19 JAN. 2016 Entrevue LEONOR ESGUERRA EXMONJA Y EXGUERRILLERA DEL EJÉRCITO DE LIBERACIÓN NACIONAL (ELN) «Muchas aún no se atreven a contarles a sus hijos que estuvieron en la guerrilla» Leonor Esguerra, nacida en 1930, tomó los hábitos en una orden religiosa de EEUU. Llegó a ser superiora del prestigioso colegio Marymount en Bogotá. Pero su visión de la realidad social del país y su relación con sacerdotes como Domingo Laín, Manuel Pérez y José Antonio Jiménez –que se integraron en el ELN– la llevaron a colgar los hábitos y a sumarse a la lucha armada. Dernière mise à jour : 06 SEPT. 2016 - 18:54h Ainara LERTXUNDI A sus 85 años, Leonor Esguerra irradia energía, vitalidad y compromiso. Siendo directora de uno de los colegios más prestigiosos de Colombia, el Marymount, decidió, tras profundas reflexiones, seguir los pasos de sacerdotes como Camilo Torres y unirse al ELN, al cual representó en México como parte de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolivar. Dejó la guerrilla en 1994. A través de skype, relata a GARA su proceso de incorporación al ELN y los retos que implica el regreso a la vida civil. Una larga trayectoria y militancia que ha sido recogida en el libro “La Búsqueda”. ¿Qué le llevó al ELN? Hablamos de finales de la década de los 60, una época marcada por un estallido libertario en todo el mundo; la revolución cubana, la lucha por los derechos civiles y políticos en EEUU… El Concilio Vaticano II fue muy importante desde el punto de vista de los católicos y religiosos en cuanto a la exigencia de que la Iglesia debía regresar al mundo de los pobres. Para mí, fue un hecho definitivo que me acercó a un mundo que desconocía y que tampoco me importaba mucho. En ese contexto, entré en contacto con los sacerdotes de Golconda, que fue un movimiento libertario. Yo regentaba el Marymount, un colegio religioso norteamericano para niñas ricas. Yo era la superiora regional de los tres centros que el Marymount tenía en Colombia –Bogotá, Medellín y Barranquilla–. Paralelamente, trabajaba en un barrio popular de la capital colombiana con un grupo marxista liderado por un profesor colombiano y miembro del Partido Comunista que acababa de llegar de su exilio en Francia. Descubrí con tristeza que aun siendo colombianas éramos extranjeras en esos barrios. No sabíamos nada. Este grupo marxista nos hacía de puente para hacernos entender mejor el significado de esa pobreza. Queríamos construir un colegio que fuera tan bueno como el Marymount para que las niñas de esos barrios pobres tuvieran la oportunidad de tener una buena educación. Las alumnas del Marymount hacían labores de profesorado. Pero sus padres rechazaron ese experimento porque estábamos cooperando con marxistas. Dijeron que estábamos adoctrinando a sus hijas para ser comunistas. Fue un escándalo mayúsculo que provocó el cierre del colegio. Me di cuenta de la cerrazón tan terrible de la sociedad colombiana y que el cambio no iba ser por las buenas, así que decidí irme a la guerrilla. Llegué al ELN a finales de 1969. Fabio Vázquez me mandó a llamar. En ese momento, no aceptaban a mujeres como combatientes, pero sí en labores de militancia. Durante tres años serví de enlace entre la ciudad y el campo, llevando mensajes y organizando algunos grupos en la ciudad. Al cabo de este tiempo, me incorporé como combatiente porque Manuel, el hermano de Fabio, decidió dar cabida a mujeres en el Frente que él comandaba. ¿Cómo recuerda su relación con los demás guerrilleros? Una cosa que me impresionó desde el primer momento en el que llegué fue ver lo sencillos, cariñosos y respetuosos que eran. Desde que los vi, sentí que había llegado al lugar que había estado buscando. Claro que había machismo, pero el trato no era de denominación, sino todo lo contrario. Todos los trabajos relacionados con el rancho, la comida, la cocina, eran parejos entre hombres y mujeres. Puedo decir con toda honestidad que nunca sentí discriminación de género ni un trato hostil mientras estuve con ellos. Ahora bien, todo lo relacionado con el feminismo lo veían como una parte de la burguesía por lo que no se hablaba de ello. Aún así, en el combate había igualdad; había una participación política muy activa. Estar en la guerrilla suponía salir del rincón, del fogón y de la casa para hacer política de otra forma. Fue un salto cualitativo para las mujeres. En setiembre, viajó a La Habana junto a Herminia Rojas y Alix María Salazar. ¿Qué impresión se llevó de aquel encuentro como exguerrillera? Fue un intercambio muy interesante. Ellas buscaban en nosotras un diálogo porque nosotras tenemos la experiencia de la reinserción. Les dijimos que si dejan las armas, también ellas tendrán que integrarse en el sistema político y en la burocracia gubernamental, porque es desde ahí donde podrán incidir en la política. Aunque en la guerrilla haces política todo el tiempo –con el campesinado, con los mismos guerrilleros…–, se trata de hacer política de otra forma, dentro de un sistema que, más mal que bien, ha permitido algunos espacios para la izquierda. Entiendo que para una guerrilla que ha rechazado el sistema y el Gobierno, estas parodias de elecciones sean muy difíciles de aceptar, pero como les planteó Alice, excombatiente del M-19, para hacer política hay que meterse en el sistema. Les entiendo perfectamente, porque son cosas que a nosotras también nos costó mucho aceptar. Pero, las compañeras de las FARC cuentan con estructuras de partido, que no se van a acabar como se acabaron las del M-19 y el EPL cuando firmaron la paz. Cada quien tuvo que lidiar con su destino. Esa parte fue supremamente dura para las mujeres, a quienes les tocó enfrentar todo eso solas hasta que se formó la Red de Mujeres Excombatientes, que nos ha servido para aprender, compartir y entrenarnos en muchas cosas. Aunque han pasado más de veinte años, algunas exguerrilleras, sobre todo aquellas que proceden del campo, aún no han podido a decirles a sus hijos, familiares y comunidades dónde estuvieron esos años porque no se atreven. De decirlo, no serían aceptadas. Esta es la hora en la que no han podido decir ni en su comunidad ni en su familia dónde estuvieron; tienen que inventarse una historia como, por ejemplo, que estuvieron sirviendo en una casa en la ciudad… Las compañeras de las FARC no tendrán ese problema porque han tenido el cuidado de organizar una estructura de partido muy fuerte y no van a quedar abandonadas a su suerte. ¿Usted puede decir abiertamente que fue guerrillera? Sí, ya estoy muy vieja como para que me conviertan en heroína. Mi libro se vende y me invitan a dar charlas; no represento una amenaza porque no estoy organizando ningún partido. Defiendo las negociaciones de La Habana, hablo con los jóvenes sobre las implicaciones de la lucha armada y para que tomen conciencia de la necesidad de exigir un cambio. ¿En su caso, cómo fue su incorporación a la vida civil? Mi familia, si bien no estaba de acuerdo con mi participación en la guerrilla, fue solidaria conmigo. En ese sentido, mi regreso no fue tan difícil. Estaba en México en el momento en el que decidí salirme del ELN. Llevaba ocho años allí como parte de la comisión internacional de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolivar –integrada por las FARC, M-19, ELN, EPL, PRT y el Movimiento Armado Quintín Lame–. Las comunicaciones eran muy difíciles, nos enterábamos de las cosas por la prensa mexicana… Me preguntaba a mí misma a qué pueblo colombiano estaba representando si no sabía lo que ocurría en Colombia. En 1994, volví a casa de mi madre. Gracias a unos compañeros que habían sido del ELN y habían firmado un acuerdo con el Gobierno, conseguí un trabajo en la Secretaría Social de Medellín, porque la secretaria era una excombatiente del M-19. Mi primer trabajo, de legal, fue dentro del sistema. Mi reinserción fue muy afortunada. «Pido a los colombianos que se organicen para exigir el respeto a los acuerdos que se logren» ¿Cómo ve a la sociedad colombiana y las garantías de participación política? Colombia está tan enfrentada, que no es fácil predecir nada. Aquí no ha habido posibilidad de dirimir las diferencias políticas a través de un debate sano. No hemos sido capaces de aceptar las diferencias y la lucha ha sido a muerte. A cualquier dirigente que mínimamente represente un despertar de las masas y una dirigencia en defensa de los derechos de los obreros y campesinos, lo matan. Así de simple. Siempre que me invitan a hablar sobre la paz, pido a la sociedad que se organice para exigir el respeto a los acuerdos que se logren. Yo estaba en México cuando la URNG de Guatemala firmó la paz con los militares. Los documentos del Acuerdo son verdaderamente inspiradores. Son formidables; habría que publicarlos y releerlos para ver hasta dónde pudieron llegar en la mesa de negociación. Pero en Guatemala no hubo una sociedad civil que en su momento hiciera respetar esos acuerdos. Si en Colombia no nos apersonamos de la defensa de los acuerdos, yo no creo que sea posible porque los paramilitares siguen rampante en las ciudades y en el campo. El delegado de las FARC Pablo Catatumbo nos dijo durante nuestra visita que a menos que el Gobierno controle a los paramilitares, ellos no van a dejar las armas, no se van a dejar matar en cualquier esquina, como ha sucedido. Esa es la historia de Colombia. Santos se comprometió a controlar la cuestión paramilitar para marzo. Vamos a ver, porque como reza el refrán, una cosa es lo que dice el burro y otra quien lo está cabalgando. La guerra nos ha degradado a todos, a la guerrilla, al Ejército, a la sociedad… Dentro de esa degradación, ¿qué tipo de sociedad vamos a poder hacer? No te podría decir, porque ésa va a ser una tarea de titanes.A. L. DEL HÁBITO AL ELN «Me di cuenta de la cerrazón de la sociedad y de que el cambio no iba ser por las buenas, así que decidí irme a la guerrilla» IGUALDAD «Nunca sentí discriminación de género ni trato hostil mientras estuve con ellos»