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Literatura más que inquietante


Procedente de Salamanca, su ciudad natal, Joaquín Hernández era guardia municipal en Donostia. Sus orígenes y algunas conversaciones cotizaron para que la derecha donostiarra le avalara para el puesto. Llegó la guerra civil y Hernández, sin embargo, se fue con los demócratas y combatió al fascismo. Un año más tarde, el policía local fue detenido en Bilbo y encarcelado en unas escuelas, tanta era la gente arrestada. Su paso por una prisión inusual no resultó determinante para que fuera juzgado y condenado a 20 años de prisión. Una barbaridad. Hernández no había hecho sino defender los valores más primarios de justicia e igualdad.

El juez militar, severo como tantos otros, «razonó» el castigo con un argumento inmortal: «el procesado se presentaba con la máscara de persona de orden y de profundos y arraigados sentimientos religiosos, pero más adelante arrojó el disfraz, apareciendo entonces como blasfemo, ateo y de mala conducta». La libertad y la blasfemia sinónimos.

Me dirán que son crónicas ajadas, demasiado viejas para traer a colación en un artículo de opinión que debería reflejar la actualidad más cercana. Es cierto, pero el pasado sigue pesando como una losa. Les animo, por ello, a que lean las siguientes líneas, hasta el final del artículo, para refrendar la cita del inicio y comprobar que, al parecer, en nuestra tierra no ha llovido jamás.

Hace unos días hemos tenido la oportunidad de conocer otra sentencia, la 338/2015, esta vez redactada por unos jueces civiles, del Supremo. Ordena el cierre de 107 casas del pueblo, en lenguaje de otra época, o lo que es lo mismo «herrikos» en este caso de la izquierda abertzale. Un expolio en toda regla.

La sentencia, que también ha condenado a diversas personas, tiene su fundamento principal en un argumento central que se remonta a 1967. Un argumento que ya ha sido reiteradamente utilizado por la magistratura española en otros castigos ejemplarizantes cargados en las espaldas del sector soberanista vasco, en especial desde el proceso conocido como 18/98.

En síntesis, los jueces adivinan que en ese año de 1967, ETA se organizó en frentes (cultural, social, político y armado) y desde ahí inventó una nueva forma de hacer política a través de una fórmula mágica, el "«desdoblamiento». Y así se «desdoblaron» centenares de militantes, miles, para esparcirse como misioneros por la faz de Euskal Herria y llevar la buena nueva. El «todo es ETA», dice el Supremo, viene de lejos.

Un rápido ejercicio aritmético nos lleva a la conclusión que desde aquel 1967 hasta nuestros días han pasado 48 años. ¡Casi medio siglo! 1967 fue el año de la ilegalización de CCOO, de la muerte del Ché Guevara y de la consagración de Los Beatles. Aunque no lo parezca, sí ha llovido, bastante por cierto, desde entonces. El Supremo ha elegido sin embargo el icono de Rafael, que representó entonces a España en Eurovisión y aún sigue haciendo publicidad, para hacer gala de una casposidad grandiosa.

Tengo que admitir que la referencia a hechos de 1967 por la Sala del Supremo me ha causado estupor. Con reiteración. Imaginen que al desdichado Joaquín Hernández, juzgado por «rebelión militar», es decir no seguir a los golpistas franquistas, y condenado por blasfemo, le hubieran encarcelado por antecedentes ideológicos de 1877, de medio siglo atrás, en los estertores de la Guerra carlista, en el año que León Tolstoi escribió “Anna Karenina” y la pomposa reina de Inglaterra, de nombre Victoria como correspondía a su rango imperial, fue nombrada emperatriz de India. Imaginen, porque imaginación a los jueces, por lo visto, no les falta.

Esta cuenta de cincuenta años de infiltración de ETA en la sociedad vasca se carga, retroactivamente, la legalización de partidos y sindicatos, la libertad de prensa, la autonomía, la educación en euskara. Todo aquello que puedan imaginar. Hasta los cuadros de Ibarrola o las esculturas de Oteiza, surgidos del magma de la revolución.

La sentencia, por lo demás, continua esa línea de frivolidad epistolar que desprecia los textos en lengua vasca, con pésimas traducciones, y que desatina en los datos objetivos de manera espectacular. Atribuir en la sentencia a ETA la comisión de 33.391 atentados desde 1961 a 2002 (año de la incoación del sumario) es una exagerada exageración. En realidad eran poco más de tres mil. Me dirán que apenas importa, que el punto se ha resbalado y que quizás haya habido un error. Pero en una sentencia del Supremo, por ello es Supremo, consejo de los mejores, los errores no pueden existir.

La literatura se rueda por la sentencia con citas a eslóganes del tipo «borroka, bide bakarra da» o «zuek faxistak zarete terroristak», transmitidos por ETA a la dirección de Herri Batasuna. Otro sin sentido. Por cierto, el segundo de los lemas es traducido como «vosotros fascistas sois los verdaderos terroristas». Comprueben que entre la frase original y la de la sentencia hay una inclusión, «verdaderos», como si los jueces quisieran dar énfasis, por su cuenta, al lema.

El delirio literario de la sentencia alcanza uno de sus clímax con el apartado que comienza con «Heri Batasuna, aprovechando su presencia en las instituciones potenciaba la actividad de ETA con declaraciones, manifestaciones, ruedas de prensa... y mociones». Sí, han leído bien, mociones. Y estas mociones, lo resalta la sentencia, abren un abanico en el que, entre otros, se introducen «135 denunciando presuntas torturas», «535 a favor de objetivos de ETA», «82 en apoyo de Udalbiltza» o «643 contra el constitucionalismo y estatutismo». Recuerden que Udalbiltza fue absuelta o que el relator de la ONU estiró de las orejas a España por la tortura.

La continuidad de este apartado nos llevaría a conclusiones monstruosas. Denunciar la tortura es terrorismo. Votar o abstenerse en el referéndum del Estatuto de Autonomía o en el de la Constitución española fue legitimo, pero ojo, si alguien aireó su voto y éste no fue favorable será considerado etarra. Y automáticamente, la independencia, la justicia social, el tratamiento del euskara, la igualdad de la mujer... en fin cualquier tema abordado por ETA como objetivo político es susceptible de ser criminalizado. Al loro.

Simultáneamente a la publicidad de la sentencia, el presidente del Gobierno español anunciaba unos retoques a su equipo de gobierno, para recolocar a los no electos según expectativas, entre ellos Maroto, y lanzaba un mensaje apocalíptico. La prensa ha recogido algunos fragmentos del mismo. A los más curiosos les animo a leerlo en su integridad (está colgado en la página de presidencia del Gobierno hispano y en la web de su partido).

Lo he leído varias veces y en todas ellas, en especial cuando alcanzo a las últimas páginas, una sacudida eléctrica me recorre el espinazo. He creído comprender el desasosiego y el temor que sufrieron decenas de miles de compatriotas, como el citado Joaquín Hernández, cuando civiles y militares luego golpistas, caldearon el ambiente con declaraciones que provocaron el golpe de estado de julio de 1936.

Rajoy apela a un contubernio que llama «frente anti-PP»: «estas maquinaciones de hoy no son más que el preludio de los que puede ocurrir dentro de unos meses si no obtenemos una victoria que lo impida». El presidente español mete en el mismo saco al PSOE («yo creía que compartía con el PSOE los mismos valores constitucionales, el mismo amor a España. Pero ahora veo que no») a los «grupos extremistas, marginales, antisistema o claramente independentistas». Es decir, como marcaba Bush, o conmigo o contra mí.

Esta construcción del relato es muy similar a la que puso en marcha la derecha española en la Segunda República contra el Frente Popular y desembocó en lo que ya de sobra conocemos. De aquellos barros estos lodos. Una literatura demasiado inquietante, en lo que nos corresponde, para todos aquellos que no votamos derecha. Un relato que nos pone en alerta sobre el devenir de los próximos meses. Duros, sin duda.