05 MAR. 2016 PROCESO DE ELECCIÓN DEL PRESIDENTE ESPAñOL EN MARCHA EL CRONÓMETRO ELECTORAL SIN NADA NUEVO QUE APORTAR LO LÓGICO ERA QUE NO HUBIESE CAMBIOS. Y ASÍ OCURRIÓ, SALVO EL ESCAñO DE COALICIÓN CANARIA QUE SE SUMA A LOS DE PSOE Y CIUDADANOS. AHORA YA SON 131. POBRE BAGAJE QUE FRUSTRA LAS ASPIRACIONES DE PEDRO SÁNCHEZ. EL CRONÓMETRO YA ESTÁ EN MARCHA Y, SI NO HAY ACUERDOS EN DOS MESES, HABRÁ ELECCIONES. Alberto PRADILLA Fuese o no Albert Einstein el autor, la frase «si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo» servía perfectamente para la situación con la que se encontró ayer Pedro Sánchez en el Congreso español. Mismas propuestas, mismo resultado. Bueno, en realidad no. Desde el rotundo «no» que cosechó el miércoles, el aspirante del PSOE logró sumar un voto a su candidatura. El de Ana Oramas, única diputada de Coalición Canaria, que pasó de la abstención al apoyo en una sesión que, como todo el mundo sabía, los grupos podían habérsela saltado y el mundo seguiría girando. Lo más destacado, además del portazo al candidato Sánchez, fue la bronca final, con el presidente del Congreso, Patxi López, sudando la gota gorda para controlar un debate que apenas había durado una hora. Pobre de él cuando las sesiones se eternicen hasta el infinito. Llegó Sánchez el primero, con diez minutos por delante para explicar por qué esta vez tenía que ser presidente. Y no se le vio muy convencido, ya que desde el primer minuto dio por hecho que se marcharía con el rabo entre las piernas. En dos días ni había cogido el teléfono y la telepatía no es una de las destrezas conocidas del secretario general del PSOE, así que desde el principio de su intervención partió de su fracaso, defendiendo que había cumplido sus objetivos al «poner en marcha el reloj de la democracia». Vamos, que Sánchez es tan adicto al régimen que es capaz de inmolarse por el buen funcionamiento del sistema. Como algo tenía que decir, se sacó la versión reducida del discurso del martes, que se alargó casi dos horas. Así pudo evitar cualquier matiz y recuperar las derogaciones de normas como la Ley Mordaza, que no aparecen en el documento firmado por Ciudadanos, pero que Sánchez asegura que ocurriría si Podemos le dejaba gobernar en solitario. Rajoy, poeta El segundo en intervenir llegaba con ganas. Mariano Rajoy, presidente en funciones, le cogió el gusto a la ironía del miércoles y ayer vino a lucirse. Dejó claro desde el minuto uno que no avalarían el acuerdo de PSOE y Ciudadanos y luego se dedicó a «zurrar» a Sánchez sin piedad. Es hábil este nuevo Rajoy, que a pesar de su estilo decimonónico demostró tener gran manejo del diccionario. «Un fraude, un engaño, una farsa», dijo sobre la investidura. Y al final, tras recitar a Ramón de Campoamor, nueva invitación para que Ferraz pase por el aro: no hay otra opción que la «gran coalición». Pablo Iglesias, el tercero en discordia, optó por un tono bromista y conciliador para dejar un mensaje claro: «es posible un Gobierno ‘a la valenciana’». Es decir, un Ejecutivo liderado por el PSOE y con su participación como vicepresidente. Con una idea completamente opuesta, Albert Rivera se dedicó a reventar el «cuñadómetro» explotando la novedosa idea de «los extremos se tocan» y pidiendo una «gran coalición». Desde Euskal Herria tampoco hubo novedades. Aitor Esteban pidió a Sánchez una audacia de la que parece que no anda sobrado el candidato. Y Marian Beitialarrangoitia advirtió sobre un «cambio» que no modifica nada. El lunes, contador a cero. Lo más destacado fue la bronca final, con el presidente del Congreso, Patxi López, sudando la gota gorda