05 JUIN 2016 EDITORIALA Del ejercicio vendrán escenarios y se aclararán estrategias EDITORIALA Una de las mayores virtudes del ejercicio de decidir vía sufragio sobre cuestiones que afectan a una comunidad es que, en ese proceso, se activa una dialéctica política diferenciada de la partidaria y cotidiana. En ese debate se quiebran dogmas institucionalizados que, bajo apariencia de razones, esconden intereses, privilegios, el deseo de mantener un statu quo injusto. Por eso son tan importantes estos procesos, porque en ellos se desarrolla una cultura democrática que revitaliza a la comunidad, que enriquece a las personas que la conforman, que habilita una politización responsable y menos dogmática entre sus miembros. Sin duda, existen otras formas de tomar decisiones políticas, desde el decreto hasta el acuerdo, pasando por la sentencia o incluso la insurgencia. La deliberación ayuda, pero no deja de ser parte de un proceso más complejo, en ningún caso un sustitutivo clasista del acto popular de debatir, confrontar y votar. Es en las consultas, elecciones y referéndums donde se desarrollan mayores capacidades individuales y colectivas, donde la democratización adquiere carácter cultural y, con el tiempo, toma forma institucional. Una sociedad acostumbrada a votar –y ello supone tanto trabajar para ganar como prepararse para gestionar la frustración de perder–, es una sociedad más sana, más crítica y más responsable, más madura. En este proceso existen riesgos, sin duda. No toda decisión política tiene por qué estar sujeta a sufragio. Ni es eficiente ni es viable. Lo cual no quita para que exista una política de transparencia, de control político y social que evite derivas clientelares o corruptas. Un gobierno debe ser ejecutivo, resolutivo. Los representantes deben solucionar problemas, plantear escenarios, desarrollar políticas públicas que recojan los grandes acuerdos sociales y dejen margen a las alternativas. Es en el contraste con las urnas donde esa política sale reforzada, incluso cuando es enmendada. En Euskal Herria se dan condiciones como para hacer bandera de este otro modo de hacer política. La vivencia del conflicto debe ayudar a buscar otras fórmulas para gestionar la discrepancia y la pluralidad. No existe mejor alternativa que una cultura democrática fuerte y profunda, emancipadora, que libere las energías acumuladas y las potencialidades inhibidas. Que rompa con la falsa lógica que dice que a la gente no le interesa decidir sobre su futuro. Ningún demócrata puede negar que, en una sociedad avanzada, debería importar. Romper la lógica falaz que rige la imposición Cuando el unionismo tradicional dice que decidir sobre si un pueblo quiere seguir perteneciendo al Estado español o ser independiente no le interesa a la gente, lo que en realidad quieren decir es que esas fuerzas no están dispuestas a que su privilegio –poder vivir su proyecto político– se convierta en derecho universal dentro de esta comunidad. Es decir, que todos los proyectos políticos democráticos sean viables. Sin violencia todo era posible… hasta que desapareció esa violencia. Ahora su único argumento es el poder de lo establecido, de la imposición. No solo eso. Tampoco quieren que la gente decida sobre esos otros temas que, según ellos, sí les interesan. Están en una posición de debilidad, imposible de argumentar públicamente sin hacer el ridículo o caer en el autoritarismo. Así lo harán, no hay duda. Hoy por hoy hay consenso sobre que, en términos netamente políticos, no existe en Euskal Herria una estrategia independentista clara. Lo cual no quiere decir que no se esté trabajando en ese proceso, ni mucho menos. En todos los planteamientos imaginables para desarrollar esa estrategia, la democratización es una constante. Es decir, la sociedad vasca debe acelerar sus procesos de toma de decisiones democráticas para abrir brecha –y confrontar– con el autoritarismo y la falta de cultura democrática. En este proceso, no basta con los abertzales. En este país hay muchas personas que no querrían ser independientes, a no ser que la alternativa sea no ser democráticos. De igual modo que hay otras que quieren ser independientes solo si es para mejorar; o que estarían dispuestas a ello si la alternativa es empeorar. Y, mirando a las inercias metropolitanas, esos escenarios son probables en este proceso de descomposición estatal. Hay que entrenarse en decidir en diferentes ámbitos, territorios y escalas para, cuando se cree un escenario propicio, poder hacer efectivo ese derecho en clave nacional y social. Desde hoy, 5 de junio de 2016.