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JO PUNTUA

Centenario de octubre (1917-2017)


En el verano de 1914 los círculos imperialistas de los principales estados europeos desencadenaron la carnicería de la I Guerra mundial. Al lado de la Entente (Inglaterra y Francia enfilada contra Alemania y Austria-Hungría) se alineó la Rusia zarista. Los partidos socialdemócratas justificaron la guerra de rapiña votando los créditos de guerra de sus burguesías escudándose en la «defensa de la patria». Los bolcheviques, no (serían unos «traidores» pues). Los mencheviques, sí (serían unos «patriotas», pues).

Ni siquiera podemos, por razones de espacio, telegrafiar esa epopeya que jamás vieron los tiempos y supuso al proletariado ruso ser el primero en el mundo en emanciparse del yugo capitalista: días que estremecieron el mundo, como titulara John Reed.

No fue casual que ocurriera en Rusia, un país atrasado (el «eslabón débil»), pues ya desde principios de siglo los antagonismos sociopolíticos bullían. Suele decirse –para menoscabar la revolución– que, de no estallar la guerra mundial, la revolución no hubiera tenido lugar. Ciertamente, la guerra interimperialista contribuyó en gran manera a agudizar las contradicciones facilitando el triunfo de la revolución, precipitándola si se quiere, pero no determinándola. En realidad la revolución se hizo durante los tres años de guerra civil siguientes.

Tiende la historiografía burguesa del «establishment» a «revisar» su propio pasado revolucionario para renegar de él, véase la Revolución Francesa, por ejemplo, o, más osados, «revisar» el franquismo en el sentido de poco menos que reivindicarlo. Están los que escribimos la Memoria, con alguna cabalidad, y los que se dedican a borrarla. O pasar página a toda ostia.

Tenemos, pues, que la Revolución de Octubre no fue como la pintan los fanáticos hagiógrafos tipo Jon Odriozola et alii, sino que, en tiempos posmodernos –y de «posverdad»–, todo es relativo imperando la doxa y la sofistería.

Y es que la escoba revolucionaria no tuvo la delicadeza de pedir permiso para barrer la escoria contrarrevolucionaria. La revolución como un acto ilegal frente a la legalidad que esgrime Rajoy y Cía., para detener la Historia y, de paso, llevárselo crudo por si vienen mal dadas.