12 AVR. 2016 GAURKOA Construir la independencia Paco Letamendia Profesor de la UPV/ EHU Ser independentista supone compartir una identidad nacional, identidad que en el plano ético –por extraño que eso puede parecer dicho por un independentista– es una opción neutra. Esto es, tan ético es tener en Escocia una identidad escocesa como tenerla británica, o en Euskal Herria tener una identidad vasca como tenerla española. Lo que no es ético es utilizar desde fuera de la nación sin Estado situaciones de fuerza, apoyadas por minorías en el interior de la nación, para impedir coactivamente que las identidades opuestas al Estado-nación y que se proponen sustituirlo democráticamente por un Estado propio puedan realizar sus objetivos. Esta es evidentemente nuestra situación, donde el discurso patriótico español y sus consecuencias institucionales no se discuten, sino que se imponen. El obstáculo ante el que se encuentra el independentismo vasco, más que el patriotismo de Estado, es el de la ausencia de democracia de quienes lo imponen. Lo que nos remite a la indisoluble fusión de democracia y derecho de decidir: quien comparte la identidad centralista en las naciones sin Estado tiene perfecto derecho a hacerlo, pero no a imponer su opción coactivamente. Finalmente, el tema de la democracia es el nexo fuerte que une a independentistas y no independistas democráticos, el cual se concreta en la reivindicación del derecho a decidir. No se trata pues de plantearse el acercamiento de los no independentistas a los independentistas, ni de dar por sentado de que unos deberían moverse mientras que a otros les bastaría con estarse quietos. Esto lo ha comprendido bien Gure Esku Dago, organización que aunque contiene en su seno una masa independentista relevante no hace diferencia alguna entre independentistas y no independentistas. La identidad independentista no es además un hecho inamovible, sino, como todas las identidades políticas, un estado de opinión en constante movimiento sometido a múltiples factores y a distintas estrategias. Desarrollaré aquí las dos estrategias que considero centrales para construir la independencia, a las que me referiré, simplificando mucho, como la vía escocesa y la vía catalana. La vía escocesa consiste esencialmente en la aplicación del principio de elección racional. La independencia es la opción de quien considera más provechoso y rentable ser ciudadano escocés que británico, ciudadano flamenco que belga, ciudadano vasco que español. Hay una vasta literatura escocesa al respecto, la cual pasa revista a todas las políticas públicas para demostrar que los escoceses sacarían mayor provecho de ellas perteneciendo a un estado escocés que si siguieran formando parte del Reino Unido. La opción racional tiene también sus trampas. La más evidente es la del clientelismo: me interesa ser patriota escocés, vasco, catalán, flamenco, quebequés, y construir el estado correspondiente porque de ese modo estaré más próximo, y me podré aprovechar mejor, de las redes clientelares y el tráfico de influencias que harán posible mi pertenencia o mi cercanía a las estructuras institucionales y/o a los partidos políticos dominantes del nuevo estado independiente. La opción racional que debe defenderse es la de las políticas públicas y estrategias que beneficiarían en un estado independiente a la gran mayoría de la población, sometida a los horrores de los mercados y del capitalismo de la financiarización que ha conseguido supeditar a sus intereses a casi todos los actuales estados-nación europeos. Finalmente, y eso es lo que imprime una orientación social al independentismo, la opción racional descansa aquí en la dinámica anticapitalista de los movimientos sociales y del movimiento obrero. Independencia y derecho a decidir: La independencia presenta por ello muchos puntos de contacto con el derecho a decidir, configurado este en forma de red, o de rizoma, todos cuyos elementos son autónomos, si bien imbricados los unos en los otros: El derecho de las mujeres a liberarse de toda dominación patriarcal y a decidir sobre sus propios cuerpos; el derecho al bienestar y al trabajo decente sin precariedad ni exclusión; el derecho al mantenimiento del tejido productivo del país; el derecho a mantener el país libre de agresiones medio-ambientales; el derecho al apoyo y fomento de la lengua, cultura y tradiciones propias; el derecho al respeto de la propia imagen personal y colectiva libre de difamaciones; el derecho a concluir el proceso de paz ya iniciado y a resolver la situación de los presos y presas; el derecho a convocar un plebiscito de autodecisión que contenga todas las opciones. El derecho a decidir es, pues, el ámbito de la democracia, y la independencia una opción que ha de ser ganada racionalmente. Sobre el estado decente: Es este un concepto útil pero que hay que utilizar con prudencia, pues el adjetivo «decente» procede de un campo distinto al del estado, el del trabajo. Han sido los Foros Sociales Mundiales de Porto Alegre los que introdujeron el concepto de «trabajo decente», denunciando las condiciones, decentes o casi siempre indecentes, en las que los patronos y los estados organizan el trabajo asalariado. La labor del trabajador asalariado es siempre decente ¿Hay estados decentes per se? Lo dudo. La soberanía no reside en el estado, poder constituido, sino en los movimientos sociales y en el movimiento obrero de base, que son el único poder constituyente. El estado surgido de la revolución soviética no fue un estado decente por sí mismo, ni lo será tampoco por sí solo el estado que emerja de un proceso independentista vasco. A los estados se les obliga desde abajo a que sean decentes, en una dinámica permanentemente vigilante. Cultura: Tan necesaria como la estrategia independentista de la elección racional es la de la cultura, que he denominado –tan simplistamente como en el caso anterior– como la vía catalana. No hay independencia sin el desarrollo de una cultura política nacional propia, cultura inclusiva, que refuerce lo propio –lengua, tradición, memoria histórica– en un constante proceso de renovación, pero que al mismo tiempo lo abra a la cultura global del género humano. Tiene, pues, una dimensión autóctona y otra universal, dimensiones con múltiples vasos comunicantes, pero que conservan su especificidad. Si uno de los dos aspectos predomina sobre el otro, y con mayor razón si falta uno de ellos, el proceso del reforzamiento de la independencia a través de la cultura quedará debilitado e incluso paralizado. Creo que la cultura autóctona (literatura en euskera, canciones y creaciones audiovisuales, bertsolarismo) vive actualmente una edad de oro. Pero esta riqueza de la cultura autóctona no se acompaña de la debida comprensión de lo que significa la cultura universal, especialmente a través de la construcción teórica político-social, de lo que esta aporta al reforzamiento de la cultura nacional, y de cómo amplía la estructura de oportunidades de la independencia. La construcción de la cultura nacional necesita interesarse por las creaciones de las ciencias sociales, de las ciencias de la naturaleza, de la filosofía, del arte, en su dimensión universal (ahí reside la raíz de su internacionalismo), así como comprender lo que significa el trabajo universitario. No pueden confundirse las limitaciones de los centros universitarios vascos impuestas por el poder académico español con la producción de una cultura académica político-social vasca en abierta oposición a ese poder; ni pueden excluirse del ámbito de la cultura vasca a quienes aportan a la construcción nacional vasca desde este campo. Si esto no se comprende, las consecuencias son el ahogamiento del discurso y el aumento de las dificultades para acceder a aquella situación en la que muchas naciones sin estado han conseguido su independencia: la de conquistar un nicho propio y reconocible en la cultura universal. Viene aquí a cuento abordar el tema linguístico. El desarrollo del euskera, pilar fundamental de la construcción nacional, no equivale a ignorar que durante largo tiempo Euskal Herria en sus dos mitades seguirá siendo un país trilingüe; y que durante esa fase de transición debe fomentarse la inclusión del trabajo creador trilingüe favorable a la construcción nacional en el ámbito de una cultura vasca que haga posible la construcción de la independencia. Lo que trae consigo trabajar para que la opinión pública vasca lo considere como propio. A los estados se les obliga desde abajo aque sean decentes, en una dinámica permanentemente vigilante