08 NOV. 2020 PANORAMIKA Mirada perdida IKER FIDALGO ALDAY Vivimos en la era de la imagen. Hemos acostumbrado a nuestras retinas a un bombardeo constante de estímulos visuales a través de todos los dispositivos que rodean nuestra cotidianidad. Nuestros ojos ejecutan una de las primeras fases de la percepción. Lo que vemos esta mediado por cómo lo interpretamos y cualquier tipo de lectura es, sin lugar a duda, un proceso cultural. En un presente en el que el consumo ha adquirido tantos matices y versiones diferentes, el acto de ver se ha constituido como una inagotable digestión de contenido. Fotografías, vídeos, mensajes que son creados y enviados de manera tan rápida que es prácticamente imposible seguir su evolución. Además de esto, nuestra educación no parece haber sido capaz de evolucionar acorde a los tiempos que corren. Aprendemos a leer y a escribir pero no a ver ni a mirar y esto nos deja en un claro estado de indefensión que nos desnuda ante muchos de los canales actuales. La era digital ha irrumpido con tal fuerza que las distancias entre generaciones son prácticamente insalvables y la adaptación a esta nueva era se presenta aún como un largo camino por recorrer. En este sentido, también el arte contemporáneo ha tenido que adecuarse. Desde los primeros movimientos artísticos relacionados con el Net.art al presente, en el papel de las tecnologías en la producción artística han tenido cabida todo un sinfín de posibilidades. Además de eso, la irrupción de los espacios digitales de intercambio de creación y difusión de contenido, ha difuminado los roles de la autoría. Esto ha construido una situación en la que el amateurismo se ha erigido como protagonista, alterando las líneas habituales del panorama comunicativo. Con este escenario, nuestro papel como público también ha cambiado y nos ha tocado vivir en un mundo en continuo movimiento. El prestigioso certamen World Press Photo aterriza una edición más en el depósito de aguas del Centro Cultural Montehermoso de Gasteiz hasta el próximo día 15 de noviembre. El fotoperiodismo supera las barreras de lo informativo y reivindica un aporte estético que lo iguala a las maneras de exhibición del arte contemporáneo. El concurso premia cada año a la mejor fotografía y realiza además una selección en función de determinadas áreas tales como “medio ambiente”, “naturaleza” o “asuntos contemporáneos”. La obra ganadora de este año pertenece a Yasuyoshi Chiba (Japón, 1971) y es una emocionante instantánea en la que, iluminado por los teléfonos móviles de sus compañeros, un joven recita una poesía en medio de un apagón mientras piden un gobierno civil en Jartum (Sudán). El montaje físico de la muestra se compone de paneles informativos que nos ayudan a contextualizar este proyecto itinerante. La exposición nos permite acercarnos a una cantidad de contextos e historias que nacen de conflictos y situaciones muchas veces muy ajenas a nuestra realidad. A este respecto, existe un alto riesgo en el que nuestra manera de leer este cúmulo de imágenes banalice todo lo que en ellas sucede. En ocasiones pareciéramos haber perdido la inocencia y la capacidad de emocionarnos ante fotografías tan desgarradoras. Es digno de reflexión el hecho de que seamos capaces de valorar la estética por encima del drama de lo que está ocurriendo. Puede que sin querer –¿por autodefensa?– situemos esa lectura en el ámbito de la ficción, igual que cuando vemos sufrir a alguien en una película y nos tranquilizamos sabiendo que no es verdad. En ocasiones, la imagen es capaz de alejarnos de la realidad y nos deja en un limbo de superficialidad. Como si ante tanto estímulo hubiéramos adormecido nuestro instinto de empatizar y se nos invitara solo a valorar la técnica, el encuadre, la gama de colores y las texturas. El certamen nos pone en esa tesitura, entender nuestra posición occidental en un mundo tan visual que en ocasiones pareciera que se nos ha olvidado ver. Mientras allí lloran, aquí nos fijamos en el brillo de las lágrimas.