07 JUIL. 2024 PSICOLOGÍA Como montar en bicicleta (Getty) Igor Fernández Encontrar la comodidad dentro de la incomodidad no es nada fácil. Esta frase es un oxímoron y, la acción, todo un arte. Lo que el cuerpo nos pide entonces es evitar las situaciones incómodas, tratar simplemente de no tener esas experiencias o minimizarlas. Sin embargo, la vida es bastante más compleja y lo habitual es que tengamos que hallar la manera de quedarnos allá donde nos interesa, asumiendo al mismo tiempo que las cosas no sean como teníamos previsto. Es una cuestión de equilibrio de fuerzas. De un modo similar a como afectaría al montar en bicicleta, en momentos incómodos el inmovilismo o la rigidez normalmente nos vuelven más inestables; en particular, cuando no tenemos la posibilidad de bajarnos de la bicicleta y hay que seguir pedaleando, seguir viviendo. Y es que atravesar los malestares no solo es inevitable en muchas ocasiones, sino necesario para el crecimiento en muchas otras. Para mantener el equilibrio en la bicicleta hay que evitar escorarse y, usando esta metáfora psicológicamente, cuando la vida se vuelve estresante y, particularmente si no podemos o queremos poner fin a una situación concreta, hay reacciones que nos escoran, que limitan nuestro movimiento y nos ponen en riesgo de caer. Una de las reacciones más habituales cuando algo nos duele es la obsesión al respecto, una rigidez que dificulta el movimiento. También lo dificulta el intento de controlar lo incontrolable o de aferrarnos a lo que se sale de nuestra expectativa. Hacer fuerza para que la realidad se coloque en el lugar donde la esperábamos es, por lo general, un trabajo colosal. Si hacemos fuerza en el lado contrario, también nos escoraremos, dedicados a la autocomplacencia o a la queja constante. Todo ello nos escora, porque concentra nuestra energía solo en uno de los lados del movimiento, en este caso, en el foco del malestar, de la sensación incómoda, lo que vuelve rígidos y repetitivos nuestros intentos. Empezamos a mirar a nuestros pies desalineados, a las manos sudorosas que cogen el manillar, a sentir el dolor en el culo, y perdemos el ritmo. El equilibrio al conducir una bicicleta o al bailar es una cuestión de alternancia, de fuerzas de similar vector que van cambiando y, también, de ritmo. Todo se vuelve mucho más difícil si, además, olvidamos adónde íbamos, perdemos el porqué o el deseo que hemos tenido para empezar a pedalear, lo cual nos permitiría ir más allá de esa reacción, de la primera vivencia incómoda, para integrarla en un movimiento más amplio, en el que se involucren no solo los músculos implicados en ese dolor, sino todos los demás. Más allá de la metáfora, para mantener el equilibrio en la incomodidad es imprescindible salir de la gravedad que genera, de la estrechez de atención sobre “el problema” y explorar otros recursos, otras partes de la experiencia, tirar de roles que no solemos encarnar y cambiar el punto de vista.