27 AOûT 2016 Gargantua Aquí aprenden a ligar desde pequeños Txomin PITARKE BILBO Sales a tomar algo por el Arenal antes de subir a la mani de los presos que sale de la Elíptica, te aseguras de coger el vaso de plástico para potear por las txosnas sin tener que comprar recipiente y sumar uno más a la pila que acabamos acumulando en el armario una Aste Nagusia tras otra. ¿No me digáis que no habéis hecho ya una columna hasta el techo de vasos con inscripciones de colorines de Bilboko Konpartsak...? La mía, lo reconozco, es considerable y eso que tengo hasta mosquetón de plástico para atarme el vaso a la trabilla del pantalón. Pues nada, alguna noche el pantalón acaba en la lavadora con vaso y todo, pero como uno siempre apura la hora, sale de casa corriendo y se acuerda del vaso cuando llega al Arenal, tarde. Sí, ya sé que la cuestión es no consumir tanto plástico, pero la cabeza después de tantos días de fiesta... Pues eso, que sales pronto, porque fama tienen las noches de Aste Nagusia, pero los días pueden ser igual de cañeros, y te encuentras con una fila de chavales y chavalas, algunos muy pequeños, todos en fila apoyados en la valla, formales formales. Y como no hay ni colchonetas, ni hinchables, ni talleres y rodean la carpa del gastronómico, uno se pregunta qué hacen los críos esperando el reparto de premios tan pronto, con el calor que hace, por cierto, un día más. ¡Qué intriga hasta que el presentador del certamen explica que los pequeños se van a estrenar con las kokotxas! Pues sí, entraron en dos tandas, porque en total eran 110 participantes, para ligar la salsa de 24 kilos de kokotxas. Y lo hicieron mucho más civilizados que los adultos. Se pusieron los delantales, esperaron las cazuelitas, escucharon las indicaciones de Elizegi y compañía y allí no se oía ni una mosca. Bastante más ruido hacemos los mayores. Con un poquito de ayuda de los del Gastronómico, que les habían dado un punto a las kokotxas, en solo unos minutos moviendo al principio un poco a lo loco y luego con más arte, como al volante, pero sin coger demasiada velocidad en las curvas, ya habían ligado la salsa. «Es super fácil», decían. Y uno casi se anima a probar. Así es como van pasando en tropel por esa escuela de cocina al aire libre que cada día reúne a sibaritas de la técnica y de los ingredientes, amantes de la fiesta a cualquier hora, que no se cortan, firmes defensores de que lo importante es participar y pasarlo bien, aunque no haya premio. Los fuegos no se apagan en el Arenal hasta el domingo. Hoy toca otro clásico, el marmitako, y mañana, rabo. Con esta gente y esas cazuelas, da gusto pasearse por el Arenal.