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Leyenda del cómic underground
Entrevue
Peter Bagge

«Añoro aquellos tiempos en los que el cómic carecía de prestigio»

Fotografía: J. Danae | FOKU (Zazpika)

Aunque nació en el Estado de Nueva York, en 1957, su fama como historietista está unida a la ciudad de Seattle, donde se trasladó a vivir a finales de los 80 y donde alumbró “Odio”, una de las series más importantes del cómic underground estadounidense.

Siguiendo el crecimiento personal y profesional de Buddy Bradley –alter ego del propio autor–, Bagge creó una obra que, pese a sus reticencias a la hora de admitirlo, ha sido asumida como paradigma del grunge y del espíritu contracultural de los 90.

Si bien abandonó la serie hace más de dos décadas, “Odio” es una obra que aún persigue a su autor (como lo prueba su reciente y exitosa reedición en castellano por parte de Ediciones La Cúpula). Sin embargo, Peter Bagge ha seguido trabajando en otros cómics de gran impacto como “La mujer rebelde”, “Fire!” o “Credo” (donde recrea la vida de pioneras del feminismo como Margaret Sanger, activista por el control de la natalidad; la artista afroamericana Zora Neale Hurston o la corresponsal de guerra Rose Wilder Lane). Autor de una obra inabarcable, donde lo mismo caben las creaciones más indies que sus trabajos para sellos como DC o Marvel, Peter Bagge es una voz autorizada para hablar sobre el devenir del noveno arte y la reputación que este ha ido adquiriendo con el paso de los años.

Según ha comentado en alguna ocasión, fue su encuentro con la obra de Robert Crumb el que definió su vocación. ¿Cómo fue esa revelación y en qué medida definió su trabajo posterior?

Mi primer encuentro con la obra de Crumb se produjo cuando yo estaba en el instituto, pero no fue a través de sus cómics, sino que lo primero que conocí de él fueron sus dibujos para la portada de algunos discos como los que hizo para Janis Joplin. Luego, en los 70, con algo más de conciencia, leí algunos de los álbumes de Robert Crumb y fue ahí cuando me dije “esto es lo que yo quiero hacer”. Me pasó un poco lo mismo con Gilbert Shelton. En ambos casos no fue tanto su estilo de dibujo lo que me inspiró como la libertad de espíritu que destilaban sus cómics. Al principio de mi carrera reconozco que estuve muy influido por la obra de estos grandes autores del underground y que saqué muchas ideas de sus trabajos pero, según fui definiendo mi estilo, dejaron de ser una referencia, si bien aún disfruto mucho leyéndolos.

Uno tiene la sensación de que, desde finales de los 70 hasta mediados de los 90, justo en los años en que usted eclosionó como creador, había un clima de libertades mucho mayor que el que existe hoy, un ambiente de inconformismo, de inquietudes compartidas, que propició el auge de la cultura underground. ¿Está de acuerdo?

En parte sí y en parte no. Entiendo lo que quieres decir, pero en el fondo creo que hay muchas maneras de ser libre y en los años 70 no todos tenían esa libertad para expresarse. De hecho, hace poco escuché el monólogo de una cómica en el que ironizaba sobre esto diciendo que los años 60 y 70 fueron una época propicia para ejercer tu rebeldía siempre que fueras varón, blanco y heterosexual, y en parte estoy de acuerdo con eso. No soy muy partidario de mirar el pasado con añoranza y, de hecho, creo que ahora mismo hay autores como Johnny Ryan o Simon Haselmann cuyos cómics están imbuidos de ese mismo espíritu de disidencia que inspiró el underground. Además ahora tenemos acceso a contenidos mucho más explícitos que aquellos que inspiraron nuestra obra en los 80 o en los 90.

Pero hoy, por ejemplo, sería imposible la aceptación de un autor como Crumb. Muchos de sus trabajos serían cuestionados o directamente cancelados, y no sé hasta qué punto los lectores acogerían con simpatía una serie tan políticamente incorrecta como su “Odio”. ¿Le preocupa esta cultura de la cancelación que estamos viviendo?

No creo que sea un fenómeno nuevo ni que contribuya a definir una época como la actual. Tanto en el caso de Crumb como en el mío, cuando publicamos nuestras obras, estas también se vieron fuertemente cuestionadas desde ciertos sectores y suscitaron alguna que otra polémica. Con esto quiero decir que siempre ha habido guardianes de la moral que claman contra determinadas obras porque les parece que atentan contra su particular código de valores o, simplemente, porque las consideran de mal gusto. En el fondo, se trata de una minoría pero hoy, gracias a internet, tienen un altavoz mucho más potente que el que tenían hace veinte años y eso propicia que determinadas editoriales o productoras se muestren especialmente preocupadas por el alcance que esas quejas puedan llegar a tener. Tampoco es algo que me preocupe mucho. El auge de ese puritanismo es un fenómeno que se desvanece con la misma fuerza con la que emerge. Siempre ha sido así.

Respecto a “Odio”, ¿cómo surge la idea de hacer ese cómic protagonizado por una familia disfuncional? Casi parece una respuesta al modelo de familia americana que se promocionó en los 80, durante la era Reagan. ¿Fue su manera de responder a ese “relato oficial”?

“Odio” surge de una serie anterior que se llamó “Mundo idiota” que, efectivamente, comencé a publicar durante los 80. En aquellos años, e incluso ya desde finales de los 70, muchas películas y series de televisión incidían en mostrar un tipo de familia modélica y ejemplar donde estaban encarnados todos aquellos valores que, supuestamente, definían al ciudadano medio de EEUU. Pero yo veía a mi propia familia y constataba lo alejados que estábamos de ese universo idílico (risas). Fue así como surgieron los Bradley, la familia protagonista de “Mundo idiota”, cuyo nombre es casi una enmienda a los Brady, de “La tribu de los Brady”, una de las series más influyentes a la hora de perpetuar ese arquetipo de familia feliz. De hecho, la primera viñeta que dibujé con los Bradley fue una donde presentaba a los personajes parodiando la famosa cabecera de aquella sitcom.

A menudo se ha dicho que Buddy Bradley, el protagonista de “Odio”, era una proyección de usted, del Peter Bagge de principios de los 90. ¿Cuánto hay de verdad en eso?

Es totalmente cierto. El principal modelo de inspiración que adopté para Buddy Bradley fui yo mismo. Ahora bien, se trata de un personaje de cómic, su modo de comportarse es mucho más exagerado y disparatado que el que tenía yo cuando lo creé. Pero más allá de eso, bien puede decirse que es un personaje que me refleja.

¿Cuál es su relación actual con el personaje y con la serie? ¿Cómo se siente al ver todas sus aventuras en un solo volumen como este que ha editado recientemente Ediciones La Cúpula?

La verdad es que hace casi tres décadas que dejé de dibujar la serie así que me siento un poco desapegado tanto de “Odio” como de Buddy Bradley. También es verdad que, aunque el personaje estaba inspirado en mi yo pasado, cuando empecé con la serie Buddy tenía diez años menos que los que tenía yo entonces y, con el paso de los años, según íbamos los dos envejeciendo, las circunstancias de uno y otro eran muy distintas, por lo que fui perdiendo interés en el personaje. Es verdad que podía haberlo dejado congelado en el tiempo en lugar de haberlo hecho crecer álbum tras álbum, pero para mí el interés de una serie como “Odio” radicaba justamente en ver cómo iba evolucionando un personaje como Buddy con el paso de los años.

Mucho se ha hablado sobre “Odio” como paradigma de lo que fue el grunge. ¿Usted cree que encarna los valores de dicho movimiento?

No creo que exista ese vínculo y si lo hay es fruto de la casualidad. Yo me mudé a Seattle a finales de los 80, justo antes de la eclosión del grunge y el éxito de los primeros álbumes de “Odio” coincidió en el tiempo con la irrupción de toda una serie de bandas como Nirvana que revolucionaron la escena musical de la ciudad. Entonces algunos comenzaron a meter todo lo que ocurría en aquellos años en Seattle en el mismo saco, como si fuéramos producto de un mismo movimiento, cuando lo cierto es que yo nunca me sentí partícipe del mismo.

Últimamente se incide mucho en que el grunge fue el movimiento que cristalizó esa frustración que arrastramos hoy y donde el cinismo y el individualismo definen la actitud ante la vida de los más jóvenes. Sin embargo, leyendo “Odio”, a mí me parece una obra bastante alejada de ese espíritu y creo que está más vinculada a la irreverencia de los movimientos contraculturales de los 60 y 70.

Sí, estoy de acuerdo. No me parece que “Odio” sea una obra que refleje de una manera precisa el espíritu de la época en la que fue escrita, aunque en aquellos años muchos de los periodistas que me entrevistaban opinasen lo contrario. Creo que la eclosión de todas esas bandas musicales generó una especie de efecto contagio y cualquier película, novela o cómic que salió a la luz en aquel contexto se valoró atendiendo al cinismo y a la falta de ideología que podía subyacer en dichas obras, sin tomar en cuenta otras consideraciones. Visto en perspectiva puede que esos razonamientos tengan sentido, pero yo en aquel entonces no tenía la sensación de estar alumbrando una obra apegada a esos valores.

Entre su producción posterior destaca la serie de biografías dedicadas a activistas del feminismo y de los derechos de la mujer. ¿Cuál fue el punto de inspiración que le llevó hasta obras como “La mujer rebelde”, “Fire!” o “Credo”?

Cuando dejé de publicar “Odio” comencé a hacer cómics biográficos, pero casi siempre se trataba de historias de unas pocas páginas, hasta que un día pensé que igual estaría bien llevar a cabo una novela gráfica donde pudiera contar la vida de un personaje relevante con más detalle. Por aquellos años, leí muchas cosas sobre el arte femenino del período de entreguerras, de los años 20 y 30 del siglo pasado, y me encontré con una impresionante cantidad de mujeres que se sintieron libres para elegir su propio proyecto de vida, mujeres que, en sus reivindicaciones, se anticiparon a la segunda gran ola del movimiento feminista. Me sentí muy atraído por esos perfiles, contacté con un editor, le propuse la idea, me la aceptó y ahí empezó un poco todo.

En todos esos álbumes lleva a cabo retratos de mujeres que distan de ser ejemplares. Pese a su carácter luchador y a sus muchos logros, se trata de personajes llenos de claroscuros. ¿Diría que eso es una constante en su obra?

En el caso concreto de estas tres mujeres, se trata de tres personajes a los que admiro y, como tal, me interesaba ensalzar sus logros pero sin perder de vista el hecho de que eran humanas. Visto así no podía ignorar sus errores, sus fracasos o la parte más oscura de su personalidad, necesitaba mostrarlos para que el lector asumiera que con sus problemas y todo, fueron capaces de hacer lo que hicieron. En general siempre intento evitar que mis personajes sean unidimensionales.

Una vez le oí decir que se decidió a escribir estas novelas gráficas al constatar que el cómic había alcanzado un gran prestigio como medio de expresión, lo cual le llevó a abordar argumentos más complejos en sus obras. ¿Fue así?

Sí, aunque yo siempre he preferido el cómic como formato, me di cuenta de que si concebía mis historias como novelas gráficas, mis obras eran recibidas con una mayor atención y mi trabajo se prestigiaba. Ese es un proceso que se inició en los años 80 cuando algunos álbumes empezaron a presentarse ante el público con tapa dura y en ediciones muy cuidadas. Desde entonces el cómic ha ido ganando progresivamente consideración de arte. Cuando yo era joven, desde luego, era todo lo contrario: los tebeos no tenían ninguna reputación, estaban editados en papel de mala calidad y eran algo que solías leer en el baño mientras hacías tus necesidades (risas). La verdad es que añoro un poco aquellos tiempos en los que el cómic carecía de prestigio. Tu trabajo apenas suscitaba atención y generaba nulas expectativas, lo cual te llevaba a expresarte de una manera mucho más libre porque no sentías esa presión de estar haciendo algo “importante”.

¿Cree que esa consideración se mantiene actualmente o que, por el contrario, fenómenos como las continuas adaptaciones de personajes de Marvel a las pantallas están contribuyendo a dilapidar ese prestigio alcanzado por el cómic haciendo que la gente vuelva a percibirlo como un arte pueril?

Bueno, a pesar de todo lo que te he comentado, las cosas tampoco han cambiado tanto. Aún hay mucha gente que sigue relacionando el cómic en su conjunto con las historietas de superhéroes. Pero esas personas son víctimas de sus propios prejuicios y de su cortedad de miras. Tampoco hay que culpar al cine de contribuir a generar esas percepciones porque gente estúpida ha habido siempre. Por fortuna, también existe desde hace años una minoría de personas que sabe que el cómic no se agota en el universo Marvel.

¿Cambia mucho la disciplina de trabajo cuando uno tiene que hacer frente a un encargo para Marvel o DC que cuando acomete un cómic más personal?

Bueno, yo la verdad es que, tanto para Marvel como para DC, trabajé en dos momentos puntuales de mi vida y tengo que decir que los responsables de ambos sellos me dieron mucha libertad creativa. Obviamente sabía para quién estaba trabajando y no se me ocurrió dibujar una viñeta con dos personas follando (risas). También soy consciente de que cuando acudieron a mí ninguna de las dos editoriales pasaba por su mejor momento y eso hizo que asumieran unos riesgos que, actualmente, no van a tomar. Las puñeteras películas han generado un cambio de paradigma que a mí, y a otros autores como yo, nos dejan sin posibilidad alguna de jugar en su Liga.