Janina PÉREZ
Entrevue
PAOLO VIRZI
DIRECTOR, GUIONISTA Y PRODUCTOR

«Tengo una maldición, soy incapaz de contar un drama sin humor»

“Locas de alegría”, de Paolo Virzi, llega mañana a nuestras carteleras. El realizador italiano nos cuenta la génesis del filme, en un relato que no pierde la magia de la sensación que se experimenta al descubrir que la historia está en un pequeño gesto. Con esta película nos recuerda lo agridulce que es la vida, pero también, y quizás lo más importante: todos estamos locos.

«Estamos buscando un poco de felicidad», Beatrice (Valeria Bruni Tedeschi) trata de convencer a la incrédula Donatella (Micaela Ramazzotti), quien replica, «pero ¿dónde se consigue eso?». “Locas de alegría” narra la singular aventura de estas dos pacientes de la idílica clínica siquiátrica Villa Biondi que emprenden la fuga. Aunque muy diferentes entre sí, tanto de origen como de personalidad, ambas tienen en común no solamente su estado clínico, sino también unas inmensas ganas de vivir al menos con un hálito de dicha.

Para armar lo que resultaría «Locas de alegría” (La pazza giogia) Paolo Virzi (Livorno, 1964) partió de una imagen que observó de lejos entre Micaela Ramazzotti y Valeria Bruni Tedeschi. En un descanso del rodaje de Il Capitale Umano (2013, también dirigido por Virzi y protagonizado por Bruni Tedeschi), Micaela había llegado de visita al set, y mientras hablaba con Valeria, hubo un momento en el que se cogieron de las manos al sentir que perdían el equilibrio.

Virzi ya ha narrado la génesis de Locas de alegría (co-escrita con Francesca Archibugi) muchas veces, y hasta de diferentes maneras. Sin embargo su relato no pierde la magia de la sensación que se experimenta al descubrir que en un pequeño gesto está una historia.

Presentada en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, donde fue bien recibida tanto por el público y como por la crítica internacional, el dicharachero Paolo Virzi ni sospechaba que su duodécimo largometraje se convertiría en un gran éxito en la taquilla italiana, ni mucho menos que conseguiría 17 nominaciones a los David di Donatello.

«Locas de alegría» es una historia bastante agridulce, en cierto momentos incómodamente cómica, ¿se puede ser políticamente correcto a la hora de hacer una comedia?

No soy como el personaje de Beatrice, quien es el retrato de lo políticamente incorrecto; en su caso, ella está enferma, es una mujer que proviene de un mundo muy privilegiado, y su modo tan displicente de ser refleja a gente de esa clase en Italia. De hecho intentamos retratarla como una de esas mujeres del cortejo de (Silvio) Berlusconi, que siente nostalgia de aquella época. Personalmente no estoy de acuerdo con el modo de ser de ese personaje, yo más bien nací y crecí al cobijo del partido comunista italiano, me criaron con visiones idealistas en un país católico que siempre ha estado gobernado más que todo por la derecha. A decir verdad, antes quería cambiar el mundo, ahora tengo bastante con querer limitar los daños que puede ocasionar la política (risas).

Entonces, ¿nos podemos reír de lo trágico?

En la vida real, no creo que sea posible separar el drama de la ironía, o el drama de la comedia. Creo que sería interesante preguntarle a otros directores ¿cómo se hace una película dramática sin humor o un filme trágico sin algo de comicidad? (se ríe) Es que al mismo tiempo la vida es graciosa, ridícula y horriblemente triste. Esa es mi manera de verla y sentirla. Creo que llevo una maldición encima, porque soy incapaz de contar un drama sin humor. Pienso que la industria cinematográfica es la que se ha dado a la tarea de hacer la separación por géneros, pero en realidad no sé por qué. A veces hasta yo mismo me pregunto si nos podemos reír sobre situaciones tristes, sobre el dolor, pero no creo que esté en una posición de importancia como para juzgar si es correcto o no. Esa es mi naturaleza, o más bien mi enfermedad, tal vez padezca de cierto grado de locura (se ríe).

¿Cree que de alguna u otra manera todos padecemos de un tipo de locura?

¡Por supuesto! (se ríe) Sin embargo, es un hecho que en nuestras sociedades existe la tendencia de ocultar las enfermedades mentales, encerrando a la gente que las padece, o enviándolas a lugares idílicos para someterles a todo tipo de terapias, eso sí, bien lejos de la vida normal. Los artistas sabemos que contar la verdad siempre ha sido considerado como un acto de tontos y hasta de locura, al igual que el bufón en la Edad Media.

Al trabajar con Valeria Bruni-Tedeschi y Micaela Ramazzotti ¿qué era lo más importante para la interpretación de sus personajes?

Desde el inicio de este proyecto, siempre estuve focalizado en las actuaciones. Era muy importante proporcionarles el chance a las actrices para que dieran lo mejor de sí. A Valeria le animé a que se atreviera a ser más efervescente, a que dejara de lado la vergüenza, a que no se frenase escondiéndose detrás de la máscara de la chica buena, le dije que yo le avisaría cuándo fuese “demasiado” (se ríe). Con Micaela, que de paso es mi esposa, me dijo que había sido rudo con ella (se ríe), de hecho esta es nuestra segunda película, pero por lo general no trabajamos juntos, debido a todas las complicaciones que se pueden generar (se sonríe). Esta película nos salió muy larga; de la primera edición salió un filme de tres horas y 40 minutos. Tal vez era mucho tiempo, pero me dio tristeza tener que cortar muchas bellas escenas, como una improvisación con Valeria haciendo una especie de sicoterapia con una pareja, destruyéndoles prácticamente su familia (se ríe), y eso porque les confrontó con sus incómodas verdades.

¿Cómo fue el proceso de investigación sobre los centros siquiátricos?

Antes de escribir el guión hicimos un viaje para conocer diferentes instituciones siquiátricas en Italia. Visitamos lugares muy disímiles entre sí, algunos eran realmente desoladores. Existen centros con una clínica siquiátrica, así como departamentos de siquiatría de un hospital público, eso se pueden ver en la película. Hallamos tres tipologías: una es bastante triste, otra un poco más optimista con terapias de rehabilitación y proyectos, mientras que otras eran como cárceles, donde los pacientes están aislados y bajo drogas. En la película tenemos la Villa Biondi (centro donde están recluidas Beatrice y Donatella), la cual es una recreación, inspirada en un par de instituciones reales que visitamos, pero sobre todo tomamos muchos elementos de una clínica situada en las colinas de Pistoya (en la Toscana). Mientras estábamos rodando, finalmente a través de una ley se abolió el concepto de los hospitales siquiátricos, pero en la realidad los pacientes aún están allí, recluidos en las peores de las condiciones porque no existen otros lugares para ser transferidos y para que reciban una ayuda efectiva. De manera que se trata de un acto hipócrita la abolición de esos hospitales cuando en realidad sigue siendo igual que antes.

Esta película ha sido muy bien recibida, ¿en qué medida le importan las críticas sean malas o buenas?

Necesitamos de la tragedia (se ríe) Pero ¿sabes qué? Mi confianza en mí mismo es similar a la de un globo con un agujero, al cual hay que inflarlo muy a menudo, porque de lo contrario corre el peligro de perder todo el aire por completo (se ríe) En todo caso se necesitan tanto los elogios como las malas críticas.

Ha dicho que antes quería cambiar el mundo, pero ahora ya no. ¿Qué le hizo cambiar de idea?

Tal vez porque me hice mayor, o pesimista; quizás soy más escéptico, o será que ahora siento más la inevitabilidad de la tragedia humana, de ese caos en el que vivimos. De lo que tengo certeza es que deberíamos tratar de que las cosas no vayan a peor. Estoy involucrado en ciertas batallas, y por supuesto que trato de hacerlo lo mejor posible. Sin embargo al mismo tiempo siento esa vocecilla dentro de mí que me recuerda que la condición humana es una verdadera tragedia, y basta con ver el momento que estamos viviendo, en medio de muchas tragedias. Tenemos una parte del mundo que necesita renovarse, escapar de la pobreza, de la guerra, la miseria, y de la desesperación; por mi parte, yo pertenezco al otro segmento de este planeta que siente miedo de todo eso. Pero espero que quienes lleguen a nuestros países, sea para beneficio de nuestras sociedades, que traigan consigo lo que nosotros hemos perdido.

¿Recuerda por qué quiso convertirse en director?

En realidad no lo sé, porque yo era básicamente un amante de contar historias. En mis tiempos de estudiante era un maniático del arte gráfico, me encantaba hacer retratos, tomar las facciones de la gente y hacerlas graciosas. Luego entré a trabajar en la televisión como escritor de sketches para pagarme la universidad. Provengo de una familia muy modesta, así que tenía que hacer lo que estuviera en mis manos para mantenerme, pero también para entretenerme y divertir a los demás.

¿Sintió que el trabajo de escritor no era suficiente?

Es que es un trabajo muy solitario y a mí me gusta estar rodeado de gente. Noto que cuando estoy solo, me entristezco, por eso siempre digo que necesito la emoción que me transmiten mis actores y mis compañeros de trabajo.

Siendo parte de la comunidad cinematográfica de su país, ¿cómo ve la industria del cine en Italia actualmente?

Hay quienes dicen que el cine italiano está muerto, mientras que otros celebran la resurrección del mismo (se ríe) Y eso se repite como una ceremonia. Pero ¿qué te puedo decir? Yo soy seguidor de algunos directores, a quienes realmente admiro como lo son Matteo Garrone, Paolo Sorrentino, Daniele Luchetti o Francesca Archibugi (co-guionista de Locas de alegría). Existen también muchos realizadores jóvenes muy interesantes. En Italia tenemos una industria cinematográfica terrible, no tenemos apoyo gubernamental, así que apelamos al “arte de arreglárnoslas nosotros mismos” (se sonríe). Sin embargo no soy de los que se queja, más bien me siento orgullosos de la comunidad cinematográfica actual en mi país.