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«It»


“It” es el título de una novela de terror de Stephen King, un maestro reconocido en el género. De él he leído alguna que otra obra suya y he visto en el cine alguna de las adaptaciones literarias, entre ellas la genial “El resplandor”, dirigida por Stanley Kubrick, una obra maestra del cine de terror y todo un clásico para los amantes del séptimo arte.

Recuerdo que cuando leí “It”, ya hace bastantes años, me causó un gran impacto y reconozco que consiguió en algunos momentos de su lectura que sintiera el escalofrío del miedo: esa inquietante sensación de temblor, zozobra y angustia que hace que se erice la piel de tus brazos y se ponga la piel de gallina.

«It» traducido al castellano es «eso», un pronombre neutro que evoca a la indefinición y, en algunos casos, con un carácter peyorativo. Era como denominaban los protagonistas del relato a una criatura que irrumpió trágicamente en sus vidas siendo adolescentes y con unas consecuencias traumáticas. Pasados los años, It reaparece de nuevo sumiéndoles en otra espiral de desasosiego y terror en un relato en el que la criatura adopta la forma humana, paradójicamente en forma de payaso, para convertirse, después de unas cuantas mutaciones, en una araña gigante. Hasta aquí una breve síntesis de este clásico de la primera etapa de King y que siempre recordaré a pesar de esos malos ratos que me hizo pasar.

Pero la realidad supera la ficción y, desgraciadamente, desde que leí “It” han sido muchas las veces que he vuelto a sentir esas sensaciones. Unas veces como consecuencia de determinadas experiencias personales y otras desde el conocimiento de las amargas experiencias sufridas por otros. Porque ¿quién no se ha estremecido al sentir como se ponen los pelos como escarpias y la piel de gallina al conocerse casos como los de Joxean Lasa y Joxi Zabala, Joxe Arregi, Mikel Zabalza o Gurutze Iantzi, por poner unos ejemplos? Todos ellos constituyen unos espeluznantes relatos de terror que conforman parte de nuestro imaginario colectivo, donde sus protagonistas y antagonistas son reales y señalables con el dedo. O ¿qué decir de la trágica situación de determinados presos políticos dado su precario estado de salud, irreversible en algunos casos, y de la crueldad y ensañamiento con que son tratados por parte del Gobierno español y las instituciones penitenciarias? De nuevo el escalofrío. El caso de Ibon Iparagirre resulta paradigmático de esta grave situación.

Habrá quienes digan que su situación bien merece dos millones de euros convertidos en chatarra calcinada. Seamos sinceros y sobre todo honestos: ni calcinando toda la flota de autobuses de Euskal Herria se conseguirá que la situación de Ibon cambie. Y a los hechos me remito. Lo sucedido en Derio, al igual que otros hechos similares acaecidos hace ya más de un año con el mismo modus operandi, no sirvió para hablar de la situación de Ibon. La mayoría de los medios de comunicación, como idiotas que miran al dedo que señala la luna, solo pusieron la atención en lo que decían o dejaban de decir los dirigentes de la izquierda abertzale a quienes, por cierto, directamente se criticaba en un supuesto y delirante comunicado anónimo donde se reivindicaba el sabotaje acrecentando las dudas sobre las verdaderas intenciones del hecho.

Pero más elocuente si cabe es la reacción de los familiares de Ibon, concretamente la de su madre, una más de ese impresionante colectivo de madres coraje que con tanta dignidad y orgullo llevan sobre sus espaldas la pesada losa de la enfermedad y dispersión de sus hijos e hijas. Entrevistada en este diario e interpelada sobre la existencia de unos supuestos pasquines de apoyo a Ibon, que nadie ha visto más que la Policía en el lugar del sabotaje, entre otras cosas, dijo algo así como «nosotras no estamos en eso» y subrayo lo de «eso» porque entre quienes dicen ver en ese acto un ejercicio de violencia revolucionaria y entre quienes sospechan de un sabotaje en clave de guerra sucia, pienso que ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Es lisa y llanamente «eso», algo que me retrotrajo en el tiempo a cuando leí la obra de Stephen King, haciéndome sentir de nuevo la misma sensación del escalofrío de miedo. De nuevo la misma zozobra y la angustia que hacen que los pelos de tu piel se te ericen y se te ponga la piel de gallina y me dije: It ha vuelto.

Un fuerte abrazo a Ibon, al resto del colectivo y a todos sus familiares. Nos veremos en Bilbo el 9 de enero.