor. Es que quizá nos estamos empeñando en elegir una sola opción y extirpar todas las motivaciones que hacen atractivas cualquiera de las otras. Y decir esto es como decir que solo tenemos una faceta, que solo y siempre nos interesan las mismas cosas, estamos en el mismo estado, queremos lo que quisimos... algo así como si solo nos relacionáramos con el mundo de una manera, y eso no suele ser así.

Tenemos facetas diversas: jugamos, planificamos, nos sacrificamos por algo mayor, lloramos, hacemos el amor, nos obcecamos, cargamos con lo que no nos pertenece, somos asertivos y débiles… Todo según las circunstancias, la compañía o el momento. Sería una locura pretender no sentir lo que sentimos que nos interesa o motiva, aunque esto parezca contradecir otras facetas de uno mismo. Admitir que podemos querer una cosa y otra que parece contradecirse no es tan distinto a desear y tener miedo al mismo tiempo, aunque podamos tener buenas razones para ambas. De hecho, para tomar la mejor decisión, la más conservadora o la más arriesgada, la más egoísta o la más altruista, la más inmediata o la que se posterga, debemos dar valor a lo que en nosotros nos impulsa a la una y a la otra, y la conjunción no es adversativa. Ese «y» es muy importante, porque implica comprensión hacia nuestra complejidad y las necesidades que tenemos.

Quizá queramos dar un salto adelante, dejar nuestro trabajo y emprender una nueva andadura y, al mismo tiempo, construir estabilidad para el futuro. ¿Es por ello que tenemos que obviar nuestra necesidad natural de seguridad o de estímulo para tomar la buena decisión? Somos ambas y, apreciando ambas, quizá la emoción que nos mantiene atrapados se diluya y podamos decidir con naturalidad. En definitiva, que lo que queremos caiga por su propio peso sin el miedo a fallar. Quizá tampoco debamos apresurarnos, obligarnos a tomar una decisión ya, o si tenemos prisa, quizá sea beneficioso hacer lo anterior cuanto antes. Al contrario de lo que popularmente pensamos, la emoción no es un producto sobrante en nuestros procesos de decisión; el miedo o el entusiasmo siempre hablan de necesidades reales en nosotros que tratan de satisfacerse aprovechando la coyuntura de un cambio inminente.