16 AOûT 2015 EDITORIALA Urge debatir el fenómeno de las drogas y acordar políticas EDITORIALA El de las drogas es un debate complicado, sin lugar a dudas. En clave personal, afecta a los hábitos particulares y todo el mundo tiende a hacer de los propios ejemplo y de los de los demás juicios. En clave comunitaria, la relación de una sociedad con las drogas explicita una tendencia cultural determinada, que no tiene por qué convenir con la visión que de sí misma quiere tener o trasladar cada comunidad. En clave política resulta un tema espinoso, porque requiere de políticas audaces que chocan con el conservadurismo de todas las estructuras políticas. Las experiencias personales y las vivencias generacionales se elevan a categoría de dogma, colisionan entre sí y se neutralizan mutuamente. En general, se imponen la inercia, la hipocresía, la negación de la realidad y de los datos, la falta de balance, así como un cálculo de intereses que prioriza no tomar riesgos, aunque ello suponga poner en riesgo cosas tan importantes como la salud pública de muchas personas. También tiene derivadas importantes en la economía y en la criminalidad. Afecta a valores tan importantes como la libertad y la seguridad. En Euskal Herria el consumo de drogas, tanto legales como ilegales, tiene características propias. Es el resultado de las luchas históricas y los desarrollos sociales y culturales que se han dado en las últimas décadas. Esta realidad es incómoda para una gran parte de la sociedad, que prefiere mirar para otro lado. En el tema de las drogas la mayoría miente o directamente se engaña. Un mal punto de partida para debate alguno. Aprovechar el debate global Pero el debate está ahí, y resulta necio esquivarlo. De hecho, ya existe un debate global abierto sobre la política respecto a las drogas y convendría participar en él. Si no, solo quedará adaptarse a las conclusiones que, en base a realidades e intereses ajenos, saquen otros. El punto de partida es el fracaso de la denominada «guerra contra las drogas», la visión prohibicionista, belicista y penalista promovida por EEUU y adoptada por la comunidad internacional. Los primeros en romper el silencio sobre este fracaso han sido los países más afectados, países como Colombia, México o Uruguay. Todos ellos han sido protagonistas de primer orden en esta guerra y un balance sincero de la misma les ha hecho asumir que la han perdido. No ha sido rentable ni social, ni política ni económicamente y ha tenido efectos perversos que no se contemplaban. Entre otros, el número mundial de reclusos por drogas y sus consecuencias es inaceptable e ingobernable. Les urge dar un giro total a su visión y a sus políticas públicas sobre drogas. A pesar de todos los recursos económicos y humanos dedicados a esta misión, la producción, el tráfico y el consumo de drogas no han disminuido. El fenómeno se ha ido transformando a la velocidad en que se trasformaban las sociedades, mientras las políticas quedaban ancladas en rigoristas principios morales –que, sin embargo, se muestran muy relativistas con las sustancias consideradas legales y menos nocivas– con nulo anclaje real en la vida de las personas y las sociedades. Incluso sin llegar a dar el debate en toda su profundidad, en nuestro contexto, existen medidas de disminución de riesgos que deberían aplicarse desde ya. En ese sentido, hay que subrayar la labor que desarrollan organizaciones como Ai Laket! y Hegoak, gracias a las que se logran evitar o paliar situaciones críticas. Son un modelo del que las instituciones deberían aprender. No conviene evadirse Debatir implica, por definición, desconocer el resultado del debate. Debatir significa negociar. Y cuando se trata de derechos se debe tratar de obligaciones; cuando se habla de libertades se debe hablar de seguridad. Conviene, asimismo, evitar el dogmatismo y la moralidad, buscar el enseñar a la gente las buenas maneras de vivir. Demasiada gente se cree en poder del modo de vida bueno, no para uno mismo, ni siquiera para su comunidad más inmediata, sino para todos sus vecinos. El debate sobre las drogas no puede ser un campeonato de moralidad individual. Eso es un coloquio de bar. Tampoco debe ser un juicio público sobre la última alarma social, más aún cuando estas se utilizan para distorsionar la realidad. El debate político sobre las drogas debe tratar de cómo lograr un mayor desarrollo y bienestar en nuestra sociedad, de cómo articular una ciudadanía más responsable y más libre. También más feliz y sana. Como todo en política, se trata de solucionar problemas, no de negarlos o esquivarlos. Resulta paradójico que quienes solo denuncian el carácter evasivo de las drogas evadan un debate socialmente tan relevante.