11 JUIL. 2015 GAURKOA Lecciones del referéndum griego Iñaki Egaña Historiador El resultado del referéndum celebrado en Grecia el pasado domingo ha sido una bocanada de aire fresco en Europa, en especial para las izquierdas que se abren paso entre lo viejo y lo nuevo. Probablemente resultará un movimiento, en absoluto decisivo, pero sí al menos una referencia, como desde Atenas se señalaba, histórica. Hacer previsiones en este mundo multipolar es ciencia ficción, pero estamos abocados a ellas. Las lecciones de esta brisa favorable, sirven para romper con esos esquemas que nos atrapan a quienes hemos vivido del pasado, con la intención de preparar los mimbres del futuro. La estrategia de Syriza nos ha volteado con vehemencia, para aportar una reflexión que quien no la sienta profunda está condenado a ser engullido por la caspa de su propia naturaleza. En Euskal Herria, como en el resto de Europa. La primera de las reflexiones tiene que ver con el propio proceso que ha llevado adelante Syriza, desde que alcanzó el Gobierno heleno. Un David contra Goliat, el pueblo unido, en unas circunstancias sumamente adversas, es cierto, pero con una cohesión hacia el exterior y hacia el interior, que ha resultado decisiva. Nada ni nadie es igual, el factor humano y colectivo es crucial, como le gustaba apuntar a Graham Greene, y las opciones a una crisis generalizada y estructural generalmente se manifiestan de manera contraria a la lógica social. Ejemplos a patadas. La conquista del Frente Nacional en las zonas obreras pauperizadas en Francia, el auge inicial de Amanecer Dorado en Grecia, o el éxito electoral del doble payaso italiano Beppe Grillo. La ilusión por el cambio, el discurso interclasista que dirían los marxistas clásicos (frente-populista), el orgullo de sentirse una comunidad con capacidad de respuesta y la escenificación de los ritmos, han sido varias de las claves que han servido para el éxito del referéndum. Entre ellas también y en primera línea, la iniciativa política, algo que a veces, sobre todo quienes viven en exclusiva de la política institucional, parecen olvidar Y esta iniciativa alcanzó el grado de paradigma con la convocatoria del referéndum, con la humillación al proyecto neoliberal europeo en su propio terreno, la democracia. Un término, al que otras veces he calificado de «post-democracia», en cuyo nombre, como cantaba Nacha Guevara, se cometen los crímenes más atroces de nuestros tiempos. ¿Son ustedes democráticos?, lanzó Syriza con un mensaje entendible por unos y otros. Pues practiquen. La pelea, sobre todo en el Primer Mundo, tiene que ver precisamente con la recuperación del concepto, por las únicas vías que quedan, con el convencimiento de que la razón, aunque de nuestra parte, tiene que lograr alcanzar la hegemonía. Está medianamente cincelado en el derecho a decidir. Ese derecho, que lo es todo y lo es nada, en la medida que lo ejerzamos, es la madre de las batallas. La profundización en los valores originarios democráticos, humanistas si quieren, ahora hurtados por el vocabulario. La ilusión por el cambio ha sido otro factor determinante. No estoy escribiendo que el cambio sea posible o imposible, para ello nos organizamos y enfrentamos, sino de su ilusión. Me dirá más de uno que ese concepto es pre-político y que tiene más de anarquista (Malatesta) que de ortodoxia marxista. Lo desconozco. Únicamente he acertado a comprobar que con ilusión por el cambio Salvador Allende ganó unas elecciones en Chile, que los sandinistas asaltaron el poder y que, en casa, el régimen navarrista ha sido noqueado. Sin ilusión por el cambio, el pueblo, los votantes en terminología del capital, seguirán apostando por los que se llaman socialdemócratas (y no son sino apéndice edulcorado de un fracaso estrepitoso de la una vez izquierda), apoyarán al PNV, para aparentemente no perder un estatus preferente frente al adversario, incluso a los nostálgicos de la Guerra Fría (me refiero a los comunistas). La deriva del KKE (Partido Comunista Griego), uno de los más dignos y comprometidos del Continente, sobre todo frente al fascismo, es un síntoma. Enredados en su pasado y en los manuales clásicos, aún no han percibido la caída de la URSS y la contaminación del llamado socialismo real en el campo de las luchas emancipadoras. Una crónica a aplicar, asimismo, en la cercanía. Me dirán, no sin razón, que la ilusión no cae del cielo. Hay que generarla y su forja surge de necesidades. Cambiar el mundo, el futuro de un pueblo o el futuro de una comunidad, exige tener conciencia de que, en realidad, la situación es desfavorable para la mayoría. La miseria, la puerta cerrada a cal y canto de Europa a Grecia ha sido la llama que ha prendido la hoguera. La miseria acogota a la mayoría de las sociedades del planeta. Y sin embargo, los cambios en la hegemonía electoral son escasos. En India, en México, en Nigeria, en donde imaginen, las élites económicas siguen dominando a las mayorías desfavorecidas. En otros lugares, como en EEUU, la participación electoral se balancea entre el 15% y el 40%. Es el «no future» de Sex Pistols, que por cierto continuaba en aquella canción con un «Dios salve a la Reina». Sin futuro, ¿para qué el cambio? Romper con esa tendencia es una de las claves. Otro de los factores que he percibido es el de la conjunción institucional con el sentir popular. Las instituciones griegas, incluidas las que negociaban y seguirán en ello, han dado la impresión de surgir del suelo, rompiendo esa tendencia centenaria de la política como fin en sí mismo. Y han contagiado al contrario. Movilizaciones, autoorganizaciones (de nuevo el recuerdo del Chile de Allende), solidaridad... un magma donde el simbolismo es más importante de lo que a veces suponemos. En esta ocasión, las clases si estaban marcadas de manera nítida. Ahí tienen también a Marinaleda, en Andalucía, o a experiencias más cercanas en Hernani u Oiartzun donde sólo las ilegalizaciones han descompuesto la hegemonía popular. Sin respaldo popular, las instituciones son un mercado invalidado para el cambio, un centro de gestión y reparto, un colador de vividores que sueñan con percibir lo que en su vida privada fueron incapaces. Las instituciones europeas, las nuestras incluidas, están repletas de vanidosos de bajo perfil, llegados a la política para hacer la anti-política, es decir para descongestionar el deseo popular. De nuevo los ejemplos se multiplican geométricamente. Varoufakis lo expresó en una entrevista: se pasa de viajar en segunda a primera sin apenas percibirlo, a pesar de defender causas aparentemente revolucionarias. Las transformaciones sociales en Europa han sido un proceso irregular, sin duda. Con diferentes velocidades, particulares e incluso idiosincrasias. Todas ellas, sin embargo, cortadas por un patrón común, la voracidad cada vez más arrogante del neoliberalismo, con unos aliados que juegan a demócratas. En ese escenario, las recetas, modelos de resistencia y organización deben dar un vuelco. Hace 50 años estábamos más cerca de la Edad Media que en 2015 de 1965. Al menos en buena parte de Europa. Por ello, los quiebros de Syriza han servido para espolear a una izquierda europea que aún vivía o vive de Mayo del 68, de la Autonomía italiana y alemana de los 80, de los modelos de las Internacionales al uso, de los Verdes que se destiñeron al entrar en instituciones, de los patrones insurreccionales. Han contagiado a comunidades, pueblos, organismos y hombres y mujeres que han tomado un respiro entre tanta carencia. Los vascos somos demasiado orgullosos para aceptar que recibimos lecciones. Y en ciertas épocas nos hemos subido a la tarima para afirmar que nuestro modelo era exportable. Han cambiado los tiempos, ha cambiado la sociedad, han cambiado las vías. No ha cambiado, por contra, el enemigo, secular por otro lado. El poder del dinero. Inmenso. Si aspiramos a vencer, como dijo en cierta ocasión Arnaldo Otegi, nosotros también debemos cambiar. Las instituciones griegas, incluidas las que negociaban y seguirán en ello, han dado la impresión de surgir del suelo, rompiendo esa tendencia centenaria de la política como fin en sí mismo