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PANORAMIKA

Mirar y ver

Una de las fotografías incluidas en la exposición “Un mundo nuevo por ver” de la colección Ordóñez-Falcón, que hasta febrero se puede ver en el Museo Bellas Artes de Bilbo. (Raúl Bogajo | FOKU)

La historia de la cultura visual está siempre en permanente evolución. En varias ocasiones hemos traído a estas páginas reflexiones sobre las diferentes etapas de la imagen y de cómo la explosión digital ha condicionado de manera irreversible nuestro vínculo con todo lo fotográfico. Nuestra cultura, eminentemente ocularcentrista, basa gran parte de su desarrollo en lo que se capta a través de los ojos. La relación entre mirar y ver está sometida a constantes variaciones que vienen condicionadas tanto por las mejoras tecnológicas como por los avances sociales de nuestro tiempo. Si mirar es el acto de dirigir la mirada y ver es la capacidad de percibir a través de la vista, todo lo que sucede entre estas dos acciones nunca termina de establecerse de manera fija y estanca y es siempre susceptible de evolucionar según marquen los caminos del futuro que está por venir. Con todo, nuestros recursos para asumir todos aquellos nuevos lenguajes y códigos son también limitados.

La rapidez con la que los cambios culturales se han dado en los últimos años, ha dificultado un aprendizaje que nos permita componer una opinión crítica frente al bombardeo de contenido ante el que, como público, nos exponemos. Para ello, es importante conocer las diferentes etapas que nos han traído hasta aquí, porque comprender el pasado nos ayudará a ser conscientes de la relevancia de nuestro presente.

“Un mundo nuevo por ver” es el título de la exposición que el Museo de Bellas Artes de Bilbo presentó a finales de octubre del año pasado. El proyecto responde a la colaboración surgida con la colección Ordóñez-Falcón, una de las colecciones privadas más importantes, que recientemente ha decidido donar más de cien fotografías a la pinacoteca bilbaina. El matrimonio donostiarra conformado por Enrique Ordóñez e Isabel Falcón, inició la colección a finales de los años setenta hasta contar con cerca de dos mil imágenes. Hasta mediados del próximo mes de febrero, podremos disfrutar de esta muestra en la que encontraremos trabajos datados entre 1850 y el año 2010, así como más de sesenta firmas e incluso piezas de autoría anónima o no conocida.

Ya en sala, no es fácil trazar un hilo comisarial que relacione contenidos de tan diversa fuente y condición. Para ello, se ofrecen al público tres grandes áreas temáticas: ciencia y naturaleza, arquitectura y ciudad, retrato y personas. A lo largo de cada una de ellas entran en diálogo retratos, fotografías de paisaje, cianotipias e incluso piezas cercanas a la fotografía científica. Entre todas ellas podemos ser capaces de crear una línea temporal que a modo de mapa guía nuestro repaso a la historia de la imagen y a las razones de por qué hoy, entendemos así el mundo.