13 SEPT. 2015 EDITORIALA Acompañar a Catalunya no es una opción, es una necesidad vital para Euskal Herria EDITORIALA Catalunya está a escasas dos semanas de resolver una encrucijada de siglos; en la otra orilla de ese Rubicón que es el 27S está en la independencia. El derecho a decidir ya se lo ha ganado, sin esperar a nadie y superando los vetos. Lo ha ganado decidiendo decidir. El resultado no se puede anticipar; nunca cabe menospreciar la resistencia de lo ya establecido, ni el peso de factores como el miedo de la ciudadanía a lo desconocido. Pero la Diada ha supuesto otra demostración, y ya son muchas en apenas un lustro, de quién avanza y quién retrocede, qué ilusiona y qué no motiva, dónde está el futuro y dónde el pasado. Resulta significativo que nadie haya planteado una movilización ciudadana similar en sentido contrario, en favor de que Catalunya siga siendo una autonomía de la España monárquica. Saben que sería imposible. Y no ya por el volumen de participación del viernes, sino por la textura que ha alcanzado la marea independentista: es transversal socialmente, diversa ideológicamente, plural en sus razones, participativa en su funcionamiento, imaginativa en sus formas, alegre en su tono, ilusionante en su objetivo. Si algo enseña la historia, e incluso el presente, es que para ganar a un movimiento político no le basta con tener razón. Debe sabe canalizarla como lo ha hecho el soberanismo catalán sin imitar a nadie, creando su propia vía; con decisión y talento, con liderazgos políticos e implicación ciudadana, ensanchándose metro a metro, casa a casa, sector a sector. Todo lo contrario se advierte en la parte estatal. La confusión es notoria incluso a la hora de conformar una estrategia para impedir la derrota el 27S. Las ambigüedades y desmentidos sobre las opciones o no de reformar la Constitución y hasta dónde resultan muy significativos. Las primeras amenazas, con la reforma exprés del Constitucional, también. En estos mismos días, hace un año, Londres mostró bastantes más recursos para salir del atolladero en Escocia. Pero Madrid llega muy tarde para seducir a la mayoría catalana descontenta, y aparentemente también para lo contrario: para asustarla. No tiene zanahoria; palo, sí, probablemente muchos que ahora ni siquiera cabe imaginar, pero la represión de poco sirve a largo plazo frente a un pueblo convencido. De esto también da ejemplos sobrados la historia. Dos escenarios finales, una misma derrota Ahora que las elecciones en Catalunya van a acaparar el foco internacional, igual que Escocia hace un año, seguramente millones de personas en el mundo se estarán preguntando qué ha sido de los vascos, referencia principal de pueblo diferenciado del español y con voluntad firme de decidir por sí mismo en estas últimas décadas. La parálisis del momento actual es innegable, pero flagelarse por ello supone un ejercicio estéril; es mejor reparar en que también muchos ojos van a mirar indirectamente a Euskal Herria el 27 de setiembre y después, y tomarlo como un acicate. Conviene empezar por rechazar la sensación de envidia al proceso catalán, por muy sana que sea. Al independentismo vasco no le toca admirarlo, sino acompañarlo. Aunque nadie lo vaya a reprochar desde el país del Mediterráneo, qué duda cabe de que este momento histórico concreto Euskal Herria le ha fallado a Catalunya. La opción de rasgar ese manto bajo el que Madrid sepultó las aspiraciones de ambos pueblos hace muchísimo tiempo es mucho más factible tirando de los dos extremos que haciéndolo solo de uno, que puede resultar insuficiente si no se hace con suficiente fuerza. La cuerda del inmovilismo español estará decididamente rota si los vascos toman la otra punta y tiran como lo están haciendo los catalanes. Es más. Impulsar ese proceso pendiente resulta una necesidad vital para Euskal Herria. Dejar sola a Catalunya será perjudicial para nuestro país en cualquiera de los dos únicos escenarios finales que caben. En la opción de que acabe surgiendo un nuevo Estado catalán, porque cualquiera sabe que la depauperación a todos los niveles –especialmente el económico– de lo que quedaría de Estado español sería evidente, y porque además la perspectiva de seguir amarrados a España cuando Catalunya se va resulta simplemente insoportable. Y en la posibilidad contraria, es decir que el centralismo español se imponga, porque el contraataque será durísimo y en él Euskal Herria también será azotada.