7K - zazpika astekaria
PANORAMIKA

Documentar


En varias ocasiones estas líneas han sido portadoras de un discurso desde el que atribuimos a la fotografía un protagonismo inapelable en el desarrollo visual de nuestro tiempo. Su capacidad de formar parte de las grandes disciplinas, pero sin perder de vista la relevancia de su papel en la creación “amateur”, la convierten en una forma de expresión capaz de aunar diversas capas de complejidad. En la época del “selfie” y de “Instagram”, o lo que es lo mismo, de la autorrepresentación y la difusión de información visual inmaterial sin ninguna apariencia de trascendencia o conservación, la captura y el botón disparador siguen manteniendo viva la magia del sonido del obturador que los smarthphones imitan desde el mundo digital. Entendida como una extensión de nuestro propio ojo –o quizás hoy en día como una prótesis de nuestra mano– la cámara siempre evoca la subjetividad del que dispara, un contraplano que aporta al resultado una dimensión tan invisible como determinante. Es por eso por lo que la fotografía llega a proponer una experiencia inmersiva desde el primer barrido que hacemos con la mirada. Situarnos en el lugar del que enfoca, encuadra y decide nos hace conscientes de que cada una de las imágenes a las que nos enfrentamos pertenecen a un mundo, a un momento.

Las dos reseñas que presentamos hoy muestran precisamente este grado de compromiso con la realidad en la que la objetividad es imposible y tal vez innecesaria. La presencia de sus autores se hace notar como parte de un contexto vivo que el paso del tiempo nos hace releer como un pasado que heredamos, transformamos y seguimos viviendo. A veces tan próxima como lejana, tan icónica como desconocida convirtiéndonos en testigos privilegiados de un “click” que si bien irrepetible, perdura en el revelado que hoy se cuelga en las paredes.

Todo lo anterior se hace presente en la exposición que la Sala Rekalde de Bilbo aloja hasta el 6 de mayo. Bruce Davidson (Estados Unidos, 1933) se sumerge en la cotidianeidad de una sociedad que soporta sobre sus hombros la realidad más cruda e implacable. Desde la complicidad es capaz de dar buena cuenta de un mundo en el que desborda la fragilidad de sus habitantes, la precariedad como única subsistencia y el margen como zona desde la que actuar. Miembro de la Agencia Magnum desde 1958, una de las primeras cooperativas del mundo de la fotografía constituida entre otros por Robert Capa, es ahora protagonista indiscutible de una amplia retrospectiva que recoge 50 años de dedicación e implicación.

Imprescindible para entender la historia de la fotografía del siglo XX es la muestra que la sala Kutxa Kultur, situada en el edificio Tabakalera de Donostia, dedica hasta el 25 de marzo a la creadora estadounidense Benerice Abott (Estados Unidos, 1989-1991). 82 piezas divididas en tres líneas que consiguen abarcar gran parte de las inquietudes creativas de Abott entre las que encontramos los retratos, la fotografía científica o su proyecto más trascendente “Changing New York”. El gran cambio arquitectónico y social que la ciudad –y el país entero– experimentó en los años 20 pudo con el futuro que se estaba labrando en París siendo cercana a nombres como Man Ray y le llevó de nuevo a su país de origen para ser testigo de todo lo que estaba sucediendo. A pesar de su insistente intención de fotografiar como una observadora directa desde la actitud más objetiva y documental posible, la mirada de Abott ha llegado hasta nuestros días como uno de los relatos más veraces e implicados. Como mujer creadora, comenzó a ser reconocida de forma tardía a principios de los años 70 hasta convertirse por méritos propios en un referente indudable.