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PANORAMIKA

Instalación


El arte siempre está relacionado con lo matérico. Si bien la creación contemporánea se desarrolla en caminos como lo sonoro, el cuerpo e incluso lo lumínico o lo virtual, existe una asociación indiscutible entre lo poético y la materia. Las grandes disciplinas, pintura, escultura y arquitectura tienen una relación directa con lo tangible y, en consecuencia, con su disposición en el espacio. Cualquier elemento que se instale en un lugar concreto, modifica automáticamente cualquier manera de percibir, transitar y contemplar ese sitio. La relación de influencia es en ambas direcciones: el espacio condiciona las relaciones de nuestra mirada hacia el objeto y el objeto altera el modo en el que todo sucede a su alrededor.

Puesto que somos seres relacionales que se desplazan e interactúan con todos los elementos, nuestros recorridos para explorar nuevos estímulos se componen a medida que los descubrimos. La escultura ha ido asumiendo diferentes roles, funciones y métodos a lo largo de la historia del arte. Desde la representación religiosa al abandono de lo figurativo, pasando por la desaparición de la peana/soporte y la llegada de la instalación como una expansión de los límites de la propia disciplina.

Es precisamente esta vertiente de lo escultórico la que nos ocupa hoy. La concepción de los elementos como un ecosistema que habita un lugar concreto y que en muchos casos su desarrollo final depende de la arquitectura y disposición de su destino. Este diálogo entre la sala y la obra que toma fuerza en la segunda mitad del siglo XX, se ha establecido como una ruptura de las barreras de la pieza y el objeto único. En este proceder, conviven materiales de diversos orígenes, así como otras fuentes no exclusivamente escultóricas tales como el audiovisual. Se despliega entonces una batería de matices que alteran la experiencia de la visita más allá de una confrontación directa con una pieza. Una instalación funciona a veces a modo de escenografía, ocupando un lugar y envolviéndolo todo como si de una atmósfera se tratara.

La sala bilbaina Carreras Múgica afronta la recta final de una de las exposiciones más relevantes de este curso. Inaugurada el pasado marzo, esta semana es la última para poder acercarnos a “Me parto de risa, me muero de pena” a cargo de Txomin Badiola (Bilbo, 1957). Badiola es uno de los artistas vascos activos más prolíficos. Su vasta trayectoria y la proyección internacional de su carrera, lo han convertido en un referente. La exposición llega 4 años después de la gran retrospectiva que le dedicó el Museo Reina Sofía de Madrid en 2017 y la publicación en 2019 de su primera novela-ensayo.

La muestra se posa sobre la situación actual y la fragilidad del futuro. La incertidumbre que, siempre inherente a la cultura, se hace más visible en periodos de crisis y en momentos de debilidad social. En la sala encontramos diferentes piezas que ocupan el espacio central mientras otras se distribuyen por las paredes de la galería. Formalmente todo discurre entre lenguajes de construcciones a veces precarias, casi arquitectónicas y a veces con tendencia casi modular. Algo que ayuda a que el propio proceso artístico en el taller adquiera una relevancia muy apreciable en el resultado final. La convivencia de materiales nos ayuda a entender estos matices y nos resitúa la mirada con el uso de imágenes cercanas a la cartelería. Destaca sobre una de las paredes la serie que da título al proyecto. Son cinco piezas de collage con óleo dominados por el blanco y negro.

El Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo, Artium de Gasteiz inaugura una serie de exposiciones en torno a las últimas adquisiciones de su colección. Hasta el 23 de mayo, Daniel Llaría (Logroño, 1985), presenta “Get Rich” en uno de los espacios del museo. La muestra se compone de tres piezas ligadas entre sí. Del techo cuelga “Pink Wood” mientras que en las paredes enfrentadas encontramos “Get Rich #16” y “Get Rich #19”. La ropa de trabajo que nos conecta con el imaginario de la clase trabajadora y obrera es el elemento principal. Monos que se disuelven y que vuelven a formarse, creando una nueva masa de tela que nos permite reconocer mangas, cremalleras y perneras. Sobre nuestras cabezas, unas telas rosáceas disponen varios elementos entre los que vemos hoces, plumas o cuchillos. Las tres obras parecen convertirse en una sola sin abandonar el lugar propio que le corresponde a cada una.