07 JAN. 2024 CINE «Perfect Days» Koji Yakusho encarna en «Perfect Days» a un limpiador de váteres públicos. Su interpretación le valió el galardón a Mejor Actor en el Festival de Cannes. Mariona Borrull La carrera de Wim Wenders había servido durante años como aviso para navegantes: haz lo tuyo, y que tus ideas no se metan de por medio. A principios de los dosmil dieces, el Wenders-documentalista (“Pina”, “La sal de la tierra”) salvaba los trastos del Wenders-autoral, responsable de películas que, ya fueran pequeñas o grandes, en el fondo, llevaban a la nadería más absoluta: “Los hermosos días de Aranjuez”, “Inmersión” (¿Recuerdan el romanticismo sonrojante de “Inmersión”, con James McAvoy y Alicia Vikander? Eso inauguró Zinemaldia)... Con los últimos cortos del alemán fuera del radar, el tren parecía estar oficialmente descarrilado. Y, sin embargo, al lado de la vía estaban floreciendo, indetectados, algunos brotes verdes. “Perfect Days” es una película diminuta, pero también extremadamente controlada: el milagro de un tamagotchi bien cuidado. El autor de “París, Texas”, profundo japonófilo y estudioso de la capital en el documental de “Tokio Ga” (1983), recibía una invitación de parte del guionista Takuma Takasaki para retratar, en una serie fotográfica o en varios reportajes, un nuevo proyecto social en Tokio: un conjunto de baños públicos diseñados por diferentes arquitectos reconocidos. La idea fascina a Wenders pero decide volver a la ficción que elevó “El cielo sobre Berlín” a la categoría de icono. Así que, en dieciséis días, lo que duraba el proyecto inicial, retrató la ciudad a través de los ojos de un personaje improvisado -vacío de impurezas ficcionales-, un caminante en la tradición de Jiro Taniguchi y un hombre corriente como los del maestro Yasujiro Ozu. Ese sería un hombre que ya carga con el peso de la tradición cinematográfica japonesa, aunque tenga la suficiente humanidad poder encontrarlo por la calle: Koji Yakusho (“La anguila”, “Memorias de una geisha”). Él pone el rostro a Hirayama, un limpiador de váteres públicos que, durante toda la película, ejecuta meticulosamente los pasos de una vida rutinaria. Levantarse, almorzar, desinfectar cada rincón de cada retrete con escrúpulos de samurái, comer, sacar una fotografía de su árbol favorito, un baño, cenar, leer, dormir. La capacidad de Yakusho por no interpretar por encima de la pureza de esta rutina le valdría el galardón a Mejor Actor en el Festival de Cannes. Wim Wenders explicaba el valor que ello esconde: «La belleza de este ritmo monótono de ‘eterna uniformidad’ es que de repente empiezas a prestar atención a todas las pequeñas cosas que no permanecen iguales, sino que cambian cada vez. Sí, como Hirayama, realmente aprendes a vivir completamente en el aquí y el ahora, ya no hay rutina. La sustituye una sucesión continua de acontecimientos únicos, encuentros únicos y momentos únicos». Nos amparamos a esta sencilla máxima como reclamo para una película ideal en tiempos de sobrecarga.