7K - zazpika astekaria
GASTROTEKA

Cocinar en casa


Llegar a casa un día de verano, tormentoso, medio frío o frío total, abrir las ventanas, dejar que corra el aire y que se note la humedad y el olor a tierra mojada, suena Johnny Cash de fondo, concretamente “Hurt”. Ropa de casa cómoda, holgada para no sentir las ataduras ni la velocidad del día a día, la agenda vacía, sin nada que hacer, ni ahora, ni después, sin compromisos por los que madrugar, solo tiempo para cocinar, sin notar el tiempo… sin notar el tiempo.

Esto es para mí cocinar en casa. No es un poema, solo la descripción de una situación idílica en la que el tiempo en la cocina no importa. Al igual que digo situación idílica, digo utópica. Porque este primer párrafo, que cada vez que lo leo me relaja y me hace soñar, es precisamente eso, un sueño. Recuerdo que lo más parecido a cocinar en casa, así, es lo que hacía mi madre los domingos, cuando se escuchaba Abba en toda la casa y en la cocina había 5-6 cazuelas en marcha para los tres que íbamos a comer. Esto, desde las 9-10 de la mañana. Pero esto que os cuento y que puede haceros soñar, está en las antípodas de nuestra rutina.

¿Cocina en una casa en la que no se cocina? La respuesta a esta pregunta puede darse con otra pregunta: ¿Cocinar es lo mismo hoy que ayer? Evidentemente, no. Amigos, familia, cocinar en casa, ya no es lo mismo.

Os contaba, y seguro que vosotros también recordáis alguna escena, algún día en el que vuestra ama, aita, amona o aitona cocinaba para sí mismo, para la familia o para amigos, con toda la paciencia del mundo. Haciendo de cada paso, de cada proceso de una receta, un ritual en sí mismo. Estos recuerdos son un tesoro que está en nuestra mano mantener vivos y revivir de vez en cuando. La simple acción de pelar una patata puede tornarse terapia si se acompaña como debe ser: con tiempo, paciencia y buena música.

La radio también es una buena opción. Se trata de concentrarnos en una sola acción, de poner todos nuestros esfuerzos en clavar y hacer lo mejor posible cada uno de los pasos de una receta. Esta mentalidad es 100% japonesa. Mimar cada ingrediente, por simple que sea, y dedicarle todo el tiempo del mundo a este, es algo que ya no se ve y que yo echo muchísimo de menos. No tenemos tiempo o nuestras preferencias son otras a la hora de cocinar. ¿Es por eso por lo que nos llaman tanto la atención los restaurantes japoneses? ¿Por la dedicación y la delicadeza con la que se prepara todo? Este tipo de cocina se convierte en un impás necesario. Un frenazo en seco con el que alguno se abriría la frente y se partiría un diente. Pero que, a su vez, le abriría la mente.

 

EXCUSAS Y AUTOENGAÑOS

¡Qué necesario es frenar, qué necesario es parar! También en la vida, pero hablamos de la cocina. Enumeremos situaciones y excusas con las que nos topamos todos los días. “No tengo tiempo”, “no me apetece cocinar”, “no sé cocinar”, “la cocina no es para mí”, “ya me cocina mi madre”… Todo, absolutamente todo, es cuestión de perspectiva y preferencias. Autoengañarnos no nos va a alimentar en el futuro, pero cocinar y fallar, puede que sí lo haga. Quemar un pan congelado puede ser un paso con el que iniciarse en la cocina. Lo del pan congelado lo pongo sobre la mesa porque hace poco escuché a un joven preguntar a otro, a ver si este sabía cómo se compraba (pedía) un pan en la panadería. ¿Se lo preguntamos a chat GPT? Este es uno de los caminos que se está recorriendo. Sabéis que cuando por primera vez alguien pisa la hierba, esta se queda pisada y marcada. Seguido, va otro y la vuelve a pisar… y así, sucesivamente, hasta que de repente, tenemos un camino nuevo. Pues esto es parecido. Se nos está olvidando hacer la compra. La compra en la que nos relacionamos personas con personas sin una interfaz digital de por medio. Esta compra es el primer paso importante para cocinar en casa como se debe.

No tiene por qué ser siempre así, pero lo preocupante de esto es que los caminos que se están abriendo están des-socializando la cocina desde el primer paso de todo el proceso, desde la compra. Imaginaos si la compra está dejando de ser, si no lo dejó hace tiempo ya, un acto social. Un momento en el que se comparte conocimiento, cultura, patrimonio y lo más importante, ¡recetas!

Lo que viene después de una compra fría, con prisas y sin ilusión de nada, no puede resultar en un plato rico y con contenido. Por lo que el proceso de cocinado se termina convirtiendo en un simple quehacer más. Igual que uno hace un recado sin importancia, come o se calienta un precocinado. No tengo nada en contra de la ‘quinta gama’ (precocinados), de hecho, me gusta jugar en la cocina con ellos. Cuando no tengo mucho tiempo, son una base fantástica para hacer platos más elaborados. En cambio, cuando la ‘quinta gama’ se convierte en la base de la alimentación de una persona, se pierde en entendimiento, se pierde la cultura y se pierde el patrimonio. Calentar un plato en el microondas puede ser una manera de cocinar. Pero no puede convertirse en la base de nuestra alimentación. No de esta manera.

Cocinar en casa, aunque no sea todos los días, tiene que ser un regalo para nosotros mismos. Cocinemos para nosotros o para otros. Cocinar en casa tiene que servirnos para reconectar con los elementos que visten nuestra casa, con nuestra identidad. Nuestra manera de ser la disfrutamos en pequeños rituales como estos, en los que el tiempo es nuestro y solo nuestro.

Regalaos un poquito de tiempo y preparaos un homenaje como si fuerais a celebrar el mejor día de vuestra vida. Pensad el plato o la receta que más felices os hace y cocinad como si lo hicierais para vuestra madre o vuestra abuela. Mínimo, 3-4 horas, vuestro grupo de música favorito y ropa cómoda. No hace falta más. Solo que en vuestras apretadas agendas hagáis un pequeño hueco, primero, para ir de compras a las calles de vuestro municipio y, segundo, para todo lo que ya no hace falta que os explique más.

Haceos el favor de, aunque sea una vez al mes o al año, cocinar en casa, como si estuvierais en casa.

On egin!