07 JAN. 2024 CIEN AÑOS DE EDUARDO CHILLIDA El escultor que atrapó el espacio El próximo 10 de enero se cumplen cien años del nacimiento de uno de los artistas vascos más internacionales, Eduardo Chillida (Donostia, 1924-2002). Su nombre estará ligado para siempre a la escultura a nivel mundial y su figura permanecerá como una de las más relevantes en el arte contemporáneo del S. XX. Fotografía: Robert Royal Iker Fidalgo Hablar de Chillida es hablar del escultor, del artista, pero también de una firma que ha trascendido del mundo de la cultura hasta convertirse prácticamente en una imagen de marca o una identidad. En las siguientes líneas proponemos varias pinceladas para desgranar algunos de los aspectos más relevantes de su vida, su evolución como creador y del legado que nos ha dejado su vasta dedicación. Eduardo Chillida nació a principios de 1924 en el seno de una familia acomodada de la capital guipuzcoana, hijo de un militar y de una cantante soprano. Gran aficionado al deporte, llegó a convertirse en portero de la Real Sociedad con tan solo diecinueve años. En algunas biografías incluso se llega a leer que el mismo Real Madrid tentaba al joven portero donostiarra. La suerte no estuvo de su lado, pues tan solo catorce partidos después de su debut, en un partido contra el Valladolid, se lesionó la rodilla de manera irreversible dando fin a su etapa futbolística. A causa de su estado físico, se vio obligado a abandonar el fútbol y se desplazó a Madrid para estudiar Arquitectura en la Universidad Politécnica. Tras unos años de dedicación académica, decide abandonar la carrera y comienza a trabajar el dibujo al natural en el Círculo de Bellas Artes de la capital española. Es en ese momento cuando se interesa por la creación volumétrica y comienza a realizar sus primeros trabajos en tres dimensiones, algo que, a la postre, marcaría la evolución de su trabajo. Pero, sin lugar a dudas, lo que impulsa su carrera artística es su traslado a París. Es en esta ciudad donde comienza a trabajar en materiales como el yeso y empieza a conocer algunas de las figuras que influyeron de manera determinante en su producción artística. Nombres como Pablo Palazuelo, pintor con el que entabló amistad, Julio González, Brancusi o el mismo Pablo Picasso, se cruzaron en el camino del futuro artista, quien aprovechaba su residencia en la ciudad para conocer de primera mano la escultura griega del Museo Louvre. Tras un tiempo viviendo en un pequeño pueblo del norte del Estado francés, decide volver a Euskal Herria y comienza a trabajar en una fragua, donde conoce de primera mano el lenguaje del hierro y las posibilidades del material. En el año 1951 Chillida realiza su primera pieza abstracta, “Ilarik” (estela funeraria), abandonando su relación con la figuración. Tras una serie de interesantes proyectos, los años sesenta suponen la confirmación de su proyección internacional y comenzará a trabajar con nuevos materiales. Es también en esos momentos donde se desata una polémica con el otro gran escultor vasco, Jorge Oteiza (Orio, 1908-Donostia, 2003), que abordaremos más adelante. Chillida sigue su propio camino y se confirma como un artista de talla mundial. Sus piezas, muchas de ellas ligadas al espacio urbano, comienzan a tener presencia en ciudades como Madrid, Sevilla, Barcelona o Donostia, así como en países como Alemania, Finlandia, Estados Unidos, Irán o Japón. El escultor donostiarra, en una fotografía tomada en el taller, trabajando para una de sus obras. Archivo Eduardo Chillida SU OBRA: EL ESPACIO, LA NATURALEZA Y LA MONUMENTALIDAD Una de las características más reconocibles del trabajo de Eduardo Chillida es aquella que tiene que ver con la interacción entre el arte y el espacio público. La creación de esculturas de gran tamaño y relacionadas con el paisaje marcan la carrera del escultor donostiarra. Por supuesto existen otras facetas de su trabajo que se han materializado en formatos mucho más reducidos. Podemos traer a colación aquellas fases de su vida que tomaron incluso el papel como soporte, tal y como sucede en las series de dibujos sobre manos. De cualquier manera, es evidente que la presencia del autor en el espacio exterior es reconocida por el gran público como una parte inseparable de su producción. Tanto a nivel poético como formal, muchos de estos trabajos expresan un fuerte arraigo con el entorno. Piezas como “Elogio del horizonte” en Gijón, “Elogio del agua” en Barcelona o cualquiera de su serie “Lugar de encuentros”, plantean una relación espacial marcada por elementos de gran tamaño. A pesar de estar construidos en materiales aparentemente toscos como el hormigón armado, despliegan una sensibilidad capaz de captar un instante o un anhelo de permanencia en el tiempo. Por otro lado, el acero autopatinable y sus resultados de tonos oxidados, han sido recurrentes en varias ocasiones, encontrando un equilibrio entre la narrativa de la pieza y la presencia física de la misma. Ejemplo de ello es “Buscando la luz” I, realizada en 1997, en donde tres placas de acero unidas entre sí se ondulan en un intento de elevarse sobre el suelo, mientras el vacío interior dota de cuerpo invisible a la obra. El escultor donostiarra junto al «Peine del viento». Archivo Eduardo Chillida, Skidmore Owings «PEINE DEL VIENTO» Si por una obra es reconocido Eduardo Chillida en Euskal Herria, esa es por el famoso “Peine del viento XV”. En el año 1952 realizó la primera versión de la escultura hasta su instalación en 1977. El diseño del espacio es fruto de la colaboración con el arquitecto Luis Peña Ganchegui, con el que trabajó en varias ocasiones en proyectos como la Plaza-Monumento a los Fueros Vascos de Gasteiz en 1982. Las obras fueron instaladas con la participación del ingeniero José María Elosegi, fallecido el pasado diciembre a los 96 años. Precisamente, la familia de este realizó en el año 2007 una película documental donde se muestra la evolución del montaje hasta la consecución del resultado que hoy conocemos, mostrando fotografías y documentos sobre los problemas y las soluciones que se dieron durante todo el proceso. La pieza está conformada por tres cuerpos de diez toneladas cada uno. La vista desde la costa, en las faldas del monte Igeldo, nos permite ver cómo entre ellas forman una disposición triangular en un equilibrio violento entre las rocas, el viento y el golpeo del mar. Como garras de acero, acarician con firmeza la atmósfera que les rodea, elevando la potencia dramática de la obra en los días ventosos. “Peine del viento” marca un antes y un después en la identidad de una ciudad que años más tarde ha orientado una destacada parte de su planificación urbana al disfrute de quien la transita caminando. Desde donde se sitúa el peine hasta el final del barrio de Gros, recorremos los tres grandes nombres de la escultura vasca en forma de monumentos de un tamaño más que notable. En el Paseo Nuevo, encontramos la “Construcción vacía” de Jorge Oteiza, adquirida en el año 2001 e instalada en el 2002. Siguiendo una línea imaginaria en paralelo al mar, llegamos hasta “La Paloma de la Paz”, de Néstor Basterretxea (Bermeo, 1924-Hondarribia, 2014), que se encuentra instalada en la explanada de Sagües desde el 2015 tras pasar por varias localizaciones desde su primera colocación en 1988. Capítulo aparte merecería la figura del artista bermeotarra, de quien en este 2024, también se celebra el centenario de su nacimiento. A pesar de su interesante trabajo, su aporte a la cultura de Euskal Herria, su amplia producción y formar parte de la misma generación, parece haber quedado oscurecido por la alargada sombra de los dos grandes nombres de la escultura vasca. Por último, a este conjunto de piezas podríamos añadir “Hondalea”, de la donostiarra Cristina Iglesias (Donostia, 1956). Una pieza inaugurada en el año 2021, y cuyo emplazamiento en el interior de la casa del faro de la isla de Santa Clara trajo consigo polémicas en torno al sobrecoste de su materialización (de los 1,3 millones presupuestados hasta más de 4 millones finales), y las dudas suscitadas sobre la gestión del patrimonio natural de la localización elegida. Entre otros reconocimientos, el trabajo de Chillida obtuvo un destacado homenaje en forma de exposición a finales de 1998, cuatro años antes de su fallecimiento. El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) fue el escenario de una gran retrospectiva que trató de aunar cincuenta años de trayectoria entre 1948 y 1998, exponiendo ciento cuarenta obras entre dibujos y esculturas. Eduardo Chillida en una imagen tomada en su estudio. Archivo Eduardo Chillida OTEIZA, EL ABRAZO DE ZABALAGA Y UNA EXPOSICIÓN PÓSTUMA Uno de los grandes hitos de la biografía de Eduardo Chillida es el haber formado parte del grupo GAUR. Impulsado por Jorge Oteiza, el grupo se erigió como una formación completada por artistas guipuzcoanos entre los que se encontraban el propio Oteiza, Chillida, Sistiaga, Basterretxea, Ruiz Balerdi, Remigio Mendiburu, Amable Arias y Jose Luis Zumeta. Esta unión surgió como respuesta al aislamiento cultural provocado por el franquismo y reivindicó la conexión con la vanguardia artística. A su nacimiento le siguieron iniciativas como Emen en Bizkaia, Orain en Araba y Danok en Nafarroa, influyendo así a las generaciones posteriores y provocando la implicación del mundo del arte en el contexto político y social del momento. La disolución del grupo, en parte, vino precedida por la polémica que marcó la relación entre los dos grandes escultores vascos. Oteiza, que se retiró de la producción de obra a finales de los años cincuenta, y un Chillida cada vez mejor posicionado en el ámbito internacional, mantuvieron una tensa relación salpicada por acusaciones por parte de Oteiza de no ayudar al movimiento cultural de Euskal Herria. En otras ocasiones, al parecer, Oteiza acusaba de plagio al escultor donostiarra, construyendo así los cimientos de una enemistad que se alargó durante treinta años y que combinaba la vehemencia del artista oriotarra con una mayor discreción por parte de Chillida y su círculo más próximo. En diciembre del año 1997, cuando ambos eran ya unos artistas veteranos (Oteiza contaba entonces con 89 años y Chillida 73), escenificaron una reconciliación que pasó a la historia como el abrazo de Zabalaga, pues sucedió en la finca de Hernani donde finalmente sería inaugurado Chillida Leku años después. Este encuentro puso fin a una relación polarizada que dividía de manera radical dos maneras de entender la creación artística y que, sin embargo, no podían ser entendidas la una sin la otra. Años más tarde, en 2021, fue la Fundación Bancaja quien reunió por primera vez el legado de estos dos grandes artistas. “Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60” supuso la primera exposición conjunta de ambos, casi dos décadas después de su fallecimiento. La muestra, que tuvo lugar en Valencia, y que pudo verse en el 2022 en el Museo San Telmo de Donostia, parecía cerrar definitivamente una polémica que acabó trascendiendo a la opinión pública vasca. Archivo Eduardo Chillida TINDAYA, LA OBRA INCOMPLETA Parece innegable que la carrera de Chillida estuvo plagada de éxitos hasta el final de la misma. Sin embargo, existe una obra irrealizada que se convirtió en una espina clavada en su trayectoria y que a día de hoy aún colea. En el año 1984, Eduardo Chillida ideó un ambicioso proyecto que consistía en vaciar por completo una montaña y crear una estancia vacía en la que se filtraría la luz del exterior. Un enorme cubo cuyas medidas, en cada lado, equivaldrían a 17 pisos de altura. La idea era crear un monumento que permitiera «crear un espacio interior que pudiera ofrecerse a los hombres de todas las razas y colores, una gran escultura para la tolerancia», tal y como escribió en una carta remitida a prensa en el año 1996. Tras una búsqueda en diferentes localizaciones, se topó con la Montaña Mágica de Tindaya, en Fuerteventura, y se convirtió en la candidata perfecta para el autor. Sin duda, se trataba de un paraje especial. El lugar posee valor para la mitología local y fue declarado Espacio Natural Protegido en 1987, así como Área de Sensibilidad Ecológica en 1990. En ella descansan más de trescientos grabados rupestres que añaden, además, valor arqueológico al lugar. Si bien el proyecto fue aprobado por el Gobierno canario en 1995, adjudicando la obra por una cantidad equivalente a unos cincuenta millones de euros, desde su nacimiento encontró gran oposición desde el ámbito ecologista y, a día de hoy, el proyecto sigue paralizado. Con todo, la idea de Chillida reaparece de manera recurrente en el contexto de la isla. Hace cinco años se constituyó entre el Cabildo y el Gobierno de Canarias una fundación que comenzó a estudiar de nuevo la viabilidad del proyecto, encargando un estudio a una consultora que estimó el coste en 75 millones de euros. A este respecto, la búsqueda de financiación incluía el planteamiento, por parte de la familia del autor, de que 25 millones salieran de las arcas públicas. En marzo de 2023, el Consejo de Patrimonio Histórico de Canarias modificó la proyección de la montaña como Bien de Interés Cultural, que antes solo incluía a la cima, entendiendo que el conjunto de la montaña requiere de protección integral. A día de hoy, el proyecto de Chillida parece haber sido enterrado para siempre. De cualquier manera, y tras la experiencia de estos últimos treinta años, no parece que la montaña vaciada de Chillida deba nunca descartarse del todo. Aspecto actual del caserío Zabalaga, ubicado en Chillida Leku. Gorka Rubio | FOKU CHILLIDA LEKU, LA POLÉMICA DEL LEGADO En el año 1983, Eduardo Chillida adquirió junto a su esposa, Pilar Belzunce, un caserío en ruinas situado en Hernani. La construcción llamada Zabalaga, databa del año 1543 y desde entonces Chillida lo asumió como uno de sus proyectos personales más importantes. La pareja inició un proceso de rehabilitación que se extendió en el tiempo y comenzó a dar forma a un espacio que él entendió prácticamente como un trabajo escultórico. Si bien el objetivo final era encontrar un lugar para la muestra de sus trabajos, no se trataba únicamente de darle un sentido museístico. Más bien el caserío sería una gran pieza que dialogaría junto con el resto de su producción, ligando así de por vida su legado a la localidad que le recibió a su vuelta de París. A mediados de septiembre del año 2000, diecisiete años después de su compra, Zabalaga abrió sus puertas bajo el nombre Chillida Leku. Sin embargo, el escultor no pudo disfrutar mucho tiempo de esta nueva etapa, pues falleció en el año 2002. La gestión del museo no ha sido una empresa fácil para los herederos del artista. En el año 2011, y tras la crisis económica del 2008, el museo cerró sus puertas alegando un déficit económico de dos millones de euros. La gestión previa al cierre y la relación posterior que la familia de Chillida ha tenido con los diferentes equipos de gobierno ha sido, cuanto menos, compleja. A lo largo de las diferentes conversaciones se rompieron relaciones, existieron comunicados públicos, así como decisiones que entorpecieron la posibilidad de que Chillida Leku pudiera ser asumido como un centro sustentado mediante dinero público. Precisamente las principales desavenencias orbitaron en cómo conjugar la financiación pública con los intereses privados que la familia quería mantener en la gestión del lugar. Finalmente, y tras ocho años de cierre, el museo encontró el apoyo de la galería suiza Hauser & Wirth. En abril del 2019 reabrió sus puertas anunciando esta nueva gestión, encabezada a día de hoy por Mireia Massagué. Chillida Leku, que cumplió veinte años de existencia durante el año pandémico, ha recuperado un lugar protagonista en el panorama cultural, siendo un centro de referencia en Euskal Herria. A día de hoy cuenta con una programación regular que sigue tratando de poner en valor el trabajo del artista. Este 2024 que ahora se inicia estará plagado de homenajes, obituarios y recordatorios que ensalzan la figura del artista. Una vida ligada al trabajo artístico y al compromiso con su propia manera de entender la creación. Sin duda, Chillida ha trascendido como algo más que un artista. Una figura ligada a su origen y que siempre pretendió expresar en su trabajo su relación con el entorno al que perteneció. Su biografía da para mucho y sus decisiones podrán suscitar opiniones afines o contrarias. Pero, aun y todo, la potencia de su trabajo es innegable. Este aniversario es un buen momento para acercarnos a su obra, entenderla como él la concibió y dejarnos atrapar por la relación entre materiales, texturas, espacios y cuerpos. «Peine del viento» marca un antes y un después en la identidad de una ciudad que años más tarde ha orientado una destacada parte de su planificación urbana al disfrute de quien la transita caminando.