21 MAI 2017 Minorías Iratxe FRESNEDA Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual Habitar el Festival de Cannes es como vivir en un Déjà Vu. Cada año los mismos personajes habitan el escenario, alguna cara nueva, rotación de “directores” a concurso, actrices de promoción en la alfombra roja, el cielo azul y las gaviotas sobrevolando la ciudad. Cambia todo y nada cambia, quizá, tan solo al encenderse el proyector exista la variación. En las salas, hoy hemos podido ver dos películas que retratan aniquilaciones de colectivos sociales minoritarios. La primera, “The venerable W”, es el nuevo proyecto de Barbet Schroeder. En su última propuesta, Schroeder explora los confines de la maldad para bucear en las razones del intento de exterminio de población civil de origen musulmán en Birmania. En este peculiar documental, en el que la islamofobia es fomentada por un monje budista, el veterano realizador posa su mirada de forma pausada, sin prisa, dejando que los átomos dramáticos, los acontecimientos, hablen por sí mismos. Unos sucesos en los que el protagonista, Wirathu, el monje budista que se autoproclama líder, guiará a una mayoría budista hacia la doctrina basada en la “raza y religión”. Potentes metáforas procedentes de imágenes de la vida cotidiana, dolorosas secuencias de asesinatos registrados por videoaficionados, apaleamientos, la quema de cientos de hogares y seres humanos… Schroeder sobrevuela en este cierre de su trilogía de la maldad, la peligrosidad de la estulticia humana cuando va ligada a la crueldad. Sin embargo, el intento de generar conflicto entre las imágenes y la voz de la narradora, pausada, no acaba de cuajar y junto con un estilo poco cuidado, convierten en irregular su apuesta formal. A pesar de no estar a la altura de “General Idi Amin Dada” o “El abogado del terror” Schroeder vuelve a acercarnos a la reflexión acerca del horror que puede habitar en lo abyecto. La segunda de las películas, “120 battements par minute”, de Robin Campillo, es un retrato ficcionado del activismo organizado de los integrantes de Act-Upa de París y de su día a día como afectados por el sida. El guionista y colaborador de Laurent Cantet, a pesar de excederse en el metraje, consigue conmover y trasladar al espectador al París de los noventa, dónde la falta de interés por parte de las autoridades del momento hacia la enfermedad del sida resulta grotesca. Es interesante la reconstrucción histórica del momento que lleva a cabo Campillo usando como eje a una de las organizaciones que luchó por hacer visible la enfermedad y exigir políticas sanitarias, información y prevención pero, sobre todo, la idea que subyace a lo acontecido: la “aniquilación” por omisión de minorías sociales incómodas. Potentes metáforas procedentes de imágenes de la vida cotidiana, dolorosas secuencias de asesinatos, apaleamientos, la quema de cientos de hogares y seres humanos… Schroeder sobrevuela en este cierre de su trilogía de la maldad, la peligrosidad de la estulticia humana cuando va ligada a la crueldad