16 DéC. 2015 OBITUARIO Elena Asins: Artista de vanguardia, Antígona hasta el final de sus días Mertxe AIZPURUA Su muerte ha cogido por sorpresa al mundo del arte. Elena Asins, artista de vanguardia, escultora, precursora del arte conceptual a través de la informática y el cálculo, se ha ido con la misma discreción con la que ha vivido durante veinte años en el pequeño pueblo de Azpirotz, dentro del particular y depurado universo en blanco y negro que creó en una antigua borda reconvertida en casa-taller. Allí falleció el lunes, a causa de una pulmonía, hecho sobre el que, sin duda, la artista ironizaría ahora con sorna y gracia. Investigadora constante, de ideas claras y conversación inteligente, nada en Elena Asins era corriente. Desde su apariencia física –su extrema delgadez aparentaba una irreal fragilidad–, a su elección vital por el valle de Larraun procedente de un periplo que la condujo por las grandes urbes del mundo. Sin temor a exagerar, la artista de mayor reconocimiento internacional que vivía entre nosotros era a la vez una gran desconocida para ese entorno. Los premios y el reconocimiento internacional de un talento fascinante no la habían encumbrado a ningún olimpo. Elena Asins habitaba una esfera diferente al resto de los mortales, pero era, al mismo tiempo, terrenal, humana y profundamente cercana. Y con los pies en el suelo. Interesada en la política, en un reportaje publicado en este diario en agosto, aseguraba que «he llegado a entender este pueblo. Desde Madrid, lo vasco se idealiza o se tira». Se revolvía contra el control del orden mundial establecido: «No nos dejan vivir. Ya no hay ideología, solo hay intereses. Nos quieren aborregados, sumisos». En los grandes ordenadores de su estudio, nos mostraba una nueva versión de su «Antígona». «Voy por la noventa», nos dijo con una risa cómplice. La videocreación reproducía en imágenes y sonidos el eterno mito de Sófocles, ese que representa el conflicto entre sociedad e individuo, la lucha entre las leyes no escritas y las leyes dictadas por el poder. Resulta difícil sustraerse a la tentación de buscar similitudes con la vida real. Hace unos tres meses que Elena Asins había entablado batalla contra una situación burocrática que consideraba injusta y humillante. Un incidente derivó en una de esas absurdas e inexplicables controversias administrativas. Al menos temporalmente, la artista no podría renovar el permiso de conducir. Se revolvía de furia, por dentro y por fuera. Por la injusticia cometida y por la soberbia del poder. Cual Antígona, Elena Asins rescataba para el arte y la vida la esencia de una tragedia que afecta a todas las esferas de la vida. Y, como en el mito clásico, denostaba con energía y fiereza toda intransigencia dogmática. En esas andaba Elena Asins. Peleando, como siempre.