10 JUIN 2018 SORBURUA Los páramos de las Brontë TERESA MOLERES El próximo 30 de julio se cumple el doscientos aniversario del nacimiento de Emily Brontë. Durante todo el año, en la vicaría-museo de Haworth (Yorkshire, Gran Bretaña), donde las hermanas Brontë pasaron la mayor parte de sus vidas, han preparado diferentes iniciativas para recordarlas, como nuevas ediciones de sus libros y un recorrido por los páramos. Porque en las novelas de las Brontë adquiere un gran protagonismo el paisaje de los páramos ingleses, con sus árboles enanos, matorrales, brezos, arándanos, musgos, líquenes y pastos. En “Cumbres borrascosas”, Emily Brontë los describe así: «Linton dijo que la manera más grata de pasar un día caluroso de julio era tumbarse de la mañana a la noche en un ribazo lleno de brezos en medio del páramo, con las abejas zumbando como en sueños en torno a las flores, con las alondras cantando allá arriba sobre nuestras cabezas y el cielo resplandeciendo brillante y azul, imperturbable y sin nubes. Esa era su noción de la más perfecta y celestial felicidad. La mía, en cambio, era columpiarme en un árbol verde y susurrante bajo el soplo del viento del oeste y con nubes brillantes y blancas agrupándose… Y el páramo a lo lejos recortado en frescos valles de sombra, cuando visto de cerca, en cambio, los cerros cubiertos de alta yerba parecen un oleaje movido por la brisa. Y bosques y aguas turbulentas, y el mundo entero despierto estallando de salvaje alegría. Él, Linton quería verlo todo yaciendo en un éxtasis de paz. Yo lo quería todo centellando, agitándose en una danza magnifica y jubilosa. Le dije que a su paraíso le faltaba vida, y él me dijo que el mío sería un paraíso ebrio». En una carta de Charlotte Brontë, la autora de “Jane Eyre” se lee: «Los páramos me parecen un desierto solitario y deprimente. Mi hermana Emily sentía un amor especial por ellos y no hay una mata de brezo, ni una rama de helecho, ni una hoja tierna de arándano que no me la recuerde. Los páramos lejanos eran la delicia de Anne y cuando miro a mi alrededor la veo en los tonos azules, en las brumas claras, en las ondas y las sombras del horizonte». Y sigue Charlotte: «Nuestras colinas solo manifiestan la llegada del verano por el reverdecer de los helechos y el musgo en las pequeñas hondonadas ocultas; su floración se reserva para al otoño, entonces arden con un brillos intenso...»