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«MÚSICA, MAESTRA», DEBATES SOBRE MUJER Y ROCK

Déjame que te lo cuente yo misma

Existen cientos de estudios, reportajes, críticas o entrevistas sobre mujeres en la música, pero prácticamente todos realizados por hombres. El libro “Música, maestra” rompe esa lógica y presenta dieciséis ensayos sobre música y mujeres, escritos por ellas. Lo coordinan la influyente rockera americana Kim Gordon y la especialista irlandesa Sinéad Gleeson.


Lo dijo John Lennon: «Escribir sobre música es como hablar de follar. ¿Quién quiere hablar de eso?». Y alguien remató: «Hablar de música es como unir la arquitectura con el baile». Pero la avalancha de estudios y libros con la música como protagonista empezó hace muchas décadas y hoy sigue aportando novedades a las librerías.

El rock y la mayoría de espacios de la música popular han sido territorios masculinizados y hasta particularmente machitos y, en consecuencia, también sus cronistas han sido casi siempre hombres. Anwen Crawford, crítica de “The New Yorker”, escribió el trabajo “El mundo necesita críticas rockeras femeninas”, en el que decía: «no se lo digas a nadie, pero no tengo ningún álbum de los Rolling Stones. Son muy arquetípicos, muy del r&r, algo que me parece difícil de admirar... El rock rara vez ha ofrecido a las mujeres la misma promesa tangible de rebelión social y libertad sexual que a los hombres. Aunque muchas de nosotras hayamos intentado encontrar esas libertades en ese mundo».

Hay que valorar en consecuencia el papel de las pioneras en el folk, blues, jazz, rock y derivados, campo en el que tantas mujeres han intentado sacudirse su papel invisible o secundario. Ese empuje fue la base sobre la que surgieron las primeras mujeres que escribieron sobre música popular. Primero como periodistas o críticas y luego entrando en el exclusivo mundo masculino de los libros especializados. El cambio más reciente es que cada vez hay más mujeres escribiendo precisamente sobre el papel femenino en la creación musical y reivindicándose como sujeto creativo.

Sinéad Gleeson, coeditora del libro que revisa la trayectoria de Wendy Carlos. Fotografías: Donovan y Kubrick

Riot Grrrls. Haciendo historia, se considera como primer trabajo realizado por una mujer en ese campo la investigación “Lillian Roxon’s Rock Encyclopedia”, de la periodista italoaustraliana del mismo nombre, publicado en 1969. Por las mismas fechas, Ellen Willis fue la primera crítica de música en “The New Yorker”, y en 2011, a los cinco años de su muerte, se publicó la recopilación “Out of the Vinyl Deeps”.

Hay que recordar que en los agitados años 80 hubo algunas dinámicas periodistas rockeras como la americana Chrissie Hynde, colaboradora del londinense “New Musical Express” antes de crear el grupo The Pretenders. Pero en la edición de la serie de libros de entrevistas de la influyente revista “The Rolling Stone”, referida a esa década, había solo dos entrevistadoras y una sola mujer entrevistada (Joan Baez) entre las 34 conversaciones.

En 1995 apareció el precursor “Rock She Wrote: Women Write About Rock, Pop, and Rap”, colección de artículos escritos por mujeres. Patti Smith hablaba de Bob Dylan como símbolo sexual, Caroline Coons de los Sex Pistols, Kim Gordon narraba su experiencia en el grupo Sonic Youth, Patricia Kennealy Morrison reflexionaba sobre su relación con el Doors Jim Morrison (“Rock around the Cock”), se analizaba el movimiento Riot Grrrl y escribían otras importantes voces del pop femenino como Marianne Faithfull.

Esa Riot Grrrl (literalmente, chicas disturbio) fue la primera corriente rockera feminista organizada, con influencia directa de la filosofía punk. Nació en Estados Unidos a comienzos de los 90, contó con grupos destacados como Bikini Kill, Huggy Bear o Sleater-Kinney, desembarcó en bastantes otros países y fue asociada con la llamada tercera ola feminista. En Inglaterra se han venido organizando campamentos estivales Girls Rock’s y en las redes se pueden visionar documentos como “Riot Grrrl: The 90’s Movement that Redefined Punk”.

El punk y el papel de las mujeres en ese género parece precisamente el fenómeno musical más estudiado por féminas en diferentes estudios sociológicos. Por ejemplo, “Pretty in Punk: Girl's Gender Resistance in a Boy's Subculture” (de la canadiense Lauraine Leblanc), “Grunge, Riot Grrrl and the Forgetting of Women in Rock” (de la australiana Catherine Strong) o el libro de título irónico “The First Collection of Criticism by a Living Female Rock Critic”, de la estadounidense Jessica Hopper.

Laurie Anderson y Anne Enright. Fotografías: Donovan y Kubrick

Neskatxa maite. En el Estado español ese tipo de iniciativas editoriales a cargo de mujeres ha sido inusual, aunque existen algunas analistas como Patricia Godes, con varios libros editados, y sobre todo trabajos universitarios y estudios. Por ejemplo, la reciente tesis “El Género como una cuestión clave dentro de la música underground”, de Raquel Alonso Menéndez. Esa analista asturiana cita otros textos: “Repensando a las mujeres en el movimiento punk: hablan las protagonistas”, “Mujeres y punk en España durante la Transición: principios iconográficos de una actitud” o “The punk singer: feminismo, punk rock y subjetividades libertarias en los noventa”. Nombra también la obra “Punk Women and Riot Grrls”, de la italoaustraliana Rosi Braidotti. En la Universitat Oberta de Catalunya, Nagore Gartzia Fernández ha elaborado el estudio “Des/armando la escena: narrativas de género y punk”.

En Euskal Herria hay que señalar el destacado papel de la madrileña-gasteiztarra Elena López Aguirre, exguitarrista del grupo de reggae Potato, que en 2015 autopublicó “Neskatxa maite. 25 mujeres que la música vasca no debería olvidar”. Ha firmado además “Hertzainak. La confesión radical”, “Del txistu a la telecaster. Crónica del rock vasco”, “Potato reggae banda. La utopía de una Euskadi tropikal” y la valiosa investigación “Historia del Rock Vasco. Edozein herriko jaixetan”.

La ipartarra Colette Larraburu escribió a dúo con Peio Etcheverry-Ainchart “Euskal Rock’n’rolla. Histoire du rock basque”, de 2001. Una de las excepciones femeninas en el mundo periodístico musiquero la protagoniza por ejemplo la bilbaina Belén Mijangos, que dirigió durante años la publicación musical “El tubo”.

La particular baterista japonesa Yoshimi Yokota es analizada en el libro “Música, maestra” por la rockera neoyorquina Kim Gordon, ex Sonic Youth, coeditora del libro con Sinéad Gleeson. Fotografías: Anitta Boa Vida y David Black

Contra el sesgo sexista. La novedad este otoño es “Música, maestra. Ensayos sobre música y mujeres, escritos por mujeres” que edita en castellano la editorial Libros del Kultrum. En este caso el protagonismo femenino es más significativo porque la mayor parte de los dieciséis trabajos sobre música elaborados por mujeres se refieren a féminas músicas y el resto son historias más personales.

Así que la buena nueva es que las mujeres no solo profundizan en el mundo musical, sino que lo hacen tomando para sus estudios el protagonismo creativo de otras mujeres. La mentada Kim Gordon (icono rock que cuenta con los libros “La chica de la banda” y la autobiografía ilustrada “No Icon”) ha recopilado esos trabajos junto a la periodista y escritora irlandesa Sinéad Gleeson. Cada una escogió siete autoras y las dos aportan su propio texto.

Decidieron no pedir un tema a las escritoras, sino que escribieran sobre alguna vivencia u opinión personales, pero alejándose del trillado “cómo se siente una mujer en el masculinizado mundillo musical”. Sinéad destaca que el encargo le sirvió para conocer muchas mujeres originales y cree que «lo musical ha evolucionado mucho respecto a la presencia femenina, que ocupa ya un lugar importante, aunque quede mucho por conquistar y el sector debería prestar especial atención a las mujeres trabajadoras, racializadas, trans, discapacitadas, oprimidas…».

En el prólogo, la compositora, artista y jardinera de Glasgow, Heather Leigh, escribe que «del mismo modo que el incauto lector que aborda esta lectura, no comparto antecedentes con ninguna de las mujeres que participaron en esta antología. Pero cada ensayo evoca en mí el sobrecogedor recuerdo de mi propia singladura vital… Semejante constatación da fe de la capacidad de la música para conectarnos con los recurrentes altibajos de nuestra existencia: nacimiento, amor, desamor, romance, dolor, sexo, vejez, pérdida, enfermedad, soledad y, en última instancia, la muerte».

La obra dice combatir «el sesgo sexista que ha impregnado las esencias del canon en la música, la literatura y el cine a través de semblanzas compuestas por escritoras que reivindican a las mujeres cuya música, de una forma u otra, las ha acompañado a lo largo de sus vidas. Artistas que se encaramaron a la vanguardia de su tiempo, mujeres comprometidas que aunaron en su hacer música y activismo, transgresoras infatigables, cantautoras, intérpretes todas ellas que provienen de todos los sustratos del espectro musical: folk, rock, rap, country, jazz, clásica, electrónica, etc.».

La multicreadora texana Juliana Huxtable, que homenajea a la cantante experimental Linda Sharrock. Fotografías: Kevin Amato y Souncloud.

Sororidades sonoras. Esa colección de ensayos arranca con la escritora dublinesa Anne Enright y su aportación “Una joven fan”, donde cuenta el apuro que pasó cuando conoció a su adorada Laurie Anderson (influyente performer y artista experimental neoyorquina) y fue incapaz de articular ni una sola palabra por la emoción.

Bien distinta es la vivencia de “Canciones del exilio”, de la escritora Fátima Bhutto, de la notable familia política paquistaní de ese apellido. Nacida y crecida en el exilio familiar en Siria, narra que su padre conserva las canciones de Paquistán como esperanza de poder regresar allí algún día.

La especialista americana Jenn Pelly aporta en “Fruits of My Labor” una cruda semblanza de la veterana rockera Lucinda Williams. La multicreadora y activista texana Juliana Huxtable homenajea en “Poema de alabanza para Linda” a la particular cantante Linda Sharrock (con discos como “Black Woman”) y profundiza en conceptos y tendencias musicales.

Kim Gordon narra en “La música en Internet no tiene contexto” su encuentro con la especial batería japonesa Yoshimi Yokota, del grupo noise rock Boredoms. La instrumentista relata particularidades sonoras como las primeras grabaciones caseras del sonido de sus propias meadas.

La novelista de Washington Leslie Jamison recuerda en “Rocola de dos dígitos: ensayo en ocho recopilatorios” aquellas entrañables colecciones de canciones grabadas en casetes. Liz Pelly, escritora neoyorquina, analiza en “Broadside: baladas panfletarias” la función de la música como vehículo político que protagonizó la folksinger comunista, Agnes ‘Sis’ Cunningham.

Rachel Kushner, escritora de Oregon, estudia el lado country de la conocida cantante de rockabilly Wanda Jackson. Fotografías: Paul Kuroda y Stephanie Hernandez

La escritora californiana Maggie Nelson recuerda en “Mi genial amiga” a su colega del instituto Lhasa de Sela, particular cantante de Quebec muerta por cáncer de pecho a los 37 años. Con “Diaforesis”, la escritora y académica de Chicago Margo Jefferson evoca su amor por la cantante Ella Fitzgerald y ensalza su negritud, corpulencia y hasta su sudoración al actuar: «La gente debería haber mendigado el elixir de tu sudor. Yo lo hago. Lo suplico».

Sinéad Gleeson rememora en “Sonic Seasonings: el genio de Wendy Carlos” la vida de esa pionera de la música electrónica (autora de la conocida banda sonora de “La naranja mecánica”) y de la transexualidad, que decidió alejarse del foco mediático.

Megan Jaspe, vicepresidenta del sello grunge de Seattle, Sub Pop, relata en “Perdedoras” sus divertidos recuerdos como becaria de esa discográfica. La novelista de Boston Ottessa Moshfegh, de origen croata-persa, dedica el escrito “Valentina” a su profesora de piano clásico quien le descubrió que lo suyo no era la música sino escribir. Rachel Kushner, escritora de Oregon, estudia el lado country de la conocida intérprete de rockabilly Wanda Jackson, expulsada del popular programa televisivo “Grand Ole Opry” por mostrar su ombligo.

La escritora californiana Maggie Nelson recuerda sus vivencias juveniles con la original cantante de Quebec Lhasa de Sela, fallecida de cáncer a los 37 años. Fotografías: Tom Atwood y Alexandra Karam

La cantante de Hawai Simone White ahonda en los nuevos modos de canción en su estudio “¿Qué está pasando con el rap, esa música también llamada «Trap» y «Drill»?”. Yiyun Li, escritora de Pekín, catedrática en California, rememora en “‘Auld Lang Syne’ en julio” que la música que oyó de niña la marcó de por vida. Estudia el cancionero propagandístico maoísta, que primero odió y luego recuerda cantar alegremente conduciendo por Texas junto a su hijo adolescente, trágicamente fallecido hace dos años.

La escritora, locutora y DJ londinense Zakia Sewell narra en “Oír voces” el ensoñamiento de los recuerdos del grupo de su madre Fat Cas-par, «microuniverso sonoro de la generación del acid jazz: acordes de jazz, ritmos afrolatinos y su voz dulce y esperanzada bañada por un sol eterno». Sus devaneos musicales en la capital británica son una bonita despedida de esa obra colectiva.

El libro incluye un código QR que dirige a la playlist de Spotify preparada por Gleeson con las canciones mencionadas por las autoras y comentadas en la antología.

La folksinger comunista, Agnes ‘Sis’ Cunningham y su práctica de la música como vehículo político es revisada en el libro de ensayos sobre mujeres por la escritora neoyorquina Liz Pelly. Fotografías: Agnes ‘Sis’ Cunningham Archive, Ebru Yildiz

Crisis y futuros. James Brown cantó “This Is a Man's World” y el rock y aledaños musicales, incluida su sección periodística-teórica, lo han confirmado siempre. En un análisis del mes de diciembre de 2015 aparecían en la revista “Mondosonoro” 28 colaboraciones, de las que únicamente tres estaban firmadas por mujeres. “Rockdelux” albergaba 94 firmas masculinas y 14 femeninas. En el digital “Efe Eme” eran cinco mujeres de unos 36 hombres. En “Muzikalia”, cinco de quince. Y en “Indiespot” no había mujeres entre los siete redactores. Habría que ver si ese panorama ha evolucionado desde entonces.

El pianista James Rhodes arremetía en este semanal contra la crítica musical y constataba que «con las redes sociales, todo el mundo es crítico». Las crisis y cambios en el sector, la jubilación de la generación de especialistas pioneros o la posibilidad de publicar cualquier opinión en red han socavado el periodismo musical.

El propio sector, además de casi excluir a las mujeres, no ha cuidado su credibilidad. Radiofórmulas pagadas por editoriales y discográficas. Compra de voluntades y favoritismos críticos con preferencias para novedades o exclusivas. Viajes promocionales, acceso gratis a discos, libros, entradas de conciertos, zonas VIP. Amiguismos, exclusivismos y coleguerío.

Periodistas o críticos han solido firmar reproducciones tal cual de textos de promoción, fusilar otras publicaciones, escribir reseñas de recitales sin salir casi del bar y hasta ha habido quien ha reseñado algún concierto que se suspendió a última hora.

Margo Jefferson, escritora y académica de Chicago, se confiesa defensora acérrima de la clásica Ella Fitzgerald. Fotografías: Windham Campbell, William Gottlieb.

En defensa del sector hay que reconocer el trabajo gratuito, la precariedad laboral y los falsos autónomos. Trabajos nocturnos con premura de tiempo y con los conciertos sin terminar. Notas previas convertidas por los editores con prisa en crónica final. Actualizaciones y modificaciones por teléfono que el editor desinformado transcribe, ridiculizando incluso al crítico que lo firma. Por ejemplo, escribir “Mikel La Boa” (sic) o “Super Ordorika” (resic).

También la falta de autocrítica de los artistas («nos tienen envidia»), presiones de los fans hasta a la salida de un concierto («¡entérate, cabrón, xx es el mejor!»), de mánagers agresivos («¿dónde está ese xx que le voy a dar de hostias?») o paternalistas («estarás contento, has hecho llorar con tu crítica a la madre de xx»). E incluso, envíos de coronas fúnebres o agresiones físicas tras crónicas mal digeridas; por ejemplo, en el tren de cercanías de Martutene o en un backstage municipal en Barcelona.

El periodismo y la crítica en el campo del rock y géneros cercanos están en crisis. La mayor presencia de mujeres es un oportuno revulsivo para un sector en mutación. Máxime, si esas mujeres ayudan a visibilizar a creadoras más fuera de foco. El protagonismo femenino de la original e inteligente colección de ensayos “Música, maestra” puede ser buena muestra de un futuro ya presente que barra viejunos esquemas patriarcales.