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GUTUNAK

Nacer en Errekaleor


Hace unos meses mi compañera quedó embarazada y a mi me dio por pensar que el asunto no era mera casualidad. Quiero decir: no era casualidad que aquí y ahora quedase embarazada. Llegamos a Vitoria en 2014. Nuestro hijo tenía entonces 8 años y sabíamos que cruzar el Atlántico era todo un riesgo. En Argentina dejábamos nuestra casa, nuestra familia y amigos. No era poco. Lo mismo, quizás, que tantos vascos y vascas como nuestros abuelos habían dejado aquí para marcharse allí.

Además, nos habían advertido que esta era una sociedad difícil: «honesta —nos dijeron— pero muy cerrada». La integración nos costó porque, claro, la honestidad tiene la mala suerte de ser una cualidad que se conoce a largo plazo, mientras que la frialdad de las relaciones suele sentirse de inmediato. Lo cierto es que, a los pocos meses de haber llegado, ya nos queríamos volver.

Pero ocurrió algo asombroso. Por medio de un amigo, conocimos el proyecto de Errekaleor. Fuimos allí para un día de trabajo comunitario y nos encontramos gente revocando paredes y pintando murales. Poniendo tejas y organizando talleres artísticos. No le habían pedido un solo euro a nadie ni tramaban una gran especulación inmobiliaria. Destinaban su tiempo y su dinero para un proyecto que sabían que era frágil, pero también que era de todos. Y además, mientras lo llevaban adelante, sonreían.

Definitivamente, esa era otra Vitoria. Desde aquel día ya pasó un año y medio: todo se volvió más grande y mejor. El arreglo de unas pocas paredes se convirtió en la restauración de bloques enteros. Se puso en funcionamiento el teatro y el frontón. Se creó una biblioteca. Familias que no tenían donde vivir encontraron en Errekaleor la solidaridad de un barrio lleno de murales y de música.

Y podrá parecer metafórico, pero es literal: donde había ratas, yo vi florecer un huerto comunitario.

Por eso creo que no es casualidad que hayamos decidido tener una hija en esta ciudad: se llamará Maialen. Decidimos ponerle un nombre vasco porque comprendimos que esta no sólo es una sociedad honesta sino que también puede ser muy cálida. Una sociedad que —cuando el egoísmo inmobiliario y gubernamental se lo permiten— puede crear de las ruinas un barrio seguro, verde y lleno de arte

Un barrio donde no sólo se puede vivir: también se puede nacer.