12 JAN. 2020 Un siglo de feminismo latinoamericano Alfonsina Storni Mujer rebeldemente pionera de comienzos del pasado siglo, la argentina Alfonsina Storni es conocida como sensible y original poetisa a la que han cantado muchos músicos. Menos pública es su aportación al entonces incipiente movimiento feminista. Lo evidencia la reciente recopilación de crónicas periodísticas «Urbanas y modernas», algunas de las cuales habían permanecido inéditas en Europa en los últimos cien años. Son vívidos apuntes periodísticos y lúcidos análisis, plenos de ironía, sobre las desigualdades de género. Iñaki Zaratiegi, ilustración: Cristina Fernández Te vas Alfonsina con tu soledad, ¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?”, cantó en 1969 la intérprete argentina Mercedes Sosa en la zamba “Alfonsina y el mar”, del pianista Ariel Ramírez y el escritor Félix Luna. La triste melodía recreaba el suicidio de su paisana Alfonsina Storni Martignoni en la lluviosa noche-madrugada del 25 de octubre de 1938 en Mar del Plata y ha sido versionada también por la peruana Chabuca Granda y por otras conocidas voces como Antonio Machín, Plácido Domingo, Miguel Bosé o Shakira. La versión romántica cuenta que la poetisa se introdujo lentamente en las olas hasta que desapareció, aunque parece que se arrojó desde la escollera del balneario Club Argentino de Mujeres, en la playa de La Perla. Poetisa, dramaturga, comentarista de prensa y multi empleada, tenía 46 años y había enviado antes su última colaboración al periódico “La Nación” de Buenos Aires con el título “Voy a dormir” (“Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito”). Y remataba con “Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido...”, refiriéndose a su hijo Alejandro, a quien antes le había enviado una última carta, escrita según la propia madre por una “mucama” o empleada al no poder hacerlo ella por su estado terminal (“te adoro, sueña conmigo, lo necesito. Besitos largos”). Había redactado también otra nota con letra temblorosa al novelista Manuel Gálvez que se descubrió muchos años después, en 2009, en el sótano de la Sociedad Argentina de Escritores: “Estoy muy mal… No puedo seguir escribiendo… Gracias, adiós. No me olviden”. En la habitación donde se hospedaba dejó algunas notas; en una comunicaba al juez que no culpara a nadie de su muerte y en otra había escrito simplemente “Me arrojo al mar”. Fue enterrada en el cementerio bonaerense de la Chacarita y tiene varias calles con su nombre en Argentina y un monumento erigido en 1942 en la propia playa de La Perla. Por los mares negros. Hay muchos más poemas de Storni que han sido musicados: “Qué diría”, “Hombre pequeñito”, “Quisiera esta tarde”, “Capricho”, “La caricia perdida”…Voces de nuestro entorno han ayudado también a conocer su obra. “Si quieres besarme… besa –yo comparto tus antojos–. Mas no hagas mi boca presa… bésame quedo en los ojos” entonó en su día el fallecido Imanol Larzabal cuando cantó los versos “Al oído”. Y Paco Ibáñez sigue emocionando a sus audiencias cuando susurra “Yo seré a tu lado” (“y una noche triste, cuando no me quieras, secaré los ojos y me iré a bogar por los mares negros que tiene la muerte, para nunca más”). Tras la desaparición de su autora, el poema pareció premonitorio, aunque la poetisa había jugado en bastantes otras poesías con la idea de la muerte, el suicidio y el mar. Pionera como mujer poeta y definida como posmodernista, tardo romántica o vanguardista, Alfonsina Storni es considerada, junto a la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou, con las que compartió encuentros literarios, como una primera línea de mujeres que consiguió labrarse un reconocimiento en la escena literaria latinoamericana. Con 12 años elaboró sus primeros versos, precozmente marcados por la tristeza vital y la muerte. Debutó en las revistas “Mundo rosariano”, “Monos y monadas” y “Mundo argentino” y acumuló varias colecciones de poesía: el estreno en 1916 con “La inquietud del rosal”, “El dulce daño”, “Irremediablemente”, “Languidez” –Premio Municipal de Poesía y Segundo Premio Nacional de Literatura en 1920–, “Ocre”, “Poemas de amor”, “Mundo de siete pozos”, “Mascarilla y trébol”... Storni describió el mapa de la poesía femenina latinoamericana en su artículo “Las poetisas americanas” y dedicó otro a la mencionada Gabriela Mistral. En 2017 la editorial Susa publicó una antología traducida al euskara dentro de Munduko Poesia Kaierak. Su pasional poesía romántica dejaba expresar una y otra vez la frustración con los estereotipos de la mujer: “Tú me quieres blanca”, “Hombre pequeñito”... Escribió también piezas teatrales muy feministas como “Dos farsas pirotécnicas”. La analogía entre hombres y mujeres “El amo del mundo” (1927) fue su mayor desengaño: duró solo tres días en cartelera. Admiró y conoció a Federico García Lorca, a quien dedicó un poema. Verso suelto. “Oveja descarriada, dijeron por ahí. Oveja descarriada. Los hombros encogí”. Nació Alfonsina Storni un 29 de mayo de 1892 y, casi por accidente, en la localidad suiza de Sala Capriasca, de progenitores italo-suizos emigrados al Cono Sur: su padre Alfonso regentaba una cervecería en la ciudad de San Juan, su madre Paulina era maestra y su tercer parto fue durante una estancia temporal en Europa. Trasladados de San Juan a Rosario, la madre abrió una escuela domiciliaria y el padre otro establecimiento hostelero donde Alfonsina tuvo que trabajar de camarera. Con la economía familiar y propia siempre en estrecheces, consiguió dejar la barra para trabajar en una empresa de gorras haciéndose después actriz, viajando en una gira teatral y pasando por variopintas ocupaciones: oficinista, cajera, celadora en una escuela, corista en un teatrillo de Rosario... Se dice que, avergonzada al descubrirse su trabajo como cantante, pensó en suicidarse arrojándose al río. Pero consiguió estudiar Magisterio rural y ejercer, aunque los ataques nerviosos habrían dificultado su carrera. Fue también profesora de Lectura y Declamación en la Escuela Normal de Lenguas Vivas y obtuvo una cátedra en el Nacional de Música y Declamación. El alcoholismo y la prematura muerte de su padre, las dificultades económicas, su lucha contra las desventajas y discriminaciones de las mujeres, el nerviosismo, las depresiones y las tendencias neuróticas y suicidas marcaron su agitada existencia. Acumuló además unas complicadas relaciones amorosas y un entonces muy difícil estatus de madre soltera desde que a los 20 años tuvo que refugiarse sola en Buenos Aires para dar a luz a su hijo tenido con un periodista –y luego político– casado, 24 años mayor. Compartió amistad y complicidad poética con el también literato uruguayo Horacio Quiroga, de particular y accidentada biografía. Fueron una especie de almas gemelas y el suicidio en 1936 del escritor, que padecía un cáncer terminal, y tras los de su hija Egle y el literato Leopoldo Lugones, del círculo de Quiroga y Storni, influyeron duramente a una Alfonsina que terminó sus días precisamente bajo un cáncer irremediable y quitándose la vida un año y medio después. Disfrazada de viudo. Aprovechando las secciones “ligeras” sobre “temas de mujeres” (“Bocetos femeninos”, “Feminidades”…) y firmando a veces con el seudónimo Tao Lao para poder disfrazarse de hombre (un viudo que al haber vivido tres matrimonios sabe de qué escribe…) su prosa fue influyentemente original y militantemente feminista. Así se comprobaba en la selección de ensayos “Nosotras y la piel” (1998) que recopilaba crónicas de Storni en el diario “La Nación” y la revista “La Nota”, escritas entre 1919 y 1921, y así lo confirma la reciente novedad literaria “Urbanas y modernas”, volumen que era inédito en nuestras librerías y que recopila también artículos de prensa de aquellos años. La obra está prologada con brillantez por Berta García Faet (Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández 2018), quien señala la unión de tres elementos clave en Storni: fuerza sentimental, íntima vida del cuerpo y originalidad intelectual. Fue coordinada por las profesoras argentinas Mariela Méndez, Graciela Queirolo y Alicia Salomone. Las dos últimas estuvieron en la presentación del libro en Madrid, junto a la doctora en literatura hispanoamericana Lucía Puppo. Dividido en cinco partes, analiza la situación de las mujeres en la ya moderna sociedad urbana de hace un siglo. El primer bloque (“Feministas”) indaga sobre los derechos civiles y los problemas legales de las mujeres. “Trabajadoras” trata el mundo laboral femenino: sirvientas, vendedoras, telefonistas, costureras, dactilógrafas, maestras, médicas, parteras, enfermeras.... “Ángeles del hogar” reúne opiniones de Storni sobre la mujer, el trabajo doméstico y la dependencia femenina. En “Escritoras y lectoras” teoriza en torno a las mujeres y la creación literaria en un ámbito absolutamente masculino. Y en el capítulo “Alfonsina, escritora” se adjuntan dos trabajos autobiográficos: el divertidamente autocrítico “Autodemolición” –rematado con un «Agregaré que soy profundamente estúpida. Y si alguno dudara de ello le ruego que relea dos o tres veces este artículo»– y su rauda biografía “Entre un par de maletas a medio abrir y la manecilla del reloj”, con análisis y recitado de algunos poemas, que leyó en una conferencia en Montevideo. Pecadora. Vivió, lúcida, los feminismos que maduraron en el Primer Congreso Femenino Internacional, celebrado en Buenos Aires en 1910. Y escribiría diez años más tarde: «La palabra feminista, ‘tan fea’, aún ahora, suele hacer cosquillas en almas humanas. Cuando se dice ‘feminista’, para aquellas, se encarama sobre la palabra una cara con dientes ásperos, una voz chillona. Sin embargo, no hay mujer normal de nuestros días que no sea más o menos feminista. Podrá no desear participar en la lucha política, pero desde el momento que piensa y discute en voz alta las ventajas o errores del feminismo, es ya feminista, pues feminismo es el ejercicio del pensamiento de la mujer, en cualquier campo de la actividad. Es pues la razonadora anti-feminista una feminista, pues solo dejaría de ser tal no teniendo opinión intelectual alguna». Particularmente agudas son sus diatribas contra la inexistencia en su tiempo del derecho al divorcio («¿Por qué no existe el divorcio en Argentina? Porque tiene un enemigo declarado: la propia mujer») y las reflexiones como “Sobre el matrimonio”. O contra lo que denomina «feminismo perfumado», el sometimiento a las exigencias de los estereotipos, con divertidas observaciones como “La irreprochable”. Un particular análisis de las mujeres como enemigas de ellas mismas, aceptando y hasta buscando la dependencia económica de los maridos. Así de clara dejó su opinión respecto al contrato matrimonial: «Nada tan falso, ante la naturaleza, como el matrimonio. Todo en él es absolutamente convencional». Con la ironía por delante, sorprende la actualidad de sus opiniones. ¿Qué diría hoy contemplando, por ejemplo, la gran movilización socio-comercial en pro de los llamados Bancos de Alimentos? Su escrito “En contra de la caridad” levantaría ampollas. ¿Y qué cara pondría la autora de la curiosa reflexión “Las manicuras” (de 1920) comprobando la actual fiebre de ese tipo de establecimientos? Disfrutar de ese conjunto de temáticas tratadas por la creadora argentina hace un siglo descubre a una mujer muy avanzada para su tiempo, perspicaz, profundamente observadora de la eterna desigualdad de género y atrevida luchadora contra las tradiciones y el discurso hegemónico patriarcal. Evidencia, además, la lógica de la rueda de hámster de nuestra evolución al escribir hace un siglo reflexiones como «la familia se disgrega: los padres pierden su autoridad antes de tiempo, los niños no obedecen sin razonamientos personales, las mujeres quieren hacer su vida, los hombres no saben mandar, han perdido sus fuerzas morales y la familia carece de un ideal profundo que encierre todas sus energías en un solo cauce». Alfonsina, siempre rebelde: «Pequé, pequé, buen hombre; pequé como las rosas que viviendo sin norma luego mueren de sed».