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QUINCENA MUSICAL

Una clausura de dimensiones babilónicas


Ha sido colosal, babilónico, ninivita». Así le describía Hector Berlioz a su colega Franz Liszt el estreno del “Te Deum” en la iglesia de Saint-Eustache de París, en 1855. De sus palabras podemos inferir que la obra tiene más que ver con el tamaño que con lo puramente musical: no es una de las mejores creaciones de Berlioz, pero está inteligentemente diseñada para extraer efectos espectaculares. En Donostia fueron 450 músicos. Puede que no parezcan tantos, pero la percepción cambiaba al entrar en el Kursaal y observar cómo habían tenido que modificar el escenario para dar cabida a la doble orquesta.

Pero enseguida nos dimos cuenta de que el Kursaal no tiene capacidad acústica para responder a una fuente de sonido tan compleja. Todo era excesivo: se perdían los matices, cualquier dinámica tenía demasiado peso, los pasajes más fuertes eran imponentes pero rozando lo ruidoso, y la personalidad de cada coro se difuminó en un maremagnum de voces de timbre indefinido. Víctor Pablo Pérez tuvo mérito solo con lograr que algo así no se le escapara de las manos, pero no le quedó mucho margen para dar forma a algo musicalmente más interesante. Siendo honestos, la mayoría del público allí reunido –incluida la plana mayor de la politica vasca– no lo hizo por la música sino por lo irrepetible del acontecimiento.

Quizá por cercanía a nuestro corazón, resultó más convincente la versión del “Aita Gurea” de Madina. El gran coro se recogió como requieren los primeros compases de la oración para elevarse luego en la grandiosidad del tutti. Fue un efecto escalofriante, acentuado por la presencia del tiple Markel Murillo elevando su pequeña voz entre la multitud. El “Gernika”, por su parte, estuvo cantado con la emoción (e indignación) incontenibles que expresan la letra de Etxaniz y la música de Sorozabal.