03 JAN. 2016 Entrevue ENRIQUE VILLAREAL «EL DROGAS» MÚSICO Y ESCRITOR «Mis zapatillas de volar son la lectura y la escritura» Tras su primer poemario, «Tres puntadas», Enrique Villarreal Armendariz «El Drogas» publica «Las zapatillas de volar», un libro para niños de todas las edades. Pequeños poemas como txipi-txapas en los que las palabras bailan sobre las coloridas ilustraciones de la etxarriarra Idoia Zufiaurre Chaffi. El pirata de la Txantrea nos habla de su nueva aventura. Patxi IRURZUN IRUÑEA Todos sabemos que El Drogas fue en otra vida pirata, pero los primeros en enterarse fueron sus sobrinos y sobrinas, a quienes cuando eran pequeños paseaba por las calles de la Txantrea en un viejo Renault 21 familiar, con una bandera negra asomando por la ventanilla, mientras cantaban canciones inventadas que hablaban de cofres e islas misteriosas. Ahora, ya abuelo, El Drogas imprime ese espíritu soñador del niño que nunca ha dejado de ser en su segundo libro. Inquieto y curioso por naturaleza, Enrique Villareal nunca se ha descalzado las zapatillas de volar de los pies ni de la boca el cuchillo (o el bolígrafo) para los abordajes. Son sus pertrechos para una vida que para él es siempre aprendizaje, incluso cuando los maestros son los niños. Ellos saben mejor que nadie que al culo no hay que dejarle nunca marcar su huella en el sillón de casa. En la suya, en la casa de El Drogas, donde nos recibe, las paredes están pintarrajeadas con dibujos de su nieto Ugaitz, de tres años. «Me da pena limpiarlas. Por mí, las dejaría así siempre», dice. A Ugaitz, precisamente va dirigida la segunda parte de “Las zapatillas de volar”. Pero la idea de escribir un libro para niños de todas las edades viene desde más atrás, es previa a esa “abuelidad” que Villareal ejerce de modo ejemplar. Las zapatillas de volar comenzaron a despegarse del suelo en dos momentos diferentes, pero casi desde el mismo sitio: el primero, durante un recital de poesía en el bar Iruñazaharra de Iruñea; y el segundo, años después pero a solo unos metros de allí, en la calle Mercaderes, durante un encuentro “casual” con la ilustradora Idoia Zufiaurre, Chuffi. «La chispa fue en un recital de poesía que hicimos en el Iruñazaharra Kutxi Romero y yo», nos cuenta. «El recital fue hacia las ocho de la tarde y apareció una pareja con un par de criaturas de unos cinco y tres años. Yo empecé la lectura con uno de los poemas más sexuales de Eva Zanroy (uno de los heterónimos de El Drogas, con el que saca su lado femenino), y vi cómo la pareja cogía a los niños y se marchaba. Eso se me quedó marcado y fue lo que me motivó a tener este reto: intentar escribir para el público infantil». El Drogas entonces comenzó a escribir «esto que yo llamo haikus, pero no lo son, en realidad, tan solo desde un punto de vista estético», dice. Para que nos hagamos a la idea, ahí va uno de ellos: “El ritmo de la cigarra/hace que la hormiga/trabaje más feliz”. Pequeños poemas que fue anotando aquí y allá. Hasta que nació Ugaitz. A partir de ese momento, los haikus están escritos pensando en él, y así queda reflejado en el libro, que marca la muga en mitad del mismo con un escrito algo más largo que el resto. Pero tanto en una parte como en otra, en “Las zapatillas de volar” resulta reconocible buena parte del imaginario de El Drogas: el río, como metáfora de la libertad y el aprendizaje, los txipi-txapas, las ranas, los cangrejos…; Motxila 21, el grupo musical de chavales con Síndrome de Down con los que él colabora, que aparecen en uno de los poemas; o el Alzheimer: «El libro está también dedicado a mi madre. Hay un momento muy emotivo de ella con mi nieto, cuando siendo él bebé y ella ya enferma, los dos mantienen una conversación. El crío en realidad no hablaba, solo hacía ruidos, y mi madre no decía frases de más de cinco palabras, a partir de la sexta ya no tenía coherencia, pero los dos se reían, se entendían, y todos los demás estábamos alrededor de ellos, sin comprender nada pero emocionados, llorando, dándonos cuenta de que ahí había una comunicación mucho más allá de la propia conversación, y de que lo que mi madre con su enfermedad de alzheimer vivía era real, como era real lo que vivía mi nieto, o lo que viven los niños, las formas y los colores cuando se les acerca al cochecito un gilipollas diciendo kutxi-kutxi». Para plasmar todas esas sensaciones, esos códigos infantiles, sin duda ha sido imprescindible el trabajo de Idoia Zufiaurre, Chuffi, la ilustradora que ha inundado de color las páginas de “Las zapatillas de volar”. El encuentro entre los dos artistas se produjo de una manera casual, que en realidad no lo fue tanto. «Un día, mientras volvía de una tertulia en Eguzki Irratia, en la Calle Mercaderes se me acercó una chica y me dio una tarjeta, con un dibujo suyo». «Al cabo del tiempo, cuando empecé a pensar en cómo ilustrar el libro, me acordé y le llamé, y todo ha funcionado de maravilla. Son cosas que siempre me han pasado en todas las historias en que he estado. Para montar Barricada, cuando ya tenía el nombre y toda la idea, le entré un día a un tipo que iba con una guitarra que no sabía ni quién era y resultó que era el Boni. En Txarrena mi gran descubrimiento fue Txus Maraví» (que por cierto, aparece metamorfoseado en la hormiga del poema que hemos citado unas líneas más arriba). «Y con Chuffi la verdad es que ha sido todo alucinante. Primero porque es una curranta de la hostia y segundo porque se ha implicado en el proceso con un cariño increíble. De hecho, lo que da peso al libro son sus dibujos, su paleta de colores…», recalca El Drogas. La ilustradora, por su parte, tras superar el vértigo que supuso trabajar con El Drogas, destaca la confianza que el cantante le dio durante todo el proceso creativo: «Tuvimos unas reuniones donde nos conocimos y empezamos a trabajar juntos. Me pasó los textos y con ellos, me dio libertad plena para afrontar el reto. Hablamos sobre estilos gráficos, los que a él le gustaban y sobre mis influencias. Enrique tenía muy claro que la parte gráfica tendría “peso” por si sola, que tendría “su propia vida”. El proceso fue muy cuidadoso, había que mantener esa locura que los textos me transmitían, buscando un ritmo a la vez para intentar que cada poema mantuviera su individualidad. Envié algunas imágenes a Enrique ya montadas para confirmar que llevaban un estilo de su agrado. Y desde el principio fue muy positivo, porque le gustaron muchísimo, con lo cual ya me embarqué en mi propia “rayada” muy a gusto. Me divertí mucho mientras iba creando», dice la ilustradora de Etxarri-Aranatz. “Las zapatillas de volar” ha sido editado por Desacorde Ediciones con una edición de 1.000 ejemplares, 300 de los cuales son en euskara (la traducción es de Urko Oscoz). Es el segundo libro de Enrique Villarreal, tras su poemario “Tres puntadas”. «Esas son mis zapatillas de volar: la escritura y la lectura», dice. «Cuando tengo ganas de volar, comienzo a componer o a escribir, me meto en un mundo donde me gusta regodearme: me gusta escribir, aunque escriba, por ejemplo, sobre la violencia machista; me gusta porque algo me está removiendo por dentro. Mis zapatillas de volar son también esas ganas por enterarme de lo que está sucediendo a mi alrededor». El Drogas tiene, pues sus zapatillas de volar, y tiene también sus zapatillas de tropezarse: «Suelo comprarme las zapatillas dos tallas más grandes, y me voy tropezando con las rayas de las aceras, o al salir al escenario. Tropezarse es también buena manera de aprender», cuenta. Unas zapatillas dos tallas más grande, que son, en realidad, las que se compran quienes no paran de crecer. Ese es sin duda, el momento en el que se encuentra Villareal desde hace unos años: en una etapa de crecimiento artístico y personal en la que hay que dejar hueco para los nuevos proyectos y estirones, los nuevos discos y libros, que sin duda y afortunadamente seguirán viniendo. ALZHEIMER «El libro está también dedicado a mi madre. Hay un momento muy emotivo de ella con mi nieto, cuando siendo él bebé y ella ya enferma, los dos mantienen una conversación»