22 AVR. 2015 KOLABORAZIOA Askapena ya ha sido juzgada Jesús Valencia Educador social Numerosas organizaciones vascas y personas amigas hacen cola en la puerta de la Audiencia Nacional a la espera de ser juzgadas por dicho tribunal foráneo. Entre ellas, Askapena. No conozco un solo Estado democrático que criminalice la solidaridad; los otros, los despóticos que se rigen por legislaciones excepcionales y represivas, sí. Es comprensible: no soportan que las clases oprimidas y los pueblos colonizados entrelacen sus manos y se apoyen. Askapena nació en octubre de 1987, y desde entonces ha proclamado con orgullo sus señas de identidad. Se define como «organización vasca que promueve la liberación de todos los pueblos, incluido el suyo». Su credencial no deja lugar a dudas. Se reivindica parte de un pueblo soberano; nación diferenciada y todavía sometida; ocupada desde hace siglos por dos imperios que se forjaron y viven sojuzgando gentes. Mensaje que legitima la lucha por la liberación vasca y que plantea a otras gentes la conveniencia de implicarse solidariamente en ella. Dicha invitación no ha caído en saco roto. A fuerza de arrimar el hombro en otras luchas compartidas, la solidaridad vasca ha ensanchado el círculo de quienes nos conocen y apoyan. Gentes sensibles de otras latitudes han incorporado la causa de Euskal Herria en su agenda de compromisos solidarios. Así de cierto y así de gratificante. Hoy sentimos el estimulante aliento que nos llega desde los lugares más distantes y que suscita nuestro reconocimiento más agradecido. Nunca falta la banderola por la repatriación de nuestros presos en la Taberna Vasca de Buenos Aires. Conozco a voluntarios que pelearon en la insurgente Centroamérica y que guardan en su menguado equipaje esa misma banderola; acostumbran a exhibirla con fervor solidario cuando la ocasión lo requiere. Personas de diferentes países, organizadas como Euskal Herriaren Lagunak, defienden en sus lugares de residencia nuestras reivindicaciones nacionales y sociales. Actitud que contrasta con la de otros buenistas locales; andan por el mundo remendando zurcidos y no mueven un solo dedo por resolver el grave conflicto que tenemos en casa. El internacionalismo vasco ha mantenido la encomiable desfachatez de denunciar sin remilgos a quienes derrochan violencia para salvaguardar sus intereses. Tildaron a Reagan de «carnicero de Centroamérica» por su empeño de ahogar en sangre la insurgencia de aquellos miseriados. A Bush, Blair y Aznar los señalaron como «criminales de las Azores» por haber acordado en dichas islas paradisíacas el asesinato de millones de árabes. A Israel y a la Monarquía alauí los repudian por colonialistas usurpadores; verdugo aquel de palestinos y esta de saharauis. Ha denunciado sin descanso a la OTAN como «policía del imperio». Ahora se enfrenta con uñas y dientes al TTIP, estrategia comercial neocapitalista que intenta retrotraernos al esclavismo preindustrial. Este internacionalismo autóctono, sin más fuerza que sus arraigadas convicciones, nació con la descomunal pretensión de cambiar el mundo y en esas sigue. Humilde pero peleón. Siempre buscando confluencias con gentes de cualquier sitio empeñadas también en acabar con el capitalismo criminal: mil pueblos y una misma lucha. Hombro con hombro y mano con mano, unidos en el empeño por construir un mundo de personas libres y pueblos soberanos. Paisanaje aferrado a su tierra y abierto a otras mil; zapatista en Lacandona, mapuche en los confines de Abya Yala, kurdo en Kobane, palestino en Gaza, saharaui en Al Aiun, soberanista en Catalunya, aceitunero en Andalucía, emigrante en cualquier rincón de esta Europa xenófoba y, naturalmente, artífice de una patria independiente y socialista en Euskal Herria. Los jueces de la Audiencia Nacional aprestan sus togas para juzgar, pero llegan tarde. Los únicos que pueden enjuiciar a Askapena –quienes trabajan por un mundo sin opresiones– ya han dictado sentencia. «La hermandad de los pueblos y la construcción del socialismo –dice la Fundación Pakito Arriaran– son nuestras mejores armas contra el imperialismo». Euskal Herriaren Lagunak reitera su compromiso: «Porque somos internacionalistas, Euskal Herria no camina sola». Andalucía, Aragón, Argentina, Castilla, Catalunya, Cerdeña, Chile, Galicia son algunos de los miembros de este brillante tribunal de pueblos que ya ha dictado sentencia absolutoria. Desde casa resuena el grito firme de la hermandad militante como garantía de apoyo mutuo: «Si atacan a uno de nosotros, nos están atacando a todos». Fiel a su trayectoria, Askapena ha organizado el encuentro del 25 de abril en Zarautz. La persecución que está sufriendo le reafirma en lo acertado de su apuesta. Sin arrogancias ni cobardías, quiere seguir avivando los fuegos insurgentes que chisporrotean en cualquier rincón del planeta. Este internacionalismo autóctono, sin más fuerza que sus arraigadas convicciones, nació con la descomunal pretensión de cambiar el mundo y en esas sigue. Humilde pero peleón