7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Manual de supervivencia


El miedo siempre ha formado parte del afrontamiento ante los cambios del mundo. Es un componente más dentro del proceso de percibir, digerir, asumir y actuar, y cumple su función; pero la continua exposición a los mensajes que unos y otros quieren vehementemente hacernos llegar, a menudo supone un altavoz que hace que el miedo reverbere. Y es que, en varias ocasiones enfrentamos a un dilema: ¿cuánto necesito saber para adaptarme y, por tanto, dejar que me impacte lo que me cuentan? ¿Cuánto necesito desoír para no paralizarme de temor o incertidumbre de pura acumulación?

Estamos afrontando una época de cambios como tantas otras han experimentado nuestros ancestros, si bien, esta era conlleva escucharlo todo todo el tiempo y, aunque saber la verdad nos hace libres, mirar reiteradamente a una en concreto sin hacer nada al respecto puede llegar a paralizarnos y ‘desactivar’ nuestra capacidad de adaptación. En otras palabras, nuestra mente adaptativa se mueve en una franja óptima entre la consciencia y la negación, entre la hiperestimulación y el letargo, entre la implicación y la abdicación. No es sencillo posicionarse en un lugar interno que podamos mantener venga lo que venga, sin ser zarandeados. Vivir cuesta y, a pesar de que podamos encontrar un lugar tranquilo para hacerlo internamente, ese lugar hay que defenderlo y mantenerlo cuando el exterior nos desafía.

La integridad de nuestras posiciones, valores, motivaciones ante el mundo está, como todos los demás procesos psicológicos, influenciada por nuestras emociones más ancestrales y los sentimientos más habituales en cada cual, fruto de nuestra historia. De nuevo, en esa franja óptima de afrontamiento, tendremos que hacer hueco a nuestras emociones para que estas no nos bamboleen también desde dentro en el momento menos oportuno como si fuéramos títeres de nosotros mismos. Prepararse para un mundo cambiante nos va a requerir que nos conozcamos bien, lo mejor posible, que podamos estar seguros, seguras más allá de toda duda de que poseemos valor y recursos, y que podamos relativizar lo que nos sucede como una fase más de un proceso que nunca se detiene, en el que llevamos subidos como especie desde el principio de los tiempos, confiando en que, en cuanto podamos, desplegaremos ese valor y esos recursos. En otras palabras, mantener la esperanza de que ‘también esto pasará’.

Es preciso también entender que todos los que nos hablan para contarnos cómo es el mundo tienen sus propios intereses y necesidades, por lo que también sus palabras y maneras tienen que ponerse en contexto, más allá de una sola verdad. Para poder sobrevivir en esa franja también es imprescindible la alegría. Muchas veces, la atención constante a mensajes amenazantes nos paraliza porque activamos un modo de supervivencia que evolutivamente está preparado para durar unos minutos (como primates, las emociones de ataque o huida, es decir, el miedo o la rabia con sus consiguientes sistemas fisiológicos duran el tiempo necesario para salir del paso ante un enfrentamiento o acecho), agotándonos como un atleta preparado que no termina de escuchar el pistoletazo de salida. Y de dicha parálisis quedan excluidas las emociones que rodean a nuestra flexibilidad mental, como es por ejemplo la alegría. Mantenerla protegerá la disposición a abrir la atención y, por tanto, también a la promoción de la creatividad, lo que, como podemos intuir, es imprescindible para inventarse una adaptación.

Por último –solo en este texto–, podemos recordar que no tenemos por qué tener miedo ante lo que va a venir, si es que estamos seguros de ello, simplemente tendremos que prepararnos para ello, estar presentes sin desbordarnos, vivirlo, y estar dispuestos a ser otros, otras, del otro lado de la experiencia; y todo ello mirando a los ojos a las demás personas, notando su presencia y confiando en su ayuda como en nuestra disposición a ofrecerla. La generosidad también protege en un mundo cambiante.