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SALUD

La presión social hacia la delgadez


El mes pasado se celebraba el Día Internacional de la Mujer, sin duda un día, bajo mi punto de vista, no para celebrar sino para plantearse muchísimos aspectos de nuestra sociedad. Y algunos de los que me tocan a mí están relacionados con la alimentación, con la presión social hacia la delgadez y la imposición de un modelo estético sobre todo, aunque no exclusivamente, para nosotras, las mujeres. Esta “violencia” simbólica, consistente en someter a la imagen femenina a través de diferentes medios, como son la publicidad, las revistas, la televisión, las series y las películas, aparece como uno de los posibles factores que parecen influir en la representación corporal de un gran porcentaje de mujeres, pues a menudo las personas utilizamos la percepción de nuestro cuerpo como una medida de nuestra autoestima y del grado de satisfacción con nuestra propia imagen.

Así, la imagen corporal se define como la representación mental y la vivencia del propio cuerpo. Es, por tanto, el modo en el que uno percibe, imagina, siente y actúa respecto a su propio cuerpo.

Algunos estratos de la población, en particular las mujeres jóvenes, nos vemos sometidas a una gran presión social con la imposición de un modelo estético de extrema delgadez. La importancia y triunfo de la imagen y, sobre todo, de la delgada, contribuye a la insatisfacción con el propio cuerpo.

De este modo y sin darnos apenas cuenta, esta presión y esta exigencia han ido calando en las mujeres generación tras generación. Por ejemplo, no creo ser la única nutricionista que puede hablar de que su porcentaje de pacientes está formado mayoritariamente por mujeres o de que son numerosas las madres que acuden preocupadas por el peso de sus hijas y escasas las que piden tratamiento para sus hijos, por poner solo dos ejemplos.

De tal calado es este tema que numerosos estudios han sugerido la importancia de la alteración de la percepción de la imagen corporal como un síntoma precoz para la detección de trastornos del comportamiento alimentario. Y esto, a la luz de las conclusiones de dichos estudios, también sigue siendo un problema que afecta más a las mujeres que a los hombres.

Así, en un estudio se concluyó que había significativamente más mujeres insatisfechas (70%) que hombres (52,8%); que la insatisfacción que sufren los hombres era diferente a la de las mujeres, pues la de los primeros se debe a que quieren estar más fuertes, con músculo (no con grasa), mientras que ellas quieren estar más delgadas, independientemente del peso real que tengan (aunque siempre parece ser mejor cuanto más delgadas).

Estos resultados resultan preocupantes si se considera que algunos estudios han señalado que existe una relación directamente proporcional entre seguimiento de una dieta y la aparición de trastornos alimentarios; es decir, en los sujetos que realizan dieta, el riesgo de padecer algún trastorno de este tipo es ocho veces mayor que en aquellos que no practican este tipo de dietas. En este caso, otro estudio muestra que, efectivamente, el seguimiento de dietas de adelgazamiento es la conducta alimentaria desajustada más frecuente, siendo ellas de nuevo las que recurren en mayor medida a esta conducta al compararlas con sus compañeros hombres.

Los resultados de este mismo estudio muestran la mayor preocupación de las mujeres por el peso y la imagen corporal, siendo ellas además las que presentan en mayor medida tanto variables cognoscitivas (ideas o pensamientos) como comportamentales de riesgo para el desarrollo de trastornos de la conducta alimentaria.

Tenemos por tanto que acordarnos de esto cuando pensemos en lo que nos queda por cambiar hasta conseguir la igualdad. No se debería establecer ninguna imagen corporal concreta ni para mujeres ni para hombres, ni utilizarla como se hace actualmente, haciéndonos creer que ese es el objetivo a alcanzar independientemente del riesgo que suponga para nuestra salud.