18 FéV. 2024 PSICOLOGÍA A por ello Igor Fernández Cuando nos enfrentamos a situaciones desafiantes que parecen venir hacia nosotros, hacia nosotras, sin intención de detenerse, con el potencial de pasarnos por encima, a menudo el temor nos deja inmóviles; esperamos con los ojos abiertos a que suceda lo inevitable y, entonces, por mucho que pongamos los recursos en marcha, puede ser demasiado tarde para reaccionar. Cuando algo nos impacta por inesperado, por intenso, por drástico, lo normal es que necesitemos un tiempo de habituación a ese estímulo, como lo necesitan nuestros ojos si en mitad de la noche alguien enciende la luz del techo. Psicológicamente esa habituación a una mala noticia, a un cambio radical e inesperado de vida -aunque sea para bien-, normalmente implica superar el choque, empezar a sentir que la atención no está solo en esa situación y las emociones que despierta, sino que es posible empezar a actuar. Empezar a actuar quizá mirando alrededor, buscando compañía para lo que sea que haya que hacer. Y no solamente necesitaremos compañía para digerir lo que nos pasa emocionalmente en una charla sentida, sino que la necesitaremos también para pensar en alto, para escucharnos a nosotros, a nosotras, recorrer las opciones posibles, y escuchar a quien mira desde fuera, desde un lugar sin tanta emoción. Tomar la iniciativa en situaciones amenazantes tiene también otros beneficios, como notar que tenemos algún control al respecto, quizá investigando o recogiendo información antes de que el impacto llegue. Por ejemplo, alguien puede recibir un diagnóstico que le asusta y, en lugar de quedarse en la depresión fruto del miedo, puede hacer preguntas, investigar, pensar en la información relevante que necesita, implicarse en otros factores que le ayudarán como la alimentación o el ejercicio, etc. O quizá se trate de una entrevista de trabajo que impresiona; y en lugar de quedarse en casa obsesionándose con un resultado incierto o aciago, poder tomar la iniciativa para estudiar un poco más, ordenar el curriculum, hacer una carta de motivación -aunque no la pida nadie- o preguntar a colegas que puedan conocer el sector. Tomar la iniciativa de acercarnos al peligro parece un contrasentido si uno está asustado, asustada, pero si algo necesitamos cuando sentimos el miedo atenazarnos es agitar el cuerpo y la mente, flexibilizarla para poder volver a pensar y realmente prepararnos. Y sí, actuar en esos momentos también requiere algo de fe. Implica confiar en que lo que se va a hacer preventivamente va a tener un resultado positivo de algún tipo; aunque no pueda evitar el impacto, quizá sí sirva para que su efecto no sea tan devastador o que la recuperación posterior sea más rápida, llevadera, relevante… Lo que más nos paraliza ante lo que nos asusta es la indefensión, y esta nos convierte en víctimas antes de luchar.