19 MAI 2024 EXPOSICIÓN «BASQUES IN AUSTRALIA» El éxodo a las antípodas En plena actualidad de la temática migratoria, la asociación Euskal Australiar Elkartea exhibe una exposición itinerante sobre la diáspora vasca al otro lado del globo a mediados del pasado siglo. Un particular episodio de nuestra larga historia de éxodos que se puede ver hasta el próximo domingo en el Photomuseum de Zarautz y recorrerá otras localidades de Euskal Herria. Celebración colectiva del día de San Ignacio en Ingham. Fotografías: Euskal Australiar Elkartea Iñaki Zaratiegi Con la pionera presencia en el norte de América de las expediciones pesqueras desde el siglo XVI, la diáspora vasca se fue extendiendo especialmente a los países del sur americano, a la par que lo hacían otros núcleos de emigrantes europeos. Más desconocida es la experiencia migratoria a Australia, menos numerosa y más tardía. La amplia exposición itinerante “Basques in Australia”, que recala en el zarauztarra Photomuseum hasta el domingo 26, ilustra en imágenes esa particular aventura humana. La ha organizado la asociación Euskal Australiar Elkartea, creada en 2018 y de la que es secretaria Esther Korta Gabiola, del barrio de Bedarona, en la bizkaitarra Ea, hija y sobrina de cortadores de caña en el país austral, a donde su padre viajó con tres hermanos más y permaneció siete años. Lleva años investigando y publicando sobre el flujo vasco en general y especialmente a Australia, una emigración de la que indica que es «una diáspora menos conocida y explicada, frente a la americana y a otros lugares, aunque hay varias investigaciones». ARCHIVO DE LA DIÁSPORA Esther y otras personas relacionadas con esa emigración a Oceanía crearon la asociación con el objetivo de dar a conocer la emigración a Australia. En este caso de recoger testimonios, información, fotografías… de la gente que queda allí o de la retornada, para elaborar un trabajo de campo contrastado y darlo a conocer. El proyecto, cuya responsable y comisaria fue la propia Korta, fue apoyado por el Gobierno de Lakua, en colaboración con la UPV-EHU, y está depositado en el Archivo de la Diáspora, ubicado en el Archivo Histórico de Euskadi, con sede en Bilbo y abierto a descendientes, investigadores y público en general. Conserva cuarenta testimonios orales de emigrantes, más material documental. Fruto de ese proyecto es la exposición fotográfica, que se inauguró el pasado 8 de septiembre, Día de la Diáspora, en el Museo Euskal Herria de Gernika-Lumo. Ofrece diez paneles temáticos de fotografías sobre el contexto histórico, los viajes, el trabajo, los grupos sociales, las familias, la experiencia particular de las mujeres, el ocio o las costumbres socioculturales. Las instantáneas son imágenes en blanco y negro, elegidas entre los cientos que se sacaba la gente emigrada y que solían enviar a la familia. En las primeras exhibiciones de Gernika o Lekeitio se montaron también vitrinas con objetos que se retiraron después de la muestra itinerante por el riesgo de deterioro. Salida del barco Toscana en la «Operación canguro». Partido de pelota en el frontón de Trebonne. OPERACIONES MARÍTIMAS Las salidas migratorias “asistidas” más importantes hacia el otro lado del globo terráqueo, entre 1958 y 1963, fueron cinco. Destacaron las tres iniciales: “Operación Canguro” (1958), “Eucalipto” (1959) y “Emu” (1960). En la tercera expedición, el buque Monte Udala transportó a más de 400 personas, entre ellas 55 parejas, 77 niños y 214 chicos jóvenes. Y después se organizaron operaciones como “Karry” y “Torres”. Tras viajar por el Estado francés, los emigrantes vascos embarcaban en puertos de Italia, junto a cientos de colegas europeos. El trayecto duraba más de un mes, con diversas escalas, hasta llegar a Brisbane, Melbourne o Sydney. Se albergaba a los recién llegados en centros de inmigrantes para transferirlos a los cañaverales de North Queensland, la mayoría en Ingham o Ayr, al norte de la gran isla austral. A la par que la investigación de Willian Douglas y Gloria Totorikaguena sobre aquellas migraciones, el académico Ignacio García, profesor adjunto de la Universidad de Western Sydney, las estudió en su libro “Operación Canguro. Emigración asistida a Australia, 1958-1963”, publicado en 1999. Su ensayo concluyó en que en la época a caballo entre las décadas de los sesenta y setenta, y en plena explosión de migraciones europeas hacia Australia, llegaron desde el Estado español un total de 7.816 trabajadores. Primero para trabajar en el corte de la caña de azúcar y, posteriormente, en otros oficios. Según Esther Korta, en los registros de zafra un 85% de los operarios eran vascos. REPOBLAR O MORIR Australia participó activamente en el lado aliado de la Segunda Guerra Mundial y sufrió la pérdida de unas 40.500 personas. Su política histórica de colonización había tenido a Gran Bretaña como fuente fundamental, una tendencia que se cortó de raíz tras la guerra europea de los años cuarenta. El capitalismo oceánico, y especialmente la industria azucarera del norte, necesitaba urgente mano de obra y el Gobierno de Canberra acuñó el lema “Populate or perish” (“Repoblar o morir”). Para animar la emigración se consiguieron primero importantes flujos de la Europa interior y se hicieron después gestiones con gobiernos del sur, incluido el español. La iglesia católica australiana, en pugna con las protestantes, necesitaba también más feligreses y coincidía con las autoridades gubernamentales en la idea de construir la llamada “Australia blanca” (White Australia Policy). Una política que privilegiaba la llegada de occidentales europeos para deportar de Australia a los trabajadores de otras islas del Pacífico que trabajaban en la industria del azúcar y la agricultura. La mano de obra del Estado español entraba en esos cálculos por blanca y católica. Pero el sexto país más grande del mundo no tenía relaciones diplomáticas con la dictadura franquista y fue la jerarquía religiosa la que movió los hilos a través de Monseñor George Creenan, que lideraba el australiano Comité Federal Católico de Inmigración. Llegó a reunirse semioficialmente con el ministro español de Exteriores, Alberto Martín Artajo, comprometiéndose a que Australia financiara los pasajes y asegurara trabajo a la llegada. Nacía en 1958 el Spanish Migration Scheme y así fue cómo miles de emigrantes fueron empleándose en apartadas zonas de Queensland, viviendo de entrada en barracones (kanpetxe), junto a compañeros italianos, griegos, yugoslavos o búlgaros. En 1963 el Gobierno español suspendió unilateralmente el acuerdo por las quejas de una minoría de emigrantes, trabajadores de cuello blanco que atendían labores burocráticas, que al no tener cobertura diplomática se sentían engañados en sus condiciones laborales. Al régimen franquista le atraía ya mucho más la nueva migración hacia la industria centroeuropea. Cándido Legarra. Jaime Aberasturi, trabajando en la selección de las hojas de tabaco. Una prueba de sokatira. Una de las partidas en avión de las «Martas». Foto de familia. Una celebración colectiva. VASCOS EN OCEANÍA El citado especialista Ignacio García informó en su libro sobre la presencia de una pequeña colonia vasca desde comienzos del siglo XX en Queensland y el estado de Victoria, formada principalmente por marineros que se asentaron trabajando en la zafra. Existía también otra comunidad de catalanes que habrían huido para no ser reclutados en la guerra colonial de Marruecos. Para el año 1924 había once haciendas en el área de Ingham de colonos emigrados desde el Estado español, una realidad que fue aumentando. García señala, por ejemplo, que la vasca Teresa Mendiolea ayudó a unos 700 vascos a emigrar a Australia, ayudándoles con el coste del pasaje. Esther Korta destaca que hubo marinos vascos asentados en las antípodas desde finales del siglo XIX. Indica, por ejemplo, a Fran Arratibel, del barrio de Natxitua, de Ea, residiendo en Melbourne en 1840. Y señala también que hubo emigrantes vascos trabajando en la zona de Nueva Gales el Sur, en la época entre siglos de la llamada fiebre del oro, que podrían haberse ido acomodando en la isla. Fueron de los primeros trabajadores en la caña del azúcar en los años treinta. Algunos compraron tierras para plantar caña y tenían buena fama por competentes y honestos. Parece que la patronal azucarera australiana presionó a sus autoridades para que tuvieran en cuenta esos precedentes cuando el régimen franquista organizó la campaña de exportación de mano de obra. García añade también una vertiente política: Australia rechazaba el régimen dictatorial español, no tenía relaciones diplomáticas oficiales y los vascos tenían un mayor sesgo antifranquista. El Gobierno español proponía en su lugar exportar trabajadores canarios, expertos en la industria azucarera. Finalmente, se llegó al acuerdo de que además de vascos emigraran otros peones del norte de la península: gallegos, asturianos, burgaleses o riojanos. A MACHETE Se calcula que hubo más de 2.500 vascos entre los miles de operarios que trabajaban en la zafra y, cuando Korta analiza la colección de imágenes que ahora se exhibe, destaca su carácter de mezcla y colectividad: «cada persona de las fotos representa a cualquier hombre o mujer que emigró a Australia. Quitando los sentimientos o los puntos de vista particulares de esas vivencias, la experiencia era parecida para todos: el viaje, los trabajos, el mismo tipo de vida. En la foto puede aparecer Pedro Korta, pero podría ser cualquiera. Su caso no tenía nada que ver con la experiencia de la emigración pastoril a Estados Unidos, que se vivía más en soledad, en el monte. Mi padre, como muchos otros, aprendió a hablar italiano e inglés lo necesario; no les hacía casi falta el inglés entre ellos». Señala que tampoco tenían necesidad de establecimientos sociales porque entre vascos, catalanes, italianos… eran un colectivo y se interrelacionaban en las casas y los sábados en hoteles y haciendas. «Estaban los Mendiolea, Gabiola, Balanzategi…, que acogían y ayudaban a quien lo necesitara. Y esa relación colectiva se ha mantenido hasta hoy porque, por ejemplo, cuando muere algún vasco llegan desde muchos lugares lejos al entierro». Bizkaia, y en particular las zonas de Lea-Artibai y Busturialdea, o pueblos como Gernika, fueron la principal cantera de emigrantes, debido en parte al efecto llamada de quienes habían emigrado primero. Muchas veces, otros emigrantes vascos eran consignados genéricamente vizcainos, con anotaciones oficiales como “nacido en Deba, vizcaino”. Era gente joven, de campo, y a quienes se les analizaban incluso las manos y los movimientos corporales porque el trabajo de la zafra era duro. Cortaban la caña a mano, con machete, bajo temperaturas muy altas, con mosquitos y empapados en sudor, melaza de azúcar y hollín. Cargaban la caña en vagones, para lo que colocaban manualmente railes a medida que avanzaban. La temporada duraba entre junio y diciembre y el resto del año trabajaban mayormente en la recogida de la hoja de tabaco y de la fruta, en el monte o en la construcción. Con la llegada de la maquinización, aquellas masas de temporeros europeos fueron desapareciendo del paisaje septentrional de la llamada oficialmente desde 1901 Mancomunidad de Australia. Joe Legarda trabajando con un tractor. Vagón con la carga de cañas de azúcar. Los hermanos Korta, de Ispaster, en la zafra de las cañas. Grupo de emigrantes en su lugar de trabajo, con los machetes en la mano. Anton Zabala y Bizente Goitiandia con compañeros italianos. Eugenio Korta cortando caña. LAS MARTAS La lejanía física y la soledad debieron hacer mella entre bastantes emigrantes, que comenzaron a pedir la repatriación. Los respectivos gobiernos idearon en consecuencia el traslado de mujeres de entre 26-36 años y solteras, como se había hecho, por ejemplo, con mujeres griegas, aunque estas viajaron ya casadas por poderes. Con la iglesia siempre de por medio, que reclutó mano de obra femenina en parroquias y ambientes devotos, la iniciativa se bautizó como Operación Marta, en referencia bíblica a la hija de Lázaro y amiga de Jesús. Marta cargaba con las tareas domésticas a la par que escuchaba los sermones, mientras que su hermana María platicaba con el maestro de Nazaret, sin cocinar o fregar. Las expediciones femeninas fueron ya en avión y el primer viaje llegó a Melbourne en marzo de 1960, con once mujeres enviadas por el gobierno franquista, además de griegas, italianas y de otros países. Fueron trece vuelos en total, de 1960 a 1963 y, al final de la operación, el avión volaba ya lleno desde Madrid. Se trasladó a casi ochocientas mujeres y, aunque parece que la mayoría fueron vascas, las expediciones provenían esta vez de más zonas del Estado español. Debían ser católicas, muy devotas, solteras y en edad casadera y de comportamiento intachable. Se las reunía primero en un convento de monjas de Madrid para darles algo de formación. La donostiarra Natalia Ortiz Ceberio, que vive en Sydney desde hace más de treinta años ejerciendo de profesora y coordinadora de Estudios Españoles en la Universidad de Nueva Gales de Sur, descubrió esa operación en los estudios migratorios de Ignacio García. Profundizó en la investigación y realizó junto a Javier Castro el documental “El avión de las novias”, que se puede visionar en la web de RTVE. Ortiz ahondó en su estudio, con más de un centenar de entrevistas a aquellas mujeres y transcribió una parte de ellas en el libro “El plan Marta (1960-1963)”, completado con otras fuentes y documentos como fotos, páginas de periódicos, cartas, postales, billetes de barco o avión, o notas manuscritas. ENGAÑOS Los “aviones de novias” transportaron principalmente a empleadas domésticas, otras que viajaron más por libre y por aventura, y algunas madres solteras, que ocultaban su oprobiosa condición social al hacer los papeles, con la esperanza de poder reclamar a sus hijos una vez asentadas en las antípodas. Se ha analizado mucho la idea de que la mayoría viajó engañada, con falsas promesas laborales, pero con la intención oculta por parte de las autoridades políticas y religiosas de que se casaran con los emigrantes solteros. Con el vuelo gratis y sin billete de vuelta, habían firmado un contrato de dos años para trabajar como servidoras domésticas. Si querían regresar antes debían devolver el dinero del pasaje y comprar el billete de vuelta, un gasto inalcanzable respecto a sus sueldos de seis libras australianas a la semana. Aisladas en las casas donde servían y sin conocimiento del idioma ni de las costumbres domésticas, algunas desarrollaron el llamado “mal de Australia” y confesaron a la investigadora Ortiz que se consolaban acudiendo el domingo a la misa en castellano de Sydney, ciudad donde se organizó el Spanish Club. De esos encuentros nacerían muchos matrimonios, incluso con emigrantes italianos y hasta búlgaros que conocían de las clases de inglés. En la mayoría de las veces casarse era una manera de dejar las tareas domésticas en casas ajenas y acceder a un hogar propio. Entre las entrevistadas por Ortiz Ceberio, hubo mujeres que desconocían incluso que hubieran formado parte de un plan programado, a pesar de haber recibido una comunicación postal que les comunicaba su selección para el viaje. La profesora donostiarra ha tenido que lidiar con la falta de documentación y la poca colaboración de la Iglesia, que no ha aclarado si conserva registros de las operaciones. No ha podido, en consecuencia, cuantificar el número exacto de mujeres por lugares de procedencia, pero ha constatado que “había muchísimas vascas”. José Badiola levantando la piedra. Estrella Uriarte trabajando en los campos de tabaco. José Badiola, compartiendo trofeo con Loren Arkotxa. Inaxio Malaxetxebarria posando con una serpiente. Basi García sirviendo una comida. Reunión festiva de familias emigrantes. Grupo de recogedores de fruta. GURE TXOKO Hubo entre la marea mixta de emigrantes casos de fracasos y decepciones por parte de gente que no asumió bien la experiencia. Pero las investigaciones han valorado el ejemplo mayoritario de superación y fortaleza vital frente a aquella difícil aventura humana. Esther Korta resalta que en las muchas entrevistas que ha realizado, y a pesar del alejamiento geográfico, la dureza de los trabajos y el clima, la dificultad del idioma…, no ha constatado fracasos ni escuchado a nadie una mala palabra, sino agradecimiento a la tierra oceánica que les acogió. Lo decían emocionados y con un montón de recuerdos que volvían a su mente. La descendencia de aquellas migraciones se sigue reuniendo en el centro Gure Txoko de Sydney, que fue en los años sesenta una continuación del Spanish Club y ha sido núcleo central de encuentro social, celebraciones festivas y culturales y permanencia viva del euskara. En 2003, la comunidad vasca del norte creó en la localidad de Townsville el Basque Club of North Queensland, sitio de reunión de descendientes con unos doscientos adherentes. En marzo del año pasado, los gobiernos español y de Lakua y las agrupaciones Euskal Australiar Elkartea y Asociación Navarra Boomerang Australia organizaron con el Ayuntamiento de Gernika-Lumo una jornada de homenaje a las “Martas” australianas. Meses después se estrenó la exposición itinerante, enfocada principalmente a los pueblos pequeños y a las gentes mayores de edad que han tenido el protagonismo mayor en esa vivencia. La muestra ha pasado por varias localidades y tras su clausura en el Photomuseum de Zarautz seguirá viajando este año por Aulestia, Ispaster, Baiona, Busturia… Una exposición similar se podrá ver en agosto en Australia, coincidiendo con el segundo viaje colectivo que Euskal Australiar Elkartea realizará a las tierras de Queensland. Todo un abanico de oportunas reivindicaciones de la memoria migratoria al país más grande de Oceanía y más alejado de las costas vascas.