26 MAI 2024 LITERATURA La prisión de la rutina Kepa Arbizu Cuando la escritora rusa -afincada en París- falleció a los 39 años durante su cautiverio en el campo de exterminio de Auschwitz, esa “estrella amarilla” con la que fue estigmatizada en vida se transformó, más allá de su muerte, en la invisibilización a generaciones posteriores de su extenso y exitoso legado. Una necesaria recuperación que se materializó con la publicación de la inédita “Suite francesa”, devolviendo a su autora al lugar que merecía y que le adeudaba el circuito literario. Revitalización de una trayectoria que ha ido consolidándose a través de diversos episodios, el más reciente en forma de una particular y subyugante novela. De simbólico título, en relación a esa conversión en meras herramientas productivas que somete el capitalismo a los seres humanos, el fallecimiento del patriarca de un clan familiar, metafórico hundimiento de una burguesía abatida durante la primera mitad del siglo XX por la incertidumbre bélica, despliega el retrato de todo un árbol genealógico, supeditado a la implícita sombra ejercida por quien fuera un feroz -y turbio- emprendedor empresarial, predestinado a diluirse en una desilusionante bruma cotidiana capaz de segar cualquier aspiración. La elegante y consistente narración manejada habitualmente por Némirovsky, aliada de prebostes en estas lides como Flaubert o Balzac, se acondiciona a la propia naturaleza del texto, asumiendo un tono existencialista -digno de Joseph Roth- y sobre todo haciendo brotar un lenguaje lírico que invita a ser saboreado en ciertos momentos como si de un poema desasosegante y sensorial se tratase. Una historia que discurre en dos planos claramente diferenciados. Mientras que el diálogo entablado entre los personajes es artificial y parsimonioso, hay uno interior que ebulle bajo un descreído acento que desvela la verdadera condición de un muestrario de personalidades abatidas entre relaciones sentimentales extintas de pasión o sujetas a labores de anestesiante rutina. La reconstrucción de la autora rusa suma un nuevo capítulo con esta obra de ademanes más poéticos de lo acostumbrado. Un palpitar que secunda el clima emanado por el apesadumbrado paso de un ecosistema humano guiado exclusivamente por el poder de la convención social. Caminos marcados únicamente por la dirección que lleva de casa al trabajo y convertidos en el trayecto más directo a la claudicación y a una anodina derrota. El fallecimiento del patriarca de un clan familiar despliega el retrato de todo un árbol genealógico predestinado a diluirse en una desilusionante bruma cotidiana capaz de segar cualquier aspiración.