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IKUSMIRA

Entender el mundo


Será que nos ha tocado. Por cuestión de edad. Mi impresión es que a cada generación le corresponde bregar con una cuestión vital que le resulta ininteligible. Mi abuela, gran mujer curtida en la inclemente batalla de la vida –en su época, lo de la dignidad y la dureza venían de la mano, ahora ya no sé– empezó a no entender el mundo al observar desde la altura el gran nudo de carreteras, autopista, carriles y vía de circunvalación superpuestas y entrecruzadas que circundaban la zona de lo que había sido su caserío. «Este mundo ya no es para mí», sentenció desde mucho más arriba que la AP-8.

La generación de su hija, o sea, la de mi madre, se protege como puede de los incomprensibles cambios tecnológicos; hace como si no existieran y se arma contra la incoherencia con lápiz y papel. Por eso son las últimas personas que nos dejan notas escritas a mano y nos envían postales por navidad.

No sé cuál será la cuestión insondable que tocará afrontar a las generaciones siguientes. A la mía, al parecer, le ha tocado en suerte la interpretación de lo que pasa en un mundo en el que la virulencia del capitalismo campa a sus anchas sin medida y sin freno. Paradójicamente, ante una situación que debía ser caldo de cultivo para el reforzamiento de sus postulados, la izquierda europea sigue metida en una espiral más envolvente que el complicado nudo de carreteras que impresionó a mi abuela. Destrucción de votos como respuesta a la dispersión de propuestas incapaces de resintonizar con sus capas sociales. No será la explicación, pero ya he avisado de que a cada generación le corresponde su abismo.